Privada de su libertad

Charlotte pasa saliva, ahora sus rodillas arden y están sangrando, está recordando todo poco a poco y la desesperación se apodera de ella.

Cómo mujer valiente, se coloca de pie, sosteniéndose de la pared sucia y rayada, para luego tocar el metal, y como arte de magia, la pared de metal, se abre. Ella retrocede mirando atemorizada. —¡Rápido! Es hora del baño— la voz prepotente de una mujer de aproximadamente 40 años, la hizo sentir un escalofrío en su cuerpo

—¿Baño? ¿Señora que hago en este lugar?— Charlotte mira hacia los lados y cae en cuenta que está en prisión, está privada de su libertad

—¿Qué haces?— se ríe a carcajadas —¡Eres igual a todas las reclusas! ¡Mueve tu maldito trasero! O si no, seguirás sucia, maldita drogadicta

—¡Espere! Yo no soy drogadicta, jamás he consumido drogas, le suplico por favor, ayúdeme— Charlotte cierra los ojos, por el fuerte dolor de cabeza que le está dando

—¡Cállate zorra! Aquí no tienes corona, de paso asesina, aquí pagarás por haber asesinado a l
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