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Preciosa Mentira
Preciosa Mentira
Por: claudimas
Preciosa Mentira

Capitulo 1

¿Qué atrae a una persona a mitad de la noche? No importa, ni siquiera habría que pensar qué clase de gustos tiene, acabará llegando de una manera u otra al Coderex, atraído con la misma ensoñación que si escuchase al mismísimo Orfeo tocar.   

La oscuridad de la playa rocosa de fondo y el ruido de las olas, algo que para un sentimental sería un auténtico espectáculo de sensaciones, estaba siendo totalmente opacado por la animada música y las luces fluorescentes de colores que atraían la atención de cualquiera. Imitaciones banales de hojas de palmera adornaban las dos finas columnas que sujetaban el toldo del ruidoso y aparentemente inocente chiringuito, dándole un aspecto caribeño poco usual de una de las recónditas calas de Venecia.   

El aroma del mar no conseguía neutralizar el intenso olor a alcohol que portaba el Coderex nada más atravesaba sus dos puertas verdes completamente abiertas al público. Al entrar, una extensa barra decorada de los colores más intensos; de fondo, una amplia sección de las mejores botellas esperando satisfacer los cientos de cócteles que se ofrecían, a cada cual más elaborado, todos listos para amenizar la estadía y brindar la mejor de las experiencias.   

Si bien su nueva camisa hawaiana no le cerraba del todo, Diosdando hoy no podía dejar de sonreír, atendiendo tras la barra con esa sonrisa que casi nunca portaba; porque hoy, es viernes. Servía los mejores margaritas y combinados del país, a una velocidad tan impresionante que incluso podría resultar sobrenatural, su cuerpo rechoncho y levemente desgarbado, sudaba experiencia, y por qué no, pasión.   

Sus clientes, los que estaban repartidos por las mesas o de pie disfrutando de la bebida y la música, compartían un patrón de vestimenta, ropa amplia y cómoda, casual y desarreglada, típica de un día de playa. Quienes vivían en los alrededores cumplían una especie de ritual en su día a día: pasar un relajante día en la playa que culminaría a partir de las nueve de la noche, cuando el sol se ha ocultado y las luces del Coderex se encendían, dando paso a la cúspide de la diversión costera. Sin embargo, estos fieles clientes no son los favoritos de Diosdando, no son aquellos que le sacan una verdadera sonrisa. Por supuesto que no.   

-¡Bienvenidos al Coderex! - saludó desde la barra sintiendo ahora la codicia discurrir por sus venas. - Espero que pasen una agradable velada.   

Un hombre y una mujer, anónimos para Diosdando, pero por su vestimenta inmaculada y elegante, sin conocerlos se habían ganado su atención. De forma automática preparó dos pequeños vasos con la cantidad justa de whisky mientras les señalaba la puerta negra a la que ningún cliente regular tenía intención de entrar, sin embargo, salvaguardaba el corazón del Coderex.   

Los tacones y zapatos de todo aquel que entraba por esa puerta resonaba en el silencio, siendo increíble cómo a pesar de estar a diez centímetros del inocente y ruidoso chiringuito, el sonido no conseguía penetrar en las oscuras y parcialmente iluminadas escaleras. El color morado de neón en pequeños alójenos acompañaba a cada recién llegado hasta alcanzar la planta baja, donde una música suave y puramente adictiva envolvía el lugar. Sin ventanas pero con el suficiente espacio para no chocarte con nadie, con una luz tenue que contrastaba la predilección por el negro y rojo de decoración, se abría ante cada exclusivo cliente un amplio abanico de posibilidades donde pasar la más agradable e intensa de las veladas.   

No tan rápido preparando tragos como Diosdando, pero sí mejor vestido acorde con el lugar, estaba Hercules, la otra cabeza pensante de aquel negocio, portando la misma sonrisa codiciosa de su compañero cada vez que veía a alguien más entrar. Estaba orgulloso de lo que habían logrado formar todos estos años, muchísimo, y es que cuando se juntan dos personas con la misma pasión para los negocios y la mente liberada, nada puede ser un obstáculo. Con un gran local como es el Coderex, se sentían en la cima del mundo.   

Observó complaciente a sus dos hijos, Franchesco y Marco Rotonda, quienes gozaban de tal parecido entre ellos que cualquiera podría confundirse, pero no lo suficiente para ser considerados gemelos. Los Rotonda se habrían paso entre la gente con una destreza y rapidez envidiable, pasando con la mirada en alto y sin centrarla en ningún cliente que no requiriese su atención, siguiendo al pie las órdenes de su padre.   

-El Coderex les da la bienvenida - saludó Franchesco llevándose la mano izquierda al pecho como saludo, tratando de parecer lo más formal posible. - Tienen como cada día cualquier sección disponible para ustedes. Hoy por ser viernes, pueden apostar en nuestra carrera semanal, la apuesta mínima son mil quinientos euros.   

-Recordamos que no está permitido grabar, tomar fotos, molestar a otros clientes ni atacar, menospreciar y/o herir a los trabajadores - recitó Marco Rotonda de carrerilla. Los primeros meses, tenía un pequeño papel para no olvidarse de nada, ahora, es un total experto. - Si necesitan algo, los Rotonda estamos a su entera disposición.   

   

-Y recuerden: aquí el producto es el alcohol y el dinero que corre en las apuestas - puntualizó Franchesco con una sonrisa peligrosa. - No los empleados.   

Se separaron dejando a disposición de los nuevos clientes toda la exclusividad del Coderex, un club nocturno donde siguiendo las bases del libertinaje, la sexualidad, la fiesta y el éxtasis de las fiestas divinas relatadas en los mitos, podías alcanzar el cielo.   

Entre los hombres y mujeres trajeados circulaba gente con menos ropa, atrayendo miradas lascivas tan rápido como las pequeñas plataformas donde bailarines actuaban cada noche dispuestos a ofrecer un buen espectáculo. No se pagaba entrada, ni siquiera para usar una de las cuántas habitaciones que se ofertaban por si algunos necesitaban más intimidad en cualquier ámbito. Como todo club nocturno, los ingresos del Coderex corrían a cuenta de las caras y exclusivas bebidas, que junto a una sección amplia de placer visual, eran consumidas muy regularmente.   

A pesar de la capucha que cubría todo su revuelto pelo y sus característicos ojos verde jade, Juan Moreno pudo ver tras esa sonrisa falsamente amable de su jefe Diosdando con sus clientes, una mirada colérica de enfado al darse cuenta de que de nuevo, llegaba con el tiempo justo.    

-Señor... - el hombre levantó la mano sin querer escuchar otra nueva excusa de Juan.      

-Te queda media hora, Abasi Martinez. Date prisa y hazme ganar dinero.     

Porque sí, es lo único que le importaba. Nunca se enfadaba con Juan, jamás le había gritado aunque ocasiones había tenido, porque aquí en el Coderex, Juan Moreno es el diamante en bruto que mantenía a flote cada viernes la parte oculta y para nada legal del local.       

Hacía un año que se había rendido de repetirle a Diosdando cuál era su verdadero nombre, ni siquiera sabe si se equivoca aposta o simplemente es sumamente despistado, lo único que sabe con certeza es que se ha convertido en su pseudónimo ideal para que nadie le relacione con este fraudulento negocio. Sospechaba que al igual que Hercules, Diosdando tendría otro nombre, uno más común, pero nadie lo sabía, hasta entre ellos se llamaban como los antiguos dioses griegos en conversaciones privadas -sí, no es que Juan sea cotillo, pero es un claro ejemplo de estar en el lugar adecuado en el momento equivocado -; sea como fuere, es una ventaja, el día en que clausuren este local a nadie le interesará que sepan su verdadero nombre, no pueden llevar una vida normal si saben que frecuentan el Coderex. En la actual sociedad, la imagen lo es todo.   

   

Como siempre que atravesaba lo más profundo del Coderex, Juan mantuvo la mirada baja, ignorando la música y a las personas que estaban ahí. Primera y única regla para ellos: no te quedarás mirando, limítate a tu trabajo. Sinceramente, Juan no se llevaba bien con las reglas, desde pequeño aunque no fuese intencionalmente, siempre se veía envuelto en algún problema, pero aquí en este local, no le costaba ajustarse a las exigencias de sus dos jefes. No estaba interesado en mirar de más, al contrario de lo que pensaría cualquiera que supiese que merodeaba frecuentemente por el Coderex, no se sentía cómodo viendo cómo las manos de los asistentes se cuelan sin ningún pudor en el cuerpo de otros, tampoco chocarse con algunos apurados en pedir una habitación; Juan no es el típico chico que encontraba esas prácticas atractivas.   

-Ya pensábamos que no llegabas - comentó Franchesco junto a su hermano nada más Juan entró a la pequeña sala reservada para los trabajadores. - Estaba pensando que Marco nadase en tu lugar ¿crees que igualaría tu marca?   

-Estoy seguro de que quedaría el primero, empezando por detrás - respondió Juan de forma burlona al momento en que Marco paraba de contar el dinero para protestar. - ¿Cuánto hay hoy?   

-Por ahora, veintiséis mil quinientos - sus ojos azules resplandecieron en codicia como los de su padre, Hercules. - Hay por lo menos once que han apostado por ti.   

-Por eso te toca perder hoy, Abasi - entró Hercules saludando con un rápido asentimiento al resto de personas que habían en el vestuario. - Empieza leve, trata de mantener la tercera posición, en las dos últimas vueltas sácale ventaja al que irá primero, róbale la posición.   

-Y al final finjo un calambre o que me he chocado con alguna roca - completó Juan sacándole una sonrisa a su jefe. - ¿Grito de dolor o simplemente me hundo?   

-Grita, hay más gente que nunca, necesitamos un buen espectáculo - palmeó su espalda. - No tardéis.   

-Sigo diciendo que podemos esconder una aleta de tiburón con control remoto - sugirió Marco. - Imaginaos todas las caras de susto de los ricachones al ver que pueden perder su dinero porque un depredador se come a su caballo de carreras.   

-Sería delfín de carreras, los caballos no van por agua - especificó.   

A pesar del atractivo de explotar los placeres sexuales en los muros y la intimidad del Coderex, las apuestas son el principal espectáculo, si tenías la fortuna de resultar ganador, puedes sacar una muy buena tajada que te alegrará más la noche que cualquier placer visual y sensorial cumplido.   

Hercules le parecía un auténtico ladrón, o más bien un estafador. Ni siquiera entendía cómo las personas seguían viniendo a apostar aquí, no había que ser muy inteligente para saber que en un negocio donde lo único legal es el pequeño chiringuito de cócteles de la entrada gobernado por Diosdando, lo que menos se podía esperar es una carrera limpia. Del tiempo que llevaba aquí, quizás veinte carreras habían sido totalmente limpias donde el ganador sí que se decidía en el agua y no en tierra antes de comenzar. De todas ellas, Juan había ganado al menos quince.   

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