CAPITULO  4

El senador George Harrison, fue a la universidad  y hablo con el rector y sin omitir ningún detalle le contó lo sucedido, el rector prometió ayudarlo, pues los dos eran grandes amigos.

Esa tarde el rector llamo a Sonia a su oficina, ella nerviosa se preguntaba que podría ser, pues era buena estudiante.

-La señorita Sonia Winston Valdez está aquí señor rector. – anuncio una secretaria.

-hágala pasar por favor. – ordeno el rector a la secretaria.

-pase por aquí señorita Winston.- Sonia entro en la oficina del rector y este la saludo cordialmente.

-buenas tardes señorita Winston, como está usted hoy. – pregunto sonriente el rector.

-bien señor, algo nerviosa pues no sé lo que pasa, para que me ha enviado llamar. – respondió Sonia tímidamente

-no se preocupe, es que creo que le he conseguido el trabajo perfecto para usted, si es que lo acepta claro está. – le dijo él sonriente, tratando de tranquilizarla.

-en serio, pero cómo? –pregunto Sonia.

-mire Sonia, el trabajo es muy bien remunerado, el señor con el que usted trabajara, es un gran amigo mío, le he dicho que está usted embarazada y no le importa, el único requisito sería que se fuera a vivir a su casa, ya es un hombre mayor y además es soltero, desea una persona joven para atenderlo personalmente, si acepta usted hará de doctora, secretaria, amiga, compañera de viaje, vigilara su ropa, comida, etc. Aunque tiene sirvientes no es lo mismo, según él, además ahora que nazca su bebe, necesitara más dinero, piénselo y me avisa. – informo el rector a Sonia.

            Esa noche después del trabajo, Sonia platico con sus padres sobre el trabajo que le ofrecían; estos con tristeza comprendieron que su hija necesitaba ganar más dinero, y sin vacilaciones de parte de ellos, le dijeron:

-hija es una buena oportunidad, deberías aceptar. – le dijo su padre sonriente, pero con tristeza en los ojos

-gracias papá, mamá, los quiero mucho y los voy a extrañar. – dijo Sonia sollozando.

            A la mañana siguiente Sonia fue a la oficina del rector, y cuando este la recibió le dijo.

-Señor rector, dígale a su amigo que acepto el trabajo, solo debe indicarme cuando y a donde debo ir.

-Bien Señorita Winston, yo le diré a mi amigo, ahora solo debemos esperar a que termine el periodo escolar y para entonces todo estará listo, conociéndolo, sé que hará los arreglos para su traslado. – le dijo el rector, quien sonreía contento por haber podido ayudar a su viejo amigo George Harrison.

            Unos días después, el rector volvió a llamar a Sonia a su oficina. Por lo que al llegar a la rectoría y verlo fuera de su oficina hablando con su secretaria le dijo:.

-deseaba verme señor rector.

-Si señorita Winston, venga conmigo. – dijo el rector entrando a su privado y yendo hasta su escritorio abrió un cajón, y de este saco de ahí un sobre, que le extendió a Sonia.

-Aquí están las indicaciones que me dio mi amigo, en resumen, un auto vendrá a buscarla ya está contratado, para llevarla al domicilio, solo debe llamar al número anotado y dar su nombre, he indicar cuando deben recogerla en su domicilio. Y debe avisar al segundo número para avisar que va en camino; él ya la espera. – le explico sonriente.

-gracias por su ayuda señor rector. –dijo Sonia sonriente. Y levantándose de la silla en la que se había sentado, salió del privado del rector y siguió su día como siempre.

            Dos semanas después, tras terminar oficialmente sus estudios, Sonia preparo sus maletas y tras llamar para que la fueran a recoger a la mañana siguiente a las nueve de la mañana, llamo al segundo número, para avisar que llegaría por la tarde.

            A la mañana siguiente, poco antes de las nueve de la mañana, una limusina se detuvo frente a su casa y de ella bajo un chofer que llamo a la puerta de su humilde casa, y cuando Sonia abrió la puerta el hombre se identificó.

-buenos días, mi nombre es Jonás, soy el chofer y vengo a buscar  a la señorita Sonia Winston Valdez. – se presentó el hombre

-yo soy Sonia Winston Valdez, si me permite voy por mis maletas. – le sonrió Sonia.

-si me indica donde están yo las sacare y las pondré en el auto señorita. – le respondió el chofer

-están por aquí, en el pasillo. – le indico ella dejándole pasar y el hombre puedo ver las dos maletas que contenían las cosas que Sonia llevaría. El chofer recogió ambas maletas de mediano tamaño y salió de la casa dirigiéndose a la limusina, para colocar el equipaje en la cajuela.

            Mientras Sonia se despedía de sus padres, quienes con lágrimas en los ojos le decían adiós, viendo como ella subía a la limusina y el chofer cerraba la puerta antes de ir a su lugar ante el volante del vehículo, en el que la vieron marcharse.

            Esa tarde, cuando la limusina arribo a Los Ángeles, Sonia se entretuvo observando las calles por las que pasaban, y al llegar al domicilio donde desde ese día viviría y trabajaría, estaba un poco nerviosa. Al detenerse el vehículo, el chofer fue a abrirle la puerta y la ayudo a bajar del auto, en el momento en que un hombre mayor salía por la puerta principal para recibirla.

-buenas tardes, usted debe ser la Señora Winston, yo soy Horton el mayordomo del Senador Harrison, el Senador la está esperando, sígame por favor, ya se encargaran de su equipaje. – dijo el mayordomo, guiándola hacia una bella sala, o mejor dicho una biblioteca o despacho del Senador.

-Señor, la señora Winston ha llegado. – anuncio el mayordomo y haciéndose a un lado, le hizo un ademan para que pasara.

-perfecto. – dijo un hombre mayor como de unos sesenta  años, muy bien vestido y muy bien parecido, mientras se levantaba del sillón en el que se encontraba leyendo un libro que dejo frente a él en una mesita baja.

-Buenas tardes Senador, creo que me estaban esperando, yo soy Sonia Winston Valdez. – se presentó Sonia

- bien Sonia, estoy encantado de que aceptara el trabajo, yo soy el Senador George Harrison y espero no causarle muchas molestias. – dijo el hombre tocando una campanita para llamar al mayordomo.

-claro que no senador. – respondió ella con una sonrisa

            Cuando el mayordomo apareció, el senador le ordeno.

-lleve a la señora al cuarto azul, que descanse el resto de la tarde, mañana empezara con sus labores. Le informaron cuáles serán sus obligaciones y su salario?  - pregunto el Senador a Sonia.

-no senador, solo me dijeron que sería una especie de médico personal, secretaria, compañera de viaje y asistente, todo en uno nada más, y que se me pagaría bien por ello. – respondió Sonia

-Así es querida, va a ser mi asistente personal, por lo que se ocupara totalmente de mis cosas, vigilara mi comida, ropa y salud, viajara conmigo, será asistente, amiga y compañera y su salario será de mil quinientos dólares por semana. – le informo el senador

-cómo? Pero eso es mucho .- dijo Sonia asombrada.

-también es mucho lo que Usted me dará; ande no se preocupe, vaya y descanse. – le dijo el senador guiando a Sonia hasta la escalera, seguidos por el mayordomo quien llevaba el equipaje de Sonia.

            El senador estando ya a solas, regreso a su estudio y tomando el teléfono llamo a Brett y le conto todo sin omitir detalles.

-así que, está en tu casa, no sabes cuánto te lo agradezco tío, muchas gracias, por favor, cuídala por mí, ya que yo no puedo acercarme a ella aún. Le suplico Brett.

-No te preocupes muchacho, yo cuidare de ella.- respondió el senador a su sobrino con simpatía, pues sabia como había cambiado su sobrino desde que llego a Los Ángeles, tras todo lo acontecido, si bien no lo disculpaba, como hicieron sus padres, lo comprendía; los mimos y la descuidada crianza que le dieron sus padres, y aunado el hecho de que nunca le dejaran hacerse responsable de sus tonterías, por miedo al escándalo, lo echaron a perder.

            Tuvo que llegar un ángel para que él se diera cuenta del mal camino por el que llevaba su vida, lamentablemente, él había lastimado a esa chica, que resultó ser el ángel que lo llevaría a cambiar su camino y a arreglar su vida.

            Tras reflexionar sobre esto, el senador tomo la decisión de cuidar y proteger a Sonia siempre y sobre todo a su hijo, que era al fin y al cabo de su sangre.

            Con el paso de los días Sonia se dio a querer con la servidumbre que le servía tan fielmente como al propio senador, en cuanto a este, la empezó a querer como si fuera su hija. Aún  más que a su sobrino.

-mañana partimos para nueva York, ten todo listo. – le dijo el senador a Sonia

-sí señor. – contesto Sonia, que ahora vestía con más elegancia, a pesar de su avanzado estado de gestación.

-no se te olviden mis pastillas. – le recordó.

-sí señor, yo me encargo, no se preocupe. – respondió Sonia sonriendo.

-Sonia, hija que te dijo el médico? – pregunto el senador, pues sabía que había ido a una revisión médica.

-que mi embarazo va muy bien, no tengo ningún problema. – le respondió ella con una sonrisa.

-qué bueno querida, me alegro. – le respondió.

           

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