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—¡Te dije que no!— volví a negarme con enojo.—¿A caso te has vuelto loco? ¿Es que no ves lo mucho que nos exponemos sí vamos a esa casa?

Hizo una mueca y cambió a Mía de un brazo a otro.

—He tomado todas las medidas, amor, no sucederá nada...

—¡Basta!— grité nuevamente haciéndo que Mía diera un leve saltito en sus brazos.— no quiero seguir hablando de estó.

Dicho esto giré sobre mis talones y empecé a caminar con rapidez hacia el jardín.

Cada día estaba más jodido ¿Es qué en serio no se daba cuenta que lo que estaba pidiendo era un total suicidio? Sí él quería irse allí, perfecto, por mí no había ningún problema, pero me llevaría a mi hija a otro lugar, uno muy lejos. No iba a volver a ponerla en riesgo.

Llegué él jardín solitario y me senté estrepitosamente en una silla, no había nadie, estaba perfecto para venir y ordenar mis pensamientos.

Habían pasado ya tres meses de lo sucedido en aquel taller, en poco Mía cumpliría cuatro meses el mismo día que su padre cumpliría treinta y uno.
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