Leí esas líneas una y otra vez, intentando descifrar el significado oculto tras ellas. Algo me decía que contenían más de lo que parecía a simple vista.—No puede ser… —susurré al terminar de leer el pequeño párrafo. Entonces supe, con certeza, que esa “Joven de las rosas”, como la llamaba Ángela, era Estefanía—. Así que no solo te aparecías en los sueños de Victoria, también lo hacías con su madre… Pero ¿por qué?No perdí tiempo y continué leyendo:Hoy nos entregaron los exámenes de Alberto. Me partió el corazón saber que los resultados no fueron favorables. Aunque deseo fervientemente ser madre, la infertilidad de mi esposo no será motivo de alejamiento entre nosotros. Todo lo contrario: este obstáculo solo fortalece nuestro amor.—Eras una buena mujer, Ángela… No merecías morir de la forma en que moriste —murmuré, cerrando los ojos mientras pensaba en Victoria y en el dolor con el que había crecido, sintiéndose culpable por la muerte de su madre.Seguí pasando las hojas del diario
12 de junio de 1997Creí que regresar a mi tierra me daría paz, pero me equivoqué. Las alucinaciones han empeorado. En cada sombra, en cada reflejo, veo el rostro del doctor O’Sullivan suplicándome que vuelva.Alberto me llevó con un ginecólogo de confianza, un amigo suyo de la infancia, lo que al menos me hizo sentir un poco más segura. El doctor Gustavo Bustamante me examinó minuciosamente y aseguró que el procedimiento había sido un éxito. Pero su expresión cambió cuando le mencionamos la fecha de gestación.—Debe haber un error —dijo con el ceño fruncido—. El feto que veo en pantalla no corresponde a once semanas. Por sus características, diría que tiene al menos catorce. Es decir, no llevas tres meses de embarazo… sino casi cinco.La noticia nos golpeó como un mazazo. ¿Cómo era posible? El procedimiento se realizó el 26 de marzo. Las fechas no cuadraban. Alberto estalló en furia. Habló de demandar a O’Sullivan, de exigir respuestas. Incluso me pidió que terminara el embarazo. Per
VictoriaEran las nueve de la mañana cuando partí de casa de mi abuela con Abby. No quería dejar a Tristán en el santuario, pero Yahadet y Bacco insistieron en que lo harían por mí. Me dieron su palabra de protegerlo de los oscuros y reforzar la seguridad de su apartamento con sus rituales, asegurando que ningún oscuro pudiera entrar. Sabía que no mentían, pero algo dentro de mí me decía que algo no iba bien.—¿Tristán y tú ya son novios? —La pregunta de Abby me sacó de mi ensimismamiento.—Sí, he decidido darle una oportunidad.Abby sonrió.—¿Qué te causa tanta gracia? —pregunté, notando su expresión divertida.Mantenía la vista en la carretera, con una mano en el volante.—Solo pensaba que, gracias a Dios, soy yo quien está manejando. En el estado en el que te encuentras, serías capaz de atropellar a cualquier inocente.—No exageres, Abby.—No exagero, Vicky. Pero bueno, dejando las bromas… dime, ¿no te parece injusto usar a Tristán como un muro de contención?Fruncí el ceño.—No lo
Adrián.Tenemos una conversación pendiente, dijo Romina en cuanto me vio salir de la habitación donde mantenían recluido a Alyan.—No estoy de humor para esto —respondí, intentando contener la poca paciencia que aún me quedaba.Romina sonrió, pero en su gesto había más tristeza que ironía.—Claro, no estás de humor… porque yo no soy ella.—Romina… —murmuré, tomando aire antes de continuar—. No sé si te has dado cuenta, pero detrás de esa puerta está Alyan, luchando contra el veneno que Luthzer le inyectó.—¡Por supuesto que lo noté! —exclamó, con la voz quebrada—. Y más aún cuando Alyan ha sido tan bueno conmigo. Pero eso no cambia nada, Adrián. No puedo seguir callando lo que siento. ¡Estoy herida! ¿Cómo te atreves a poner a esa maldita oscura por encima de mí?Su voz se alzó en un grito desesperado. La tomé del brazo y la alejé de la habitación donde Alyan agonizaba.—Voy a recordarte por última vez lo que siempre te dije: fui sincero contigo desde el principio. Aun así, elegiste co
Victoria.Mi padre había mejorado notablemente, lo que me brindó un respiro. Necesitaba tranquilidad para concentrarme y proteger la casa. Agnes y Abby me ayudaban a sellar la propiedad para impedir la entrada de cualquier otra sombra oscura.—Voy por un poco de limonada, muero de sed —anunció Abby—. ¿Quieren un poco?Asentimos. Cuando se marchó, Agnes percibió mi inquietud.—¿Quieres preguntarme algo?—¿Es tan evidente? —Intenté sonreír, pero ella solo arqueó una ceja con complicidad.—Digamos que disimular no es tu fuerte. Pregunta, sé que quieres saber de Adrián.Suspiré, sintiéndome expuesta.—No puedo negarlo. Soy una cobarde… Prometimos darnos un tiempo, alejarnos, pero me es tan difícil. Agnes, necesito saber de él.—Tranquila, está bien.—¿Y Romina? ¿Ella sigue con él? —Mi propia voz tembló al pronunciar su nombre.—No voy a mentirte. Ella sigue luchando por recuperarlo.Los celos me consumieron. Era injusto que ella ignorara todas las barreras mientras yo debía respetar la ab
Varios días despuésLa imagen de Adrián besando a Romina persistía como una daga en mi mente. Una tortura silenciosa, constante, que me arrastraba a una espiral oscura. Por más que luchaba por expulsarla, se aferraba a mí como un veneno.—No puedes seguir así, Victoria —dijo Abby, cruzando los brazos con el ceño fruncido.—Créeme que estoy intentando dejar ese mal momento atrás.—Vas a tener que esforzarte más. No te olvides de Tristán. Llevas días sin ir a verlo, y seguramente él ya lo sabe todo. Las “conexiones mentales” tienen esa desventaja…—No me lo recuerdes, por favor —musité con un nudo en la garganta—. No sé cómo enfrentar esa conversación.Abby suspiró y posó una mano cálida en mi hombro.—Sabes que puedo ver cosas a través de ti. A veces son claras, otras no tanto. Pero hay algo que no logro descifrar del todo: tus sentimientos. ¡Eres un caos, Victoria! A veces creo que realmente te gusta Tristán. Tus gestos, tu cuerpo, te delatan cuando estás cerca de él… pero todo cambia
Las palabras que escupía su boca eran como puñales, dirigidos con cruel precisión al centro exacto de mi dolor. Aun así, tenía que admitirlo: Tristán tenía razones para estar herido. Pero eso no hacía que doliera menos.Intenté resistir el golpe, fingir fuerza ante su desprecio.—¡Si soy tu perdición, Tristán Palacios, entonces debiste haber construido murallas más altas para mantenerme lejos! —repliqué con rabia temblorosa, tratando de igualar su tono cortante, aunque por dentro me destrozaba.—Dices que me amas, Victoria, pero eso no es amor —respondió con una amargura que caló hondo, como si cada palabra se le clavara también a él.—¿Crees que sabes lo que siento? ¡Que exista una conexión entre nosotros no significa que conoces mi alma! —estallé, y por fin, Tristán me miró. Sus ojos se posaron sobre mí, pero no encontré en ellos piedad.—Eres inestable. Y yo… yo solo soy el refugio al que acudes cuando estás rota. Quiero pensar que algún día seré el hombre al que elijas sin dudas,
Mi boca permanecía sellada, mientras que dentro de mí, una marea de espasmos y ansiedades se agitaba con fuerza. Tristán estaba a mi lado, sus manos colocadas de manera posesiva: una sobre mi pecho, la otra en mi cintura. Aunque no habíamos cruzado la línea de la intimidad, no podía evitar sentirme vulnerable, una sensación que bordeaba la vergüenza.—Estás muy callada —susurró, sus labios rozando mi cuello, como si esas palabras fueran el preludio de algo mucho más profundo.—Debes pensar que soy una niña inmadura… alguien incapaz de manejar lo que podría suceder —murmuré, casi sin aliento. Tristán me giró suavemente hacia él, nuestros rostros quedando a escasos centímetros, intensificando la carga de deseo que ya nos envolvía.—No pienses en eso. Mi vida es tuya, Victoria. Te pertenezco… y sé que tarde o temprano, tú también me vas a pertenecer. Nunca lo olvides —dijo con una voz tan suave y envolvente que casi sentí como si me absorbiera por completo. Elevó su mano y acarició mi