Capitulo 4|Hombre misterioso

LILLIE

Tuve una semana de locos con todas mis clases y varios exámenes. Siempre terminaba agotada, pero hoy eran más. Siempre que me tocaba algún examen quedaba fatigada por estudiar tantas horas seguidas. Los desvelos me cobraban factura de esas noches de estudio. Todo lo que hacía era una lucha constante. Los sacrificios valían la pena y sabía que en un futuro iba a estar orgullosa de lo que había logrado.

Lo más lamentable era que me tocaba trabajar el día de hoy, ya era sábado por la tarde, y aunque quería pasar más tiempo con mi madre, era imposible. Cinco días a la semana trabajaba por las noches, así que no era posible cuidar de ella. El tiempo extra que tenía era poco y lo aprovechaba para pasarlo con ella. Siempre me decía que no me preocupara, que siguiera con lo mío, pero yo no podía quedarme con los brazos cruzados mientras ella se cansaba muy fácil con cualquier esfuerzo que hacía. Desde que empezó con las quimioterapias su cuerpo se fue debilitando y los tantos medicamentos que tomaba la hacían dormirse rápido. Ya no era la misma de antes. Esa enfermedad la acaba poco a poco. Tenía miedo de que cualquier días nos dejara solas. Ella era la que me daba fuerzas para seguir adelante a pesar de que algunas veces me regañaba por dormirme hasta tarde o por desobedecer cuando me decía que no me preocupara por ella. Lo hacía porque mamá me importaba demasiado. La amaba con todo mi ser. Era la mejor madre del mundo. Siempre vio por nosotras y ahora era nuestro turno de hacerlo por ella.

Mi trabajo se encontraba muy retirado de donde yo vivía, pero tenía la gran fortuna de que mi mejor y gran amiga, Mikaela, me recogiera en mi casa todas las tardes antes de anochecer. Ella contaba con un auto algo viejito, pero aun así funcionaba bien. En él se desplazaba por todos lados. Mika era mi amiga más cercana y mi más confidente. La conocí hacía ya un par de años cuando trabajaba en la cafetería donde laboraba mi hermana. Fue ella la que me invitó a trabajar en el club. Sabía que no era nada malo, ya que yo la conocía desde hacía tiempo y había sido de absoluta confianza, nunca sería capaz de arriesgarme. Nos conocíamos muy bien, como si fuésemos hermanas.

Como cada tarde, llegó por mí. Subí a su coche y la saludé con un beso en la mejilla. Me sonrió, subió el volumen del estéreo y dio marcha hacia nuestro destino.

Mikaela era una chica guapísima. Era alta, de melena oscura, ojos rasgados y oscuros, piel bronceada y un cuerpo exuberante. Ella era mayor que yo. Tenía 21 años. Teníamos dos años de diferencia. Al cumplir la mayoría de edad, se fue de su casa, ya que decía que la tenía harta su padre borracho. Mika vivió por muchos años en un hogar disfuncional. Su madre se fue, dejándolos. Mientras su padre se perdía en el alcohol, sus hermanos se volvieron unos delincuentes. Eran dos, ambos mayores que ella. No se sentía bien en ese ambiente y decidió huir lo más lejos de ellos, dejándolos en otro estado del país. No encontró trabajo rápido, pues sus estudios no eran muy avanzados. Tuvo que dejar el instituto en cierto periodo y no alcanzó a terminarlo. Se le complicó conseguir algo bien y decente. Esa fue la razón por la cual cayó en el club nocturno de Julie. También comenzó como mesera, pero al ver las buenas propinas y el pago que le hacían a las bailarinas le pidió a la jefa ser una de ellas para ser también una dama de compañía. En el club podías solo bailar o ser una dama de compañía para esos hombres millonarios que acostumbraban ir. Mi amiga no lo pensó dos veces y se lanzó a ello. En cambio, yo acepté si solo me dejaban bailar. Si Julie respetaba mi trato de ser solo bailarina para el club, iba a seguir allí, pero si no, me iría.

Llegamos. El edificio es grande. Por fuera podrías creer que era un sitio elegante para ir a tomar unos cuantos tragos, pero no era así.  Entramos al club, y como siempre a estas horas, el lugar estaba muy solo, porque aún no estaba abierto al público. Nuestro horario de entrada era a las seis de la tarde y la entrada al público era después de las siete, así que solo teníamos poco tiempo para prepararnos.

No tenía por qué preocuparme, ya que mi actuación siempre comenzaba a mitad y la otra al final. “Para cerrar la noche con broche de oro”, solía decir Julie. Ella decía que yo era su bailarina más preciada. Las demás chicas se molestaban cuando la escuchaban decir eso. Muchas de ellas me tenían odio por esa razón. Mi amiga no tomó las palabras de Julie personales, por eso no se ofendió, hasta la apoyó y me echó flores, aunque Mika también era muy buena en lo que hacía. Las clases de baile que tuve durante años me ayudaron ayudar en algo.

Antes de dirigirme a mi camerino, saludé a mis compañeros, más a los meseros y a los bármanes, que fueron mis primeros compañeros y amigos que hice aquí cuando llegué. Eran muy amables y sabían que nunca me olvidaría de ellos, ya que Simón, uno de los meseros, comenzó a insinuar que en cuanto me convirtiera en bailarina del club los olvidaría y ya no les dirigiría la palabra. Por supuesto, eso nunca iba a suceder, yo no era de ese tipo de persona. Él lo decía porque muchas compañeras así lo habían dicho como si fuera la gran cosa bailar para hombres lujuriosos. Para mí no era algo que me enorgullecía, bailar semidesnuda para ellos, aunque muchos respetaban, pero había otros que no les importaba el reglamento y por tener dinero y poder creían que podían meter mano donde les diera la gana. Este era un trabajo donde tenías que cuidarte mucho y no merodear por todos lados cuando el lugar estaba en servicio. Rara vez salía. Lo hacía solo del camerino al escenario y del escenario al camerino. Salir más allá era exponerse y ser carne fresca para leones.

Después de saludarlos a todos, fui directo al camerino para prepararme. Llegué y me di cuenta de que ya estaban casi todas mis compañeras arreglándose. Todas corrían por todos lados. Siempre era así. Aunque tuviéramos una hora para estar listas, siempre nos hacía falta más tiempo.  El lugar era amplio, duplicado por diez, casi. En él cabíamos muy bien quince chicas sin estar apretadas. Había otro más, pero allí solo se encontraban diez chicas, las cuales ya tenían años trabajando aquí. Como quien decía, eran las exclusivas, las que daban servicio completo. Ellas se hacían llamar las vip. Mika les decía las ancianas. Aquí nos vestíamos, nos maquillábamos y peinábamos. Si queríamos una ducha, había unas regaderas al fondo del pasillo, cerca de la salida. El despacho de Julie estaba arriba, pues el lugar era de dos plantas. Allá también estaban las salas vip, que eran para clientes distinguidos. Era un área más reservada y tranquila para los que les gustaba tener una charla de negocios o pasar el rato con sus conocidos. Allí mantenían las damas de compañía exclusivas. A mí no me interesaba la exclusividad ni nada de eso, con solo bailar era más que suficiente. Mika afirmaba que hacía bien en ocultar mi identidad, porque muchos de los hombres que frecuentaban el club eran personas peligrosas. No entendía mucho cuando se refería a eso. Igual me gustaba ponerme un antifaz antes de salir a bailar. Cuando acepté bailar, le avisé a Julie que me pondría uno. Como no se negó, aproveché. Desde entonces empecé a bailar con uno puesto, así ocultaba una parte de mi rostro.

Me senté en una silla frente al espejo. Mika llegó y se colocó detrás de mí para comenzar a plancharme el cabello. Con mi cabello no ocupaba mucho tiempo, ya que era un poco lacio, solo que el clima húmedo solía alborotarlo en algunas ocasiones. 

—¿Ya te he había dicho que tienes un cabello muy hermoso?

—Millones de veces.

—Bueno, pues no me canso de repetirlo. —Sí, lo recordaba—. ¿Hoy qué te pondrás?

—Un brasier, una falda verde con lentejuelas y zapatos negros de tacón corrido y abiertos, y no puede faltar mi antifaz verde esmeralda de lentejuela.

—Guau, ahora sí vas a brillar con ese verde brilloso.

—Es lo que quiere Julie. —Resoplé. No sabía por qué me pidió que me colocara esas prendas el día de hoy.

—Ni modo, hay que hacerle caso a la jefa.

Después de peinar mi cabello, me ayudó con el maquillaje. Luego fue mi turno de hacerlo con ella. Siempre nos ayudábamos entre nosotras. Además, era el único momento que teníamos para charlar de nuestras cosas.

—Es sábado, y eso quiere decir que será una buena noche —comentó Mika con una generosa sonrisa—. Hoy me toca salir primero a mí, así que deséame suerte. Espero ahora si encontrar a mi millonario esta noche. —Me guiñó el ojo.

—No la necesitas, siempre lo haces de maravilla —le aseguré y levanté mi pulgar.

Mi amiga siempre había estado esperando a su príncipe millonario, ansiosa porque llegara ese hombre a su vida para sacarla de este mundo. Según ella, no le importaba el amor. Su idea era otra en su camino, pero ese era su sueño o su meta por querer cumplir algún día. Podría decir que ese era el sueño de muchas chicas que trabajan aquí, algo muy distinto al mío. Mi sueño era terminar mi carrera como médica y así poder ayudar algún día a las personas con cáncer. Curarlas sería magnífico. Era con lo único que soñaba para mi futuro. No necesitaba un hombre millonario ni tampoco lo quería, yo sola podía salir de donde estaba sin necesidad de casarme con un rico. Siempre había dicho que yo sola podía lograr todo lo que me propusiera en la vida. No juzgaba a mi amiga y a las otras chicas, cada quien pensaba a su manera. La forma de pensar de ellas era muy distinta a la mía.

Mika salió después de despedirse, pero antes de irse volvió a pedirme que le deseara suerte. Le eché porras, como siempre acostumbraba hacerlo todas las noches. 

Mi actuación venía luego de la suya y de otras dos chicas, así que todavía se demoraría mi actuación de baile. Aproveché para sentarme en uno de los sillones que estaban en el camerino y me puse en mi celular para mensajearme por W******p con mi hermana. Quería saber cómo estaba mi madre. Cuando tenía una oportunidad como esta, me la pasaba preguntándole a mi hermana cómo estaba mamá. Algunas veces me regañaba por estar pregunte y pregunte. Como sabía que mañana no madrugaría para ir a trabajar, le envié mensaje a esta hora. Si no, no la hubiera molestado. Después de decirme que todo iba bien en casa, dejé de molestarla más y me puse a jugar un jueguito que mi sobrinita me había instalado. En algo tenía que matar el tiempo que me sobraba. No merodearía por el club, no me arriesgaría de ese modo, aunque podía salir disfrazada con una gabardina y una gorra para así poder ir a la barra de bebidas y charlar un poco con Tomás y Roy, que eran los bármanes.

Me puse de pie. Decidí hacerle caso a mi loca cabecita y salir un rato de ahí. En este momento la mayoría de las chicas se encontraban en el salón. Unas estaban de compañía con algún cliente, mientras que otras bailaban en las demás pistas pequeñas, así que me hallaba sola en el camerino. Agarré una gabardina negra y una gorra del mismo color, que con cuidado coloqué en mi cabeza para no despeinarme. Ya lista, salí de ahí. Antes de llegar al salón, ya se escuchaban los gritos, las risas y las voces de varias conversaciones, y eso era señal de que el club estaba atestado de muchas personas. Al llegar al bar, les sonreí a los chicos y comencé a platicar con ellos. Me regalaron un vaso de agua después de reírse de mí por andar de incógnita en el club. Entretanto, me platicaron de Mika, del cómo bailó esa noche. Lo único que pensé era que tal vez ya había encontrado a su hombre millonario. Me dio risa al recordar eso. Esa chica sabía lo que quería y no lo dejaría ir.

Entre charla y charla se fue el tiempo volando y ni cuenta me di. Miré la hora en el reloj de pared que estaba en el bar y me levanté para marcharme, no sin antes agradecerles a los chicos por la bebida y por la buena charla que tuvimos. Me despedí de ellos y me alejé casi corriendo. Giré a la izquierda para salir del salón e ir de nuevo al camerino. Cuando di unos pocos pasos más, sin alcanzar a llegar a mi destino, me tambaleé en mis tacones al chocar con alguien. Cuando creí que iba a aterrizar en el suelo, sentí que esa persona con la que tropecé me alcanzó a tomar de la cintura y evitó mi caída para no hacerme daño. Por un lado, me sentía aliviada al darme cuenta de que me había salvado, pero, por otro lado, recordé que un desconocido. Aun así, alcé la cabeza para ver a mi salvador. Me encontré con los ojos más hermosos nunca vistos en mi vida. Era de un tamaño perfecto y grises, pero lo que más me llamó la atención era ese algo extraño que determinaba su mirada, algo como misterioso y peligro. El hombre estaba muy cerca de mi rostro, demasiado, diría yo, pero eso me hizo notar con detalle su rostro. Era un hombre muy atractivo, de cabello negro peinado hacia atrás, con un semblante serio, con una nariz perfilada, labios asimétricos y una barba bien afeitada y cuidada. Su mandíbula se distinguía bien y era tan perfecta como todos sus rasgos. Me resultó muy guapo, pero lo que más me gustó fue su mirada, sus hermosos ojos, aunque en ella se atisbaba algo de oscuridad. ¿Cómo podía gustarme algo así?

Mi cuerpo siguió pegado al suyo. Él aún me sujetaba con su brazo. Me congeló esa mirada y ese rostro me dejó perdida. Me observó como si quisiera grabarse algo en la mente. No logré moverme y la respiración se me cortó por un instante. No entendía por qué me sucedía esto con un desconocido, con un hombre que no sabía quién era. Apenas me percaté de que perdí la gorra que traía puesta sobre mi cabeza, lo pude comprender cuando me detalló con sus ojos; pasó de mi cara a mi cabello. Y ahí fue cuando me hice la pregunta: «¿Será un cliente?». De solo pensar así me estremecí. Siempre quise huir de este tipo de hombre, de esos que con solo verle el rostro gritaban peligro.

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