Dificil de creer

Virgínia

Pensé en esperar a Murilo para tal vez pedir algo de comer, pero un fuerte deseo de comer lasaña se apoderó de mí y no pude esperar a que llegara para pedir una porción a uno de los camareros. 

Murilo había dicho, cuando ansiosamente decidí llamarlo, que estaría en el lugar donde quedamos en un plazo de veinte minutos, y cuando miré el celular eran las cuatro y veinticinco, es decir, habían pasado exactamente los veinte minutos desde que llamé.

En ese momento, noté a alguien acercándose a mi mesa y pensé que podría ser el camarero trayendo mi lasaña, pero al levantar la cabeza con una sonrisa cortés en mis labios, me encontré con Murilo y toda la magnitud de su hermosura masculin

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