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POV de Alejandro

El hospital estaba impregnado de ese inconfundible olor a desinfectante y medicinas, un aroma que siempre me ponía nervioso. Los pasillos brillaban bajo las luces fluorescentes, y el sonido de los monitores y pasos apresurados de las enfermeras resonaba en mis oídos mientras me sentaba en la sala de espera, agotado tanto física como mentalmente.

Había pasado una hora desde que el médico me informó que Reynold estaba estable, aunque todavía no fuera de peligro. Esa noticia me había traído un alivio momentáneo, pero no podía ignorar la aplastante realidad de lo que había hecho. Mi rabia había dejado a Reynold al borde de la muerte, y aunque seguía vivo, no podía evitar pensar en las consecuencias que podrían venir si alguna vez recordaba lo que sucedió.

El eco de mis propios pensamientos se rompió cuando vi a Luvita entrar por la puerta de la sala de espera. Su cabello oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y sus ojos verdes me miraron con una mezcla de preocupación
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