El sonido del motor resonaba con suavidad mientras Alejandro conducía con precisión, sus manos firmes en el volante. A su lado, Elena observaba el camino con una mezcla de inquietud y anticipación. Había sido ella quien le pidió hablar, y Alejandro, astuto como siempre, había encontrado la excusa perfecta para que Leticia no se opusiera a que lo acompañara. Sabía que lo que Elena tenía que decirle era importante, de lo contrario no se habría atrevido a llamarlo desde el interior de esa casa. Y en esas instancias, no podían arriesgarse a ser escuchados por nadie más y tampoco había tiempo que perder.—Alejandro, ¿por qué la urgencia? ¿Qué pasa con Valeria? —Preguntó finalmente, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos—. ¿Por qué el médico quiere verme? Mariana o Clara ya me habrían avisado si algo grave estuviera sucediendo.Él desvió la mirada por un segundo hacia ella y luego volvió a centrarse en la carretera. Su expresión se mantenía serena, pero su tono fue firme
En medio de la conversación, Elena pudo percibir que Alejandro se aflojó un poco el nudo de la corbata y que sentía realmente cómodo con ella. Pero también sintió en él otras intenciones que iban más allá de una simple conversación para ponerse al día de como avanzaban las cosas dentro de la mansión Villalba. Se apartó un poco, sintiendo la intensidad de la mirada de Alejandro clavada en ella. En el fondo, deseaba quedarse también un poco más. Estar en su apartamento, en su espacio, la hacía sentirse segura, como si por un momento el mundo exterior y los peligros que acechaban se desvanecieran. Pero la realidad era otra: el tiempo apremiaba y no podían permitirse distracciones. Debían actuar cuanto antes.—Debo regresar a la mansión Villalba —murmuró, aunque sin convicción absoluta.Alejandro se acercó lentamente, con ese andar seguro y depredador que siempre la desarmaba. Su proximidad le erizó la piel. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, inclinó un poco el rostro, obligándola a
Elena sintió la mirada de Alejandro caer sobre ella con un peso devastador. Llegaron hasta el primer piso, Alejandro abrió la puerta desde adentro con la tarjeta y le dirigió un gesto cordial para que saliera ella primero. Sintió su mirada fija en ella mientras la escoltaba hasta la salida del hotel. Detrás de ella sus pasos eran firmes, su presencia imponente. Al salir, él la acompañó hasta llegar al vehículo que aguardaba por ella, Alejandro abrió la puerta trasera con una elegancia natural. Ella se sorprendió un poco; por un instante creyó que él mismo la llevaría hasta la casa Villalba. Sin embargo, Alejandro solo inclinó levemente la cabeza, invitándola a subir.—Me encargaré de todo, Elena —dijo con voz baja, pero firme—. Mañana nos vemos nuevamente.Ella solo asintió, observándolo por un instante más, como si intentara descifrar los pensamientos ocultos tras sus ojos oscuros. Finalmente, se acomodó en el asiento y permitió que la puerta se cerrara. Mientras el vehículo arranca
La cena transcurría en una aparente tranquilidad, pero en el aire flotaban las tensiones invisibles que solo aquellos más perspicaces podían notar. Leticia, aunque intentaba disimularlo, no se sentía cómoda con la presencia de Elena, y era evidente para cualquiera que prestara atención a sus gestos sutiles: la forma en que movía su copa con insistencia, la manera en que evitaba dirigirle la palabra directamente y por su puesto su mirada que no la dirigía hacia ella en ningún momento.El sonido de los cubiertos chocando contra los platos era el único ruido que dominaba el comedor, hasta que Leticia rompió el silencio con una voz cuidadosamente medida.—Mamá, invité a Alejandro a cenar con nosotros—anunció con fingida indiferencia, aunque su mirada se clavó de inmediato en Camila evitando mirar a Elena, estuvo detallando de reojo su reacción—, pero no pudo venir por asuntos importantes de trabajo.Camila, que mantenía una postura elegante y serena, asintió con una leve sonrisa.—Querida
El abogado que acompañaba a Alejandro Santoro era un hombre de una presencia realmente imponente. Alto, de porte elegante y mirada aguda, sus largos años de experiencia se reflejaban en cada gesto calculado y en la seriedad que irradiaba su semblante. Su nombre era Samuel Ferrer, un jurista de renombre, conocido por su habilidad para conseguir inmunidad y exoneración para sus clientes a cambio de confesiones reveladoras y testimonios clave en juicios de alto perfil. Por ser viudo desde hacía varios años, su vida estaba dedicada enteramente a la ley, y su ética inquebrantable le había otorgado tanto respeto como temor en los tribunales. Todos los que habían tenido la oportunidad o el privilegio de trabajar con él podrían asegurar sin temor a equivocarse que era un hombre incansable y apasionado por su labor.Cuando Samuel Ferrer cruzó el umbral de la majestuosa mansión Villalba acompañado de Alejandro, su mirada se posó de inmediato en Camila Villalba. No pudo evitar notar la distinció
Todos en la habitación se miraron unos a otros, el aire denso, cargado, como si en cualquier momento pudiera estallar una bomba. El silencio se convirtió en una presión invisible y sentían que le aplastaba el pecho a cada uno. Era tan palpable la tensión que incluso el leve crujido del suelo bajo los zapatos de Alejandro al moverse pareció un estruendo.Leticia estaba de pie, con los brazos cruzados, una mezcla de incredulidad, desconfianza y furia ardiéndole en la mirada. Camila se debatía internamente, luchando contra el miedo que aún le recorría la espina dorsal por la visita de Esteban Ríos. Elena y Alejandro cruzaron una mirada rápida, intentando encontrar un camino claro. Sabían que si Leticia interfería, si la presión emocional que pesaba en esos momentos sobre Camila la vencía, todo se iría al traste.—¿Alguien va a decirme qué está pasando? —insistió Leticia, dando un paso más al centro de la sala.Camila cerró los ojos un segundo. Respiró hondo. No podía echarse atrás. No ah
Cuando llegó la hora del almuerzo, escucharon un leve sonido de llamado, que causó sacarlos solo un poco del estupor que los embargaba a todos mientras escuchaban todo lo que estaba diciendo Camila Villalba. La puerta del salón se abrió apenas un poco. Leticia, con los ojos enrojecidos y el rostro endurecido por todo lo escuchado, asomó la cabeza apenas lo necesario para mirar a la empleada que esperaba su respuesta mientras le anunciaba que el almuerzo estaba listo para servirse.—Trae por favor café y agua —ordenó con voz firme—. Nada más por ahora. El almuerzo tendrá que esperar. Yo misma avisaré cuando deban servirlo.—Sí, señorita —dijo la mujer con un leve asentimiento, haciendo un leve gesto de retirada, pero antes de irse, Leticia la detuvo.—Una cosa más… —su tono se volvió aún más serio— Dile a los de seguridad que nadie entra a esta casa sin que me lo informen primero. Nadie. Y hasta que yo no lo autorice, nadie cruza esa reja. ¿Está claro?La empleada asintió rápidamente y
Leticia se sentó junto a la ventana de la habitación donde estaban y donde había escuchado tantos secretos que hubiera preferido nunca oír, se quedó unos segundos observando el jardín bañado por la luz del sol del mediodía mientras su propio interior estaba sumido en sombras. A su lado, Camila reposaba con las manos cruzadas sobre su regazo, su expresión serena, pero sus ojos delataban una tormenta interior.Leticia desvió apenas la mirada, aún con el ceño fruncido por todo lo que había escuchado durante las últimas horas. Su mundo se estaba cayendo a pedazos, y aunque una parte de ella deseaba correr, gritar, desaparecer… otra parte, la que había sido criada para ser fuerte, la obligaba a permanecer allí, escuchando, asimilando.—Quería que habláramos mamá—dijo Leticia finalmente, rompiendo el silencio—. Como madre e hija. Pero te pido por favor que sea sin secretos, y, sin verdades a medias. –Camila asintió, con una tristeza contenida.—Y eso haremos hija. Te lo debo. Te lo debo des