El aire en Machu Picchu estaba cargado de una energía oscura que se sentía en cada rincón. Las piedras antiguas, marcadas por cicatrices de innumerables batallas, parecían susurrar advertencias a quienes permanecían allí. Entre las ruinas, una figura solitaria emergió desde las sombras: Erebo. Su presencia era imponente, envuelta en un aura negra que devoraba la luz como si nunca hubiera existido. Cada paso que daba resonaba con un eco ominoso, y la atmósfera se volvió más densa con cada instante.Todos los ojos se volvieron hacia él, y una tensión inmediata invadió a los presentes. Incluso los mestizos, acostumbrados a enfrentarse a fuerzas incomprensibles, sintieron un escalofrío que les recorrió la espina dorsal. Lyra fue la primera en hablar, su voz apenas un susurro.—Erebo… —pronunció, mientras sus dedos temblaban al aferrarse a su esfera luminosa, cuyo brillo parecía menguar ante la presencia del recién llegado.Zeus avanzó con una furia que electrificaba el aire a su alrededor
El rugido de Cronos seguía retumbando en el aire mientras su figura colosal se alzaba sobre el campo de batalla. Su presencia era una declaración: él era la fuerza que arrasaría todo para crear un nuevo comienzo. Las sombras que giraban a su alrededor parecían tener vida propia, moviéndose con una intención destructiva, envolviendo las ruinas y cubriendo el cielo en un manto de oscuridad impenetrable.Zeus, tambaleante pero inquebrantable, alzó su rayo. Su mirada reflejaba determinación, pero también cansancio. Cada enfrentamiento hasta ahora había drenado sus fuerzas, y aunque había enfrentado amenazas antes, nunca algo como esto: una manifestación pura de caos primordial. Sentía el peso del mundo sobre sus hombros, y no solo el suyo, sino también el destino de los dioses, los mestizos y la humanidad.—¡No retrocedan! —gritó, su voz resonando como un trueno entre las ruinas—. ¡Esta no es una opción!El resto de los dioses y mestizos comenzaron a moverse. La visión del titán había pro
La oscuridad era palpable, un abismo sin forma ni tiempo que se extendía en todas direcciones. Ethan sintió que su cuerpo flotaba, aunque ya no estaba seguro de si tenía un cuerpo. Su conciencia se agitaba como una chispa en el vasto vacío, vulnerable y confusa. Había algo más allá de la nada, un murmullo que no provenía de ningún lugar en particular, pero que resonaba en su mente como una melodía antigua, cargada de un poder ancestral.El murmullo se transformó en un coro de ecos profundos. La sensación de soledad que lo había invadido se disolvió al sentir una presencia que lo observaba, o más bien lo sentía.“Ethan…” La voz no era humana; era profunda, resonante y tan inmensa que parecía llenar el cosmos. Al instante, una energía poderosa lo envolvió. Era como si un torbellino de estrellas lo rodeara, girando a su alrededor, danzando entre destellos de luz y sombra. Las estrellas no eran solo luz; eran memorias, fragmentos de algo más grande que apenas podía comprender.Entonces, v
El viento del pequeño pueblo peruano era un susurro helado, un eco de memorias que parecían haber sido borradas. Ethan se encontraba en medio de una plaza desierta, rodeado de casas cuyas puertas y ventanas estaban selladas como si quisieran contener algo. Las fachadas, aunque desgastadas por el tiempo, parecían haber presenciado algo más allá de lo humano. El cielo, antes pintado con tonos dorados por el amanecer, ahora se oscurecía mientras una sombra impenetrable avanzaba desde el horizonte, consumiendo lentamente todo a su paso. El silencio se rompía solo por el crujir ocasional de la madera y el suave golpeteo de su respiración agitada.Respiró profundamente, el aire cargado con la tensión de lo inevitable. Cada inhalación parecía más pesada, como si las partículas mismas del ambiente llevaran consigo un peso cósmico. "Esta es tu prueba," la voz de los Primordiales resonó en su mente, etérea y vasta, como si viniera desde el centro mismo de la existencia. "Lo que enfrentes aquí d
Ethan flotaba en un mar de energía pura, una corriente de luz y sombras que giraban sin cesar en un ballet caótico. El Orbe, ahora fusionado con él, latía como un segundo corazón, cada pulsación enviando ondas que resonaban en los rincones del cosmos. Sentía el inmenso poder fluir a través de él, una fuerza que no solo lo conectaba con el universo, sino también con todo lo que existía y había existido.Pero ese poder venía con un precio. Cada latido traía consigo un eco de desorden, un vestigio de caos que amenazaba con desbordarlo. Podía sentir cómo el equilibrio del Orbe intentaba ajustarse, reflejando su propia lucha interna. El tiempo era una ilusión aquí, pero la urgencia era innegable. Cronos estaba cerca, y con cada momento perdido, el titán se acercaba más a desatar la destrucción definitiva.Una vez más, Ethan sintió el caos que intentaba abrirse paso dentro de él. Voces entrelazadas resonaban desde lo más profundo del Orbe, mostrando fragmentos de futuros posibles: ciudades
El campo de batalla vibraba bajo la intensidad del choque entre la luz del Orbe y la oscuridad de Cronos. Cada pulsación de energía era un recordatorio de la fragilidad del equilibrio universal. Ethan estaba de pie, su figura resplandecía como un faro en medio de un universo fracturado, pero esa calma que había encontrado no significaba la ausencia de tensión. La energía que emanaba de él y del Orbe no era solo poder; era una afirmación de existencia en un cosmos al borde de desmoronarse.Cada movimiento de Cronos, cada tentáculo de sombras que intentaba envolverlo, era una prueba de su resolución. Ethan sentía el peso del titán, no solo como un adversario físico, sino como la encarnación del caos que había enfrentado desde el principio. Sin embargo, ya no veía esa oscuridad como un enemigo absoluto. Había comprendido algo fundamental: incluso el caos tenía un propósito.La voz del Orbe resonó dentro de él, no como un comando, sino como una sensación, una corriente de energía que lo c
La batalla final en Machu Picchu había dejado huellas profundas en la tierra sagrada. Las montañas, que una vez se alzaron orgullosas entre las nubes, ahora parecían observar en silencio los últimos vestigios de la lucha. El portal por el cual Cronos había irrumpido aún giraba con una energía caótica, pero su intensidad comenzaba a menguar. En el centro del campo de batalla, donde dioses y mestizos luchaban desesperadamente por cerrar la brecha, surgió un resplandor etéreo.Ethan apareció primero. Su figura no era física, sino un destello vibrante de luz dorada que irradiaba calma y poder. No había rastro del hombre que alguna vez fue; ahora era una extensión pura del Orbe. Su esencia envolvía a los presentes, sus pensamientos llegando a sus mentes como un torrente de claridad y propósito.“Escuchen,” resonó su voz en sus conciencias. “Cronos está debilitado, pero su amenaza no ha terminado. El portal debe cerrarse, o su esencia se regenerará y traerá consigo una destrucción mayor.”A
El tiempo era un concepto extraño para Ethan ahora. Su existencia como portador del equilibrio lo mantenía en un estado de conciencia que trascendía lo físico. Cada instante fluía como un río sin principio ni fin, y aunque no había días ni noches, percibía un constante cambio, un movimiento cíclico que no necesitaba del paso del tiempo para ser real. Luz y oscuridad danzaban a su alrededor en un ballet interminable, y él era el corazón de esa armonía. Cada pulsación del Orbe en su pecho era un latido del cosmos mismo, y a través de él fluía todo lo que existía: energía, caos, creación.Sin embargo, incluso en ese estado elevado, Ethan encontraba momentos en los que su humanidad se abría paso. Era un destello fugaz, como el eco de un recuerdo, que le recordaba quién era antes de convertirse en el portador del equilibrio. Aunque su ser estaba ahora expandido más allá de cualquier límite, había algo profundamente humano que persistía en él, como un ancla que lo conectaba a lo que una vez