La hembra apoyó su rostro en el pecho de ese Rey dragón, abrumada por lo deplorable de su estado. Exhausta, se aferró a las ropas de ese, su mate. —Lo has hecho bien, pequeña loba —sonrió el Rey dragón, con satisfacción en su tono. Connie perdió la consciencia justo en ese instante. —Pagaré por haberme curado la herida —dijo él, sin comprender del todo cómo esa hembra había logrado tal hazaña. En un suspiro, la dejó sobre la hierba suave bajo la sombra de un árbol, envuelta por una capucha de su magia. Con un gesto elegante de su mano, hizo que la magia nevada que había congelado el territorio de la manada comenzara a transformarse en escarcha que volaba por los aires. El sudor helado se asomaba en su frente, él haciendo un gesto de dolor, ante el uso excesivo de su poder. "Sé que fue magia contenida por un fuerte sello. Pero, ¿qué tan poderosa es esta pequeña loba para provocar tal explosión? Un alcance asombroso y una duración prolongada de meses…" Los ojos violetas del
✧✧✧ Un día más tarde. ✧✧✧ Gael entró en la habitación. Las paredes y los muebles eran de un blanco brillante, y las largas ventanas dejaban entrar una brisa fresca que llenaba el aire de calma esa mañana. En el centro, una cama tamaño king estaba cubierta con suaves sábanas blancas. Connie dormía, envuelta en la magia sanadora de Mirza, una de las dragonas más antiguas y poderosas del Clan Frostwind, solo superada por el Rey dragón Gael. Él se acercó a ella. Connie seguía en un profundo sueño, y su falta de movimiento indicaba que sus heridas todavía sanaban, especialmente la herida en su vientre, que tardaría semanas en curarse por completo. Gael se sentó al borde de la cama, sus ojos violetas recorriendo cada parte del cuerpo de la hembra inconsciente. Ella llevaba una bata de seda blanca, ligera como una pluma, que apenas cubría sus muslos. Los tirantes eran tan delgados que parecían a punto de romperse; el escote en V dejaba ver la curvatura de su figura, revelando más
El ocaso pintaba el cielo con hermosos tonos púrpuras y rosados, bañando de un resplandor mágico el imponente palacio blanco del Rey Dragón. Desde las enormes ventanas de cristal, se podía apreciar el majestuoso paisaje que lo rodeaba. A lo lejos, las altas montañas nevadas se elevaban imponentes. Más cerca, el colosal bosque extendía sus frondosas ramas, como si fuese un mar turquesa oscuro. En el gran salón del castillo, la luz cálida de las velas se reflejaba en el vestido de Connie, un diseño exquisito que parecía hecho de magia pura. —Eres muy hermosa, loba. Quizá la novia más hermosa de los últimos cien años —sonrió levemente, Mirza, la dragona consejera más cercana a Gael. —Antes de los cien años, ¿hubo una novia más hermosa? —sonrió Connie, una pregunta que parecía ser una broma, pero, en realidad, estaba cargada de su curiosidad y… ¿Celos? En silencio reinó en el salón, Mirza se acercó ajustando el vestido celeste pastel de Connie. La pedrería brillaba como peque
Cuando entraron en el agua tan clara que los grabados en el suelo eran visibles, Connie sintió que su vestido brillaba con más fuerza, como si la magia del lugar se reflejara en él. Gael se detuvo y, con una de sus garras, hizo un pequeño corte en su dedo, dejando que unas gotas de su sangre cayeran en el agua cristalina. —Haz lo mismo —le indicó él seriamente. Esa hembra exhaló con nerviosismo, y también cortó su dedo con sus afilados colmillos, dejando caer un par de gotas de su sangre al agua. Un escalofrío la recorrió mientras observaba cómo las dos esencias se mezclaban, en ese instante, el agua a su alrededor comenzó a moverse, formando remolinos y ondas que parecían danzar a su alrededor. Connie observó, maravillada cómo el agua se elevaba y los envolvía en una espiral cristalina brillante. —Es… Hermoso y… ¡¡¡AAAAHHH!!! —las palabras maravilladas de Connie se interrumpieron abruptamente, cuando comenzó a sentir que le faltaba el aire. ¡PLOF! Un sonido se produjo c
Paredes revestidas de un material similar al cristal reflejaban la luz de las antorchas que parpadeaban con llamas azuladas. Las sombras danzaban sobre el suelo de mármol pulido, creando una atmósfera casi hipnótica. Un suave aroma a flores exóticas de intenso color púrpura llenaba el aire. Gael bajó a la hembra híbrida de sus brazos. Con un chasquido, su magia los envolvió y el agua que los cubría se evaporó en segundos, dejándolos secos. —Es hermoso… —susurró Connie, sus ojos celestes paseando por el entorno, pero él no le prestó atención. —Ponte cómoda y descansa —dijo ese Rey dragón, con un tono calmado pero distante. Connie se dejó caer sobre un elegante diván de terciopelo púrpura, sintiendo cómo el tejido la abrazaba. Mientras tanto, el Rey Gael se dirigió a la cama tamaño king, sentándose en el borde, imponente y sereno. Los patrones celestes en la muñeca de Connie brillaban intensamente, como si respondieran a la energía que emanaba de ese, su mate. "¡Por la
Connie quedó sentada descaradamente, con una pierna a cada lado sobre ese Rey albino. Él, tumbado boca arriba en la espaciosa cama, la veía fijamente. Gael, únicamente vistiendo su pantalón blanco, dejaba toda su parte superior desnuda y expuesta a la vista de esa hembra, que brillaba como joyas de rubíes; ella, sin poder dejar de admirar su escultural figura. Respirando con agitación, Connie tragó saliva con nerviosismo, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y ansias. Las palmas de sus manos con atrevimiento, se posaron abiertas sobre los pectorales de él, tocándolo lentamente, bajando hacia su abdomen, sintiendo su piel, la suavidad, un poco fría pero tocarlo la encendía a ella como llamaradas… En segundos… Se inclinó, besando su cuello. Él, que quería ver hasta dónde era capaz de llegar la loba, y qué sucedía con ella, la dejó continuar un poco más… Aunque claro, esa era una "verdad a medias"… Ya que… ¡LO ESTABA DISFRUTANDO! ¿Pero cómo admitir que una pequeña loba
Ese ser la encimó con dominio, sus manos sobre el colchón, alrededor de Connie, los blancos mechones de su cabellera cosquilleando la piel de esa hembra. Connie se quedó inmóvil, sus ojos abiertos de par en par disfrutando de la vista, ella llevó una de sus manos hacia el cabello de Gael, tirando de él, lo acercó, sus labios a centímetros, sus alientos entrelazádose. —Ah… Bésame, Gael… —pidió ella con tono tembloroso, ansiosa, desbordante de deseo sexual. Pero esta vez, no quería avanzar ella, quería sentirse tomada por él. Deseaba que él la tocara, la abrazara, la desnudara… Sus muslos temblorosos, deseando ser separados, su vulva ardiendo, mojándose, pidiendo caricias intensas. Ella sabía que era instinto, una reacción natural de su cuerpo que deseaba a ese ser. Su loba lo pedía a gritos y ella quería ceder. De pronto, las manos de Gael tomaron con firmeza su cintura, acercándola hacia él causando que la espalda de Connie se arquee y quede un espacio bajo ella, donde él d
—Ah… Si… Quítame todo… —susurró Connie, pidiendo ser desnudada, perdiendo el juicio poco a poco, sus lágrimas emergiendo, lágrimas del insoportable deseo que sentía. La tela del vestido fue rota ferozmente, y ella sintió que su respiración se volvía irregular. La adrenalina y el deseo se entrelazaban, llevándola al borde de la locura. Entonces, sin previo aviso, Gael la atrajo hacia él en un nuevo beso profundo y apasionado. —Umm~ —Connie de inmediato apoyó sus manos en las mejillas de él, sin dejarlo alejarse, ella misma besándolo con anhelo, besando sus mejillas, su mandíbula, su cuello—. Oh~ Gael… —susurró en un estallido de emoción. Cuando finalmente se separaron, ella estaba sin aliento, su mirada roja como la sangre, nublada por el deseo. Con la respiración entrecortada, Connie miró a Gael, sintiendo cómo el deseo la consumía. Él había retrocedido lo suficiente para dejarla con una necesidad ardiente, una desesperación que la empujaba a actuar. Su mente estaba llena de p