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Lee libros, no camisetas - Parte II

“Como especie somos esencialmente dementes. Si juntas a más de dos en un cuarto, elegimos un bando y empezamos a soñar motivos para matarnos.”

Stephen King.

(1947-Actualidad)

Escritor estadounidense de novelas de terror,

ficción sobrenatural, misterio, ciencia ficción

y fantasía.

El Muelle de la Armada era un antiguo centro de entrenamiento militar que en la actualidad con sus veinte hectáreas le regala a Chicago un gran parque recreativo. Este es un icono de la ciudad, donde cualquier visitante debía hacer una parada obligada para apreciar la cantidad de atracciones espectaculares que experimentar.

La noria es mi favorita, con quince pisos de altura me hace sentir en las nubes, y al bajar la mirada apreciar la increíble vista de la ciudad y el lago Michigan, es una sensación de las más asombrosas.

—¿A dónde vamos primero? —pregunta Matt al llegar. Mi mente vuela emocionada, hay tantas posibilidades.

—Creo que mejor vamos a pasear y a medida que vayamos caminando, elegimos donde ir. —comenta Rose en respuesta. Y asiento de acuerdo con ella.

El clima es maravilloso, hace frio, aunque no tanto. Y las nubes grises están ahí cubriéndonos un poco del sol.

Me adelanto dejándoles privacidad a los enamorados. No estoy en contra del amor, sin embargo, no he encontrado mi mitad así que no me gusta que Rose y Matt lo presuman delante de mí, tampoco estoy apresurada por hallarlo, pasará cuando tenga que pasar, y si no… todavía puedo ser la vieja de los gatos, o en su defecto, de las plantas.

Soy la tercera rueda de esta bicicleta y ya no se siente bien, aunque no me quejo, ellos no me hacen sentir de más, incluso se comportan cuando estamos juntos.

Veo un puesto de helados, y casi corro hacia él. Amo el helado aunque no sea época de helados, me compré uno. Delicioso, y frio.

Camino, miro las atracciones y las personas se ven felices. Si este momento tuviera soundtrack tiene que ser Don´t You Worry Child de Swedish House Mafia.

Giro para localizar a Rose y Matt y ya no están. Y casi me siento agradecida por eso. Camino otra media hora, observo las atracciones con ganas de subir a la noria, aunque no quiero subir sola.

Termino paseando por el espectáculo de Chicago Flower & Garden Show. ¡Cielos, es increíble tanta hermosura en una sola sala! Hay flores de todos tipos y colores; calas, crisantemos, girasoles, las rosas que no pueden faltar y muchas otras que apenas reconozco. Durante la caminata busco entre todos los tulipanes, pero no veo uno azul como el mío. Me siento especial de alguna manera, tengo algo que nadie más tiene. Y sonrío como una tonta.

Me quedo maravillada con las exhibiciones, las fuentes son asombrosas, quiero una para mi vivero. Y quiero hacer del vivero un verdadero jardín.

Estuve horas de paso por aquí y por allá en la exhibición, vi un sinfín de plantas ornamentales, compré un bonsái de cerezo en una sección de la exposición que se llama “Wonderland”, y si el gato de Cheshire aparece por allí no dudaría de que fuese real.

Cuando creo que ya pasó bastante tiempo rondando el lugar, mi celular vibra. Un mensaje.

Matt:

¿Dónde estás?

Yo:

Exhibición de flores.

Matt:

Rose quiere irse. Parece que se enfermó. Llamaré a mamá, la llevaré al hospital. ¿Estarás bien sola?

Yo:

Estaré bien, comeré algo y regresaré a casa.

Matt:

Nada de mariscos, fue eso lo que comió Rose. Cuídate Bee de mi bee-da.

Yo:

Siempre. Te amo gusano.

Y guardo el celular de nuevo en mi bolsillo, y me dirijo a la zona de restaurantes.

Entro a uno que pinta bien desde afuera, rustico y acogedor. Consigo una mesa para dos vacía, y espero que vengan por mi pedido.

Un chico guapo, muy guapo para estar tranquilo caminando por las calles se dirige a mi mesa.

¿A mi mesa?

A medida que se acerca lo observo con más detalle. Alto, cabello negro, unos ojos celestes súper claros ¿es posible ese color?, nariz respingona y una bonita barba que adorna su rostro, y sonríe con unos dientes perfectos, una hermosa sonrisa que transmite ternura y seguridad. Una mezcla extraña. Se para detrás de la silla que tengo en frente.

—Hola, ¿puedo sentarme? —pregunta casual, con voz profunda y cálida a la vez. Me quedo embobada al mirar ese tono de celeste en sus ojos. Como puedo asiento varias veces, él se sienta y me mira algo… ¿confuso?

—¿Me salió algo en cara? —pregunta divertido, puesto que no dejo de mirarlo.

—N-No, no… —me sonrojo, ¿cómo podía haberlo mirado así y que no se diera cuenta? Soy demasiado torpe —Estás perfecto eh… quiero decir, no tiene nada mal tu cara. —mi sonrojo se hace más intenso, ahora me arde la cara.

—Derek, y ¿tú eres…? Me disculpas si esperas a alguien, no hay más sitio. —Miro a las otras mesas y en efecto se encuentran llenas.

—No, tranquilo. No espero a nadie —Sueno confiada, no sé si sea correcto decirle que estoy sola—, soy Maybee, pero me dicen Bee —continúo y le extiendo mi mano derecha, él corresponde al saludo mientras sonríe.

Una ligera sensación de electricidad pasa de su mano a la mía, se me eriza la piel. Él no parece darse cuenta, seguro fue mi imaginación, estar delante de un chico tan guapo no es algo que me pasa todos los días.

—Entonces, Bee, ¿ya vinieron por tu pedido? —indaga risueño.

—No, aún no. Apenas llegué.

 En ese momento aparece una camarera, con una libreta y anota nuestros pedidos. Además pedí una pizza pequeña para llevarle a mamá. Derek le dice su pedido, y la mujer le sonríe pícara y sale batiendo las caderas.

—Así que, ¿qué haces aquí sola? —pregunta sin anestesia. No es posible que sepa que estoy sola, mejor miento, no sé si es un psicópata.

—No estoy sola, vine con mi hermano, debe estar afuera. —ahí está mi mentira.

—Está bien, ¿interrumpo alguna salida familiar? —Se nota preocupado, frunce las cejas y ladea la cabeza.

—No, no. Él está con su novia por aquí cerca —vuelvo a mentir—, creo que pronto regresará por mí. ¿Y tú qué haces por aquí?

—Tenía hambre —se encoje de hombros—, y quería algo de diversión después de las tormentas.

—Ehm… sí, claro. —Y llegamos a un punto muerto donde no sabemos de qué hablar, estoy incomoda. No sé si puedo confiar en un extraño, miro a la ventana en busca de algo con que distraerme para pasar el momento incómodo, y hacer una retirada estratégica.

Regreso la vista al restaurante, y me encuentro con Derek que metió dos pajillas de las que estaban en la mesa en sus agujeros nasales, me sonríe y cruza los ojos. No puedo hacer más que carcajearme. Se saca las pajillas y trata de no reírse, me mira y pregunta:

—¿Ahora estás más cómoda?

—Sí, un poco. —digo, e intento contener la risa apretando los labios.

—Muy bien, gracias por la confianza y por dejarme sentar en tu mesa. —suelta un poco vacilante.

—No hay cuidado, Derek.

Llega la comida y nos disponemos a saciar nuestra hambre.

Me pregunto cómo hacen los chicos para comer tanto y mantenerse así, igual es Matt, come como un cerdo y no aumenta de peso, ¿a dónde se va tanta comida?

Terminamos de comer, y se ofrece a pagar la cuenta, insistí en que puedo pagarlo, no me deja, así que puse en la mesa una buena propina.

Salimos del restaurante, y no quiero irme del muelle sin subir a la noria.

—¿Así que lees mucho?

—¿Sí? Me gusta leer ¿Cómo lo sabes?

—Tu camisa —señala mi pecho. Olvidé que tengo puesta esta. La miro y sonrió.

—Me delata, ¿no? —Caminamos hacia la noria, subiré y no importa si lo hago sola. No perderé esta oportunidad.

—Sí, mucho —Sonríe cómplice—. ¿Piensas subir a la noria o son ideas mías?

—Sí, tengo intenciones de hacerlo, ¿cómo es que lo sabes? —No puede ser coincidencia, parece estar leyendo mi mente.

—Vamos directo a ella, Bee —dice de lo más casual, con un poco de condescendencia en su tono. Y tiene razón—, ¿estás segura de que tu hermano no se fue y te dejó?

—Segura, debe estar por ahí en algún lado —respondo, restándole importancia. Todavía no confío lo suficiente como para confirmar que Matt sí se fue, y aunque es temprano, los secuestros no tienen hora fija de ejecución.

—¿Tienes algún problema con que suba contigo? —vuelve a preguntar.

—No, en absoluto. ¡Vamos! —respondo con demasiado entusiasmo.

Al llegar a la base, pagamos los tickets, esta vez no acepto a que pague por mí. Dejo la caja de la pizza y el bonsái con el encargado.

Subimos a la cabina, y me siento ansiosa. Espero un momento hasta que el vagón se remueve y subimos. Mi corazón aletea presuroso. Amo esta sensación de casi tocar el cielo, y poder mirar la ciudad alejarse de mis pies. Es asombroso, increíble, Chicago se ve tan pequeño desde lo alto. Estoy extasiada.

Tanto que olvido que tengo compañía, no es hasta que siento que me aprietan la mano que recuerdo que subí con el extraño chico del restaurante. Lo admiro de nuevo, y en verdad es guapo, tan guapo que parece ridículo, y justo ahora se le ve aterrado.

—¿Estás asustado? —pregunto. Me sonríe de lado, inseguro, con una sonrisa forzada y responde.

—Casi quiero un abrazo y pedir ayuda. —Siento empatía, seguro es la primera vez que sube, y tal vez lo ha hecho por mí.

Lo abrazo, sin saber por qué, mi cabeza llega a su pecho y compruebo que no es mentira, está asustado, su corazón late como un caballo desbocado.

Se siente incómodo, sin embargo, es lo mejor que puedo hacer, estamos en lo más alto, y bajar tardará un rato más. Poco a poco separa de mi abrazo, me mira desde arriba, yo levanto los ojos a los suyos, y me sonríe.

—Gracias. —susurra. Nos miraos un momento hasta que se detiene la noria. Fue incómodo y cómodo a la vez. Pero sobre todo raro.

Casi lo obligo a voltear a ver la vista de la ciudad, no deja de apretarme la mano, creo que todavía le atemoriza ver a las personitas del tamaño de las hormigas.

La primera vez que subí me sentí igual de aterrada, sé cómo es esa sensación.

Miro la majestad de la ciudad a mis pies, me siento una reina, una poderosa heroína que puede salvar a la ciudad entera, al mundo entero si fuese necesario. Estar cerca de las nubes te da ese poder.

—Gracias de nuevo, es la primera vez que me animo —confiesa, mientras mira el paisaje, y confirmo mis sospechas.

—De nada, gracias a ti por acompañarme. —me responde con la sonrisa increíble que tiene.

Bajamos de la noria, ya se hizo un poco tarde y debo volver a casa. Gracias a Dios que se me ocurrió comprarle pizza a mamá, me mataría si llego tarde a casa sin nada para ella.

—De verdad, gracias por lo de la noria, Bee.

—No tienes nada que agradecer, no fue nada. —respondo con una sonrisa. Es gratificante ser parte de la experiencia de alguien de subir por primera vez a la noria.

No puedo permitir que piense que le mentí, pero por si las dudas, sostengo el bonsái y la caja de pizza en el mismo brazo, hago equilibrio aunque él intenta ayudarme, saco mi teléfono del bolsillo, y finjo que tengo un mensaje.

—Es mi hermano, se fue hace poco. —digo con el teléfono en las manos. Me ayuda a sostener la caja de pizza, y toma el teléfono de mi mano.

—Te dejo mi número, por si quieres sugerirme algún libro, algún día. —argumenta en tono de broma. Registra con rapidez su número y me regresa mi celular. No me parece un psicópata ahora mismo. ¿Cómo puede ser tan lindo y malo a la vez?

En todo el rato que esperamos un taxi para irme a casa, no dejó de darme las gracias por la experiencia de la noria.

Llega el transporte, y Derek me abre la puerta, entro y pone la caja de pizza en mi regazo. Me despido con una sonrisa que él corresponde.

Le doy la dirección del edificio al conductor, me doy cuenta de que el paisaje se oscurece, y se ven relámpagos a lo lejos, pronto comienza a lloviznar. Parece que de nuevo el cielo conspiraba, a pesar de eso, este día había sido… maravilloso.

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