Habían pasado semanas desde que descubrí que estaba embarazada, y cada día parecía más pesado que el anterior. Las preguntas y las dudas me acompañaban constantemente, como sombras que nunca se apartaban de mi lado. ¿Qué haría cuando naciera el bebé? ¿Cómo iba a mantenernos a ambos? ¿Qué tipo de vida podría ofrecerle a mi hijo o hija si apenas estaba logrando mantener la mía? Pero, entre todas esas preguntas, había una que brillaba más que las demás: ¿Quién es él?Pensar en el padre del bebé era como abrir un baúl lleno de recuerdos borrosos. Apenas lo conocía. Su rostro aparecía en mi mente como una imagen vaga, incompleta. Recordaba su automóvil, tan reluciente y lujoso que aún podía oler el cuero de los asientos. Recordaba su presencia, imponente pero cálida. Recordaba cómo me sentí segura y protegida, incluso en medio de mi borrachera y confusión. Pero no tenía un nombre, ni una dirección, ni siquiera una idea clara de quién era. Solo sabía que tenía recursos, mucho más de los que
La primera vez que regresé a clases después de confirmar mi embarazo, el aire del campus se sintió diferente, más pesado, más opresivo. No era solo mi imaginación. Las miradas de los demás seguían cada uno de mis movimientos, como si llevaran un reflector conmigo, como si mi creciente barriga fuera el único tema de conversación entre los pasillos de la universidad. El lugar que antes era mi refugio, donde me sentía enfocada y segura, se había convertido en un campo minado de comentarios, prejuicios y cuestionamientos que me perseguían como sombras.Intenté ocultar mi embarazo tanto como pude al principio, usando ropa holgada y evitando quedarme demasiado tiempo en lugares concurridos. Pero, a medida que pasaban las semanas, ya no había forma de disimularlo. La chaqueta larga y los jeans desgastados se convirtieron en una especie de barrera entre yo y el mundo, pero esa barrera se debilitaba cada vez que alguien se giraba para murmurar algo, cada vez que una risa resonaba demasiado cer
El aire parecía más frío de lo normal aquella mañana, como si Londres estuviera alineándose con la tensión que sentía en mi pecho. Las semanas habían sido largas, pero ahora los días se movían a un ritmo vertiginoso, empujándome hacia un momento que sabía cambiaría mi vida para siempre. En el fondo, estaba emocionada, pero esa emoción venía acompañada de miedo, un miedo que se había vuelto constante desde que supe que estaba embarazada.La primera señal llegó alrededor de las tres de la madrugada. Estaba dormida, envuelta en una maraña de mantas y libros de estudio en el pequeño estudio que ahora llamaba hogar. Fue una punzada en el vientre, fuerte pero no insoportable. Me desperté sobresaltada, pensando que era uno más de los dolores que había enfrentado durante el embarazo, pero mientras me movía para acomodarme, otra punzada me golpeó, esta vez más intensa. Instintivamente, mi mano buscó mi barriga. “Es el momento” pensé, con una mezcla de terror y felicidad. Había llegado el día.
El hospital era ahora nuestro hogar, un lugar de luces frías y pasillos interminables que parecían envolver cada segundo de nuestras vidas.Desde el momento en que Amy llegó al mundo, había estado bajo el cuidado constante del personal médico, monitoreada cuidadosamente debido a las complicaciones relacionadas con mi preeclampsia y su salud delicada.Aunque ya habían pasado dos semanas desde mi cesárea, aún no había dejado el hospital. Los médicos insistían en que necesitaba tiempo para recuperarme completamente antes de regresar al mundo exterior, pero la recuperación física era solo una pequeña parte de lo que enfrentaba. Mi mente estaba obsesionada con Amy, con cada detalle, cada sonido, cada movimiento.Desde el primer día, Amy había estado en el cunero, junto a otros recién nacidos que eran vigilados constantemente por las enfermeras. Podía visitarla, pero solo a través del cristal que separaba a los bebés de los padres. Era una barrera necesaria, destinada a protegerlos, pero ca
Las luces del hospital eran las mismas cada día, brillantes y frías, un recordatorio constante de la lucha que Amy y yo habíamos enfrentado desde el momento en que llegamos aquí.Durante las primeras semanas de su vida, Amy había sido monitoreada cuidadosamente, sus pequeños pulmones trabajando para recuperar la fuerza que necesitaban. Cada vez que los médicos se acercaban a mí con actualizaciones sobre su estado, mi corazón se detenía. A veces eran buenas noticias: su fiebre estaba bajando, su oxígeno se estabilizaba. Pero otras veces, los reportes eran más cautelosos, llenos de términos médicos que no entendía por completo pero que hacían que la preocupación creciera en mi interior.En la unidad de cuidados intensivos neonatales, Amy parecía tan pequeña bajo las luces tenues y rodeada de cables y máquinas. El cristal que nos separaba era una barrera impenetrable, un recordatorio de lo frágil que era su estado. Los días transcurrían lentamente, llenos de horas de espera, oraciones si
Tomar decisiones drásticas nunca es fácil, especialmente cuando esas decisiones van en contra de los sueños que has perseguido durante toda tu vida. Para mí, renunciar a la universidad no fue simplemente un cambio; fue una ruptura con lo que había imaginado para mi futuro. Era como si estuviera dejando atrás no solo mis estudios, sino también una parte de mí misma, de la mujer que había trabajado incansablemente para llegar hasta allí.La idea comenzó como un pensamiento pasajero, algo que intentaba ignorar mientras me encontraba cuidando de Amy en las noches y lidiando con el peso de los gastos acumulados. Pero con el tiempo, ese pensamiento se convirtió en una realidad ineludible.La universidad, con sus horas de clases, sus proyectos y su exigencia constante, ya no era compatible con la vida que tenía ahora. Mis prioridades habían cambiado. La beca, que una vez había sido mi salvavidas, ahora era insuficiente para sostenernos, especialmente con las deudas del hospital y los gastos
El día comenzó como cualquier otro, lleno de esperanzas destruidas y el peso de la incertidumbre.Había pasado semanas buscando empleo, enviando solicitudes y asistiendo a entrevistas que siempre terminaban de la misma manera, con un “Gracias por venir” “Nosotros la llamaremos” y poco más, pero, a pesar de los rechazos, sabía que tenía que seguir intentando. Cada día que pasaba sin trabajo era un día más de preocupación por los gastos acumulados y el futuro de Amy.Dejé a Amy en los brazos seguros de la señora Sophia antes de salir del estudio. Como siempre, su voz cálida fue el aliento que necesitaba antes de enfrentar otro día de incertidumbre.—Hoy será el día, querida. Alguien verá lo especial que eres. Lo sé. —Me dijo con una sonrisa mientras tenía a Amy en brazos.Sonreí débilmente en respuesta, ajustando mi bolso sobre el hombro y prometiéndome que hoy sería diferente. Me despedí de mi hija con dos besos y me dispuse a empezar un nuevo día.La entrevista se llevó a cabo en un
Habían pasado dos semanas desde que fui secuestrada y cada día, era una nueva experiencia para mí. Ahora, durante las noches, el CEO no solo no me tocaba, sino que era cariñoso y compresivo. No había rastro de ese desdén y frialdad hacia mí que lo habían caracterizado desde un inicio. Ahora pasaba su tiempo libre conmigo y con Amy, cosa que agradecía, quizás, porque ahora ya no lo veía como un enemigo del que debía escapar, poco a poco, se había ganado mi confianza. A tal grado que comencé a pensar en seguir a su lado,como su esposa...—Mami, mira. —Me llamó Amy, desde el área de juguetes, a mí, que estaba sentada en un pequeño asiento a la espera de mi familia.El CEO, como siempre estaba a su lado, mirándola orgulloso, mientras sostenía nuestras compras, bolsas y bolsas de juguetes, ropa y zapatos para Amy. Incluso uno de los guardaespaldas tenía más bolsas que podía poner en peligro nuestra seguridad, y por ello, el CEO cargaba las demás.Yo, por mi parte, no había encontrado nada