Requiéscat in pace
Requiéscat in pace
Por: M. Fregoso
La visita

Antes que nada quisiera agradecer a mi buen amigo Mario Granillo, ya que sin sus críticas y constante apoyo esta obra jamás se hubiera realizado.

Capítulo 1

La visita

Héctor había decidido que no haría carta alguna, no quería ni pretendía despedirse de nadie, no quitaría culpas por que no las había, al fin y al cabo era su decisión, una a la que había llegado tras meditarlo durante bastantes meses pero que había nacido muchos años atrás.

-Parece que todo está listo –pensó.

Elevo una de sus piernas para poder subirse al banquillo, tomó la soga y la pasó por una de las vigas para después hacerle un nudo corredizo, se lo colocó al cuello y con ayuda del pie dio una patada hacia atrás para derribar su base y dejar que la gravedad hiciera el resto del trabajo. Sin el banco sosteniendo su peso la cuerda le cortó la respiración rápidamente, colgado y sin poder inhalar algo de aire la mayoría hubiese entrado en desesperación, pero él era consciente de que su mayor deseo estaba por cumplirse. Los signos de un desmayo empezaban a hacerse evidentes cuando su cuerpo se precipitó furiosamente contra el suelo; abrió la boca rápidamente para dar una bocanada del precioso aire que sus pulmones exigían, tosió y tosió durante un par de minutos, mientras desorientado miraba la cuerda que se encontraba rota, lo cual no tenía mucho sentido, pero observándola más de cerca lo tenía aún menos pues se notaba desgastada a pesar de ser nueva, como si hubiera pasado meses o años a la intemperie.

-¿Por qué hiciste eso Héctor? –dijo una voz cantarina y casi burlona.

Todos los vellos de su cuerpo se erizaron al unísono, pero Héctor guardo la calma y observo en derredor para averiguar de dónde provenía la voz que no debería estar ahí. Poso la mirada en una esquina de la habitación, había un niño de tez blanca como la nieve, con ojos y cabello negros como el carbón; estaba totalmente desnudo y en cuclillas.

-¿Qué haces aquí niño? ¿Y quién eres? –preguntó Héctor.

-Para fines prácticos puedes llamarme “D”.

-¿D?

-Por el momento dejémoslo así ¿te parece bien?

-Pues no, no me parece bien, dime quien eres.

-No tengas tanta prisa Héctor, te lo diré a su tiempo, además no es bueno hacer preguntas de las que no quisieras saber la respuesta –contestó el niño.

Inmediatamente se levantó y caminó hacia un sillón, con cada paso su cuerpo sufría una metamorfosis, para cuando llegó al sillón se había convertido en una mujer de rasgos muy finos, aunque seguía manteniendo su palidez y sus ojos negros penetrantes.

-Entonces… ¿Por qué lo hiciste?

Héctor quedó boquiabierto ante aquel acontecimiento, aun así mantuvo la compostura.

-¿Te refieres a colgarme? –preguntó.

-Así es –respondió el visitante.

-Quería pegarme un tiro, pero me faltaba el arma y el valor.

-Evidentemente no era el valor para acabar con tu vida.

-No, miedo al dolor que podría causarme si erraba el tiro.

-Que inteligente, después de todo ni para colgarte hiciste un buen trabajo ja ja ja.

Héctor puso una cara furibunda.

-Calma muchacho, calma, después de todo no fue culpa tuya, algo tuve que ver yo con eso –dijo su visitante en tanto sostenía un nuevo cambio, esta vez adoptó la forma de un anciano delgado y calvo, pero sus ojos seguían manteniendo su peculiaridad.

-¿Qué eres? –quiso saber Héctor.

-¿Qué soy? Esa es una buena pregunta, soy una entidad que existe desde los albores de la vida.

-¿Y por qué estás aquí?

-Por ti.

-¿Por mí? Que tengo yo que pueda interesarte.

-Nada, no eres tú el que me interesa, solo hay algunas cosas que me gustaría entender.

-Pero si no estás interesado en mí ¿Por qué te encuentras aquí?

-En realidad el hecho de que yo esté aquí, no es nada más que una casualidad, mis intenciones coincidieron con tu intento de suicidio nada más. ¿Por qué los humanos siempre quieren sentirse especiales?

-La humanidad es una mierda.

-¿Ah sí? ¿Por qué lo dices? –interrogó el visitante con curiosidad.

-Solo hace falta ver a tu a tu alrededor para darse cuenta, demasiadas víboras, cerdos y zorros.

-Ja ja ja es interesante que hagas una analogía como esa, después de todo el humano comparte un descendiente en común con los monos, animales al fin y al cabo.

-Somos animales, de eso no me cabe duda. Pero a ti ¿qué te importa nuestra existencia?

-Me importa porque mi labor en gran parte está dedicada a ustedes.

-¿Y qué labor es esa?

-La muerte –respondió con voz solemne la entidad.

-¿Tú… eres la muerte?

-He tenido muchos nombres, me han llamado Azrael, Mictlantecutli, la noche eterna o el desconocido, aunque en estos tiempos solo me llaman Muerte –y mientras decía esto el anciano desapareció para dar paso a una túnica totalmente negra, de aspecto desgastado que no dejaba ver ninguna parte de su cuerpo, la capucha que llevaba cubría su cabeza y en la espalda se extendieron unas alas como las de un cuervo, y ahí sentada donde estaba, una guadaña comenzó a materializarse de la nada, su mango parecía estar hecho de hueso tallado con múltiples cráneos.

-¿Viniste por mí? –preguntó Héctor algo asustado.

-Ja ja ja no digas idioteces –río la muerte divertida.

-¿Por qué te ríes?

-Porque eres demasiado tonto, para cumplir con mi trabajo no tengo que hacer tanto teatro, aunque debo admitir que me gusta un poco el drama. Antes era más eficiente y apegado a las reglas. Sin embargo y aunque no tengo la necesidad de estar contigo en este lugar, como te había dicho hay cosas que quiero entender, tú te ibas a quitar la vida, pero no es tu momento y por más que pareciera que tienes libre albedrio, tu no decides cuando mueres, por eso corté la cuerda.

-¿Entonces quién lo decide? ¿Tú?

-No, ni siquiera yo puedo. Cada ser vivo sobre la faz de la tierra nace con la muerte adentro, en tu caso por ejemplo podría encontrarse en tu hígado, que algún día dejará de funcionar, tal vez en tu corazón que va a detenerse en un paro cardiaco, inclusive podría estar escondido en un cáncer o sida que aún no se ha desarrollado en tu interior pero que terminará por matarte. Las opciones son infinitas muchacho.

-Entonces tú no lo decides, pero lo sabes ¿cierto?

-Si soy poseedor de ese conocimiento. Sé cuándo, cómo y dónde ha de morir cada ser viviente. Y solo por si acaso, ni siquiera lo intentes, no te voy a decir nada de ti, ni de nadie.

Héctor agacho la mirada.

-Son tan obvios, intenta no aburrirme pues pasaremos algún tiempo juntos.

-¿Algún tiempo? ¿Cuánto?

-No es necesario que lo sepas.

-Cuando ese tiempo termine ¿Qué pasará?

-No tiene importancia.

-¿Es que no hay nada que puedas decirme?

-Puedo decirte porque estoy aquí.

-¿Por qué?

-Para apoderarme de tu cuerpo y vivir la vida que pretendías desperdiciar.

Héctor mostró gran asombro ante las palabras de Muerte y estaba a punto de entrar en pánico cuando escucho como está se desternillaba de risa y lo señalaba burlona.

-Debiste ver la cara de idiota que ponías –dijo Muerte entre carcajadas.

-¡Acaso solo viniste a burlarte de mí! –le espetó Héctor.

-No, pero la oportunidad de tomarle el pelo a un idiota no debería desperdiciarse.

Héctor colérico levanto una mancuerna que había botada en el suelo y la arrojo con todas sus fuerzas contra el visitante no deseado, sin embargo el objeto atravesó su blanco y fue a estrellarse contra la pared dejando un hoyo en está.

-Cualquier intento como muchos otros antes que el tuyo son inútiles, soy intangible e invisible para cualquier forma de vida, a menos que yo decida lo contrario.

-Deja de tratarme como retrasado, suficiente tengo con estar aquí contra mi voluntad ¡como para todavía tener que soportarte! –le reclamo Héctor.

-Pobre, pobre criatura  ¿crees que treinta y seis años son demasiados? ¿Que no puedes seguir? Imagina cuántas cosas no he vivido yo que estoy aquí desde el principio de todo.

-¿Tú qué puedes saber? Si no sufres de hambre, de frío, que no conoces el dolor; que nunca has perdido a nadie, que no piensas en el mañana pues tu existencia es eterna ¿Qué sabes del dolor que es vivir, estando muerto?

Entonces Muerte que hasta el momento llevaba sentada en el sillón todo el tiempo, se levantó extendiendo sus alas en toda su envergadura y aquella imagen era terrorífica, Héctor se paralizó al instante al ver la  dimensión de aquel ente, sabía que no lo mataría pues antes lo había impedido, pero no por ello el miedo que imponía era menor.

-¿Qué se yo? ¡Se más de lo que crees insolente! ¡Fui creado para acabar con la vida! ¡Estoy aquí para terminar con la belleza, la fealdad, la inteligencia, la bondad, la terquedad y cualquier cosa viva! ¡Cumplo una tarea impuesta por alguien superior a mí! ¡A quien estoy obligada a obedecer en contra de mi voluntad! ¡A quien no le importa si lo que hago me gusta o no! ¿Qué se yo? ¡Sé tantas cosas que no me gustaría saber! ¡Se tanto que me tortura! –la voz de Muerte sonaba cruel e iracunda, casi podía sentirse la vibración de sus palabras que rebotaban y lo penetraban todo.

-¿Y quién te obliga? –preguntó Héctor tembloroso.

-Dios –contestó Muerte que se dejó caer sobre el sillón nuevamente.

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