SinclairAvanzamos rápidamente por las alcantarillas y llegamos a nuestro punto de partida en menos tiempo del que había calculado. Echo un vistazo a mi teléfono, sin prever que hubiéramos podido recibir ningún mensaje de nuestra base de operaciones, pero decepcionado de todos modos. Mientras nuest
EllaCora y yo bajamos las escaleras, jadeando cuando finalmente llegamos abajo. Empieza a bajar por el oscuro pasillo con el teléfono de Henry delante, con la linterna brillando en la oscuridad, pero yo grito un poco y le agarro la mano.Se gira hacia mí, frenética, desesperada por escapar, pero le
Cora mira hacia atrás también cuando ve la dirección de mi mirada y jadea también. "¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!" Y entonces, presa del pánico, pisa el acelerador en un intento de escapar. Pero las ruedas solo giran bajo el coche, sin encontrar tracción.Y, mientras miro, los dos hombres y el sacerdo
Ella"¡Ella!", grita Cora cuando uno de los hombres se acerca a su lado del coche y empieza a golpear la ventanilla con una palanca. El cristal se rompe y empieza a caer dentro del coche. Pero no tengo tiempo de reaccionar: ya me estoy desabrochando el cinturón y lanzándome al asiento trasero hacia
"¡Ella!" Cora jadea desde el coche y yo me pongo en movimiento al instante, corriendo hacia ella. Abro de un tirón la puerta del conductor y casi estoy sollozando cuando la veo... sangre, tanta sangre, y mi hermana cubierta de ella... "¡Cora!", grito, tratando de alcanzarla, pero se aleja de mí y,
Sinclair"Tenemos que llegar hasta ellas", gruñe Roger, acercándose a una ventana y con la intención de romperla en pedazos, lo sé, pero le agarro del brazo y le hago retroceder. "Los sacerdotes no son tan estúpidos, Roger", digo apretando los dientes. "Si pueden hacer desaparecer la puerta, pueden
EllaAtravieso a trompicones las puertas de la clínica con inmensa dificultad: Cora apoyada pesadamente y gimiendo a mi lado, y el portabebés de Rafe rebotando contra mi otro. Los ojos de la gente se abren de par en par al vernos, pero enseguida se apartan de nuestro camino para hacernos espacio, g
Hank vuelve a respirar hondo y se pasa la palma de la mano por la cara, atando cabos. Luego se aparta de mí y grita algo a las enfermeras para que traigan un ecógrafo de inmediato. Se gira hacia mí de nuevo. "¿Sabes de cuánto está?", me pregunta seriamente y veo que reprime sus emociones por la not