Antes de que la señora Rodríguez pudiera reaccionar, Daniela ya había tomado la taza de té con leche, que estaba a medio beber, y la arrojó directo hacia ella.

—¡Cállate! Si vuelvo a escuchar una sola palabra sucia de tu boca, no dudaré un momento en darte una severa lección que no olvidarás.

Daniela se movió tan rápido que nadie a su alrededor tuvo tiempo siquiera de reaccionar.

El té ya no estaba caliente, pero contenía perlas de tapioca, coco y frijoles dulces que Daniela había añadido. Cuando el líquido impactó en la señora Rodríguez, pedazos amarillos, blancos, negros y rojos se esparcieron graciosamente por toda su ropa. Su apariencia, antes majestuosa e impecable, se volvió increíblemente desaliñada y sucia.

Todos los presentes quedaron paralizados por el shock, especialmente Valentina, quien dejó de llorar y miró asombrada a Daniela con ojos desorbitados.

La sonrisa en el rostro de Sebastián se amplió aún más. Se giró directo hacia Juan y le ordenó: —Compra de inmediato dos taz