La vida aventurera de Óscar
La vida aventurera de Óscar
Por: Yan
Capítulo1
Eran las once de la noche.

Yo estaba corriendo por el parque justo debajo del edificio donde vive mi hermano.

De repente, escuché el susurro de una pareja desde los arbustos.

—Raúl Castillo, ¿qué pasa con tu hombría? Dices que en casa no puedes tener una erección, pero ahora que hemos salido y cambiado de ambiente, ¡sigues igual!

Al escuchar esas palabras, reconocí la voz de inmediato. ¡Era ni mas ni menos que Lucía González, mi cuñada!

Raúl y Lucía habían salido a cenar, ¿cómo es que ahora estaban en el parque, escondidos entre los arbustos?

Aunque nunca he tenido novia, he visto bastantes videos educativos para adultos, así que entendí rápidamente que estaban cambiando de lugar para hacerlo a lo salvaje.

Nunca pensé que fueran tan atrevidos, pero… ¿hacerlo en el parque? ¡Esto ya era algo salvaje de por sí!

No pude resistir la tentación de acercarme un poco más para escuchar mejor.

Lucía era muy hermosa, y tenía un cuerpo increíble. Escuchar sus gemidos siempre había sido una fantasía para mí.

Me acerqué sigilosamente a los arbustos y, en silencio, asomé la cabeza.

Vi a Lucía tratando de cabalgar a mi hermano. Aunque me daba la espalda, las curvas de su espalda eran increíblemente perfectas.

De repente, sentí la boca seca y un calor intenso en mi abdomen.

A pesar de lo seductora que era Lucía, Raúl no lograba tener una erección.

—Lucía, parece que realmente no puedo hacerlo —, dijo Raúl con frustración.

Lucía, visiblemente enojada, le gritó: —¡De verdad, eres una mierda! Apenas tienes treinta y cinco años y ya eres impotente. ¿Me sirves entonces?

—No se trata de que se te pare o no, pero al menos podrías eyacular, y ni eso. ¿Cómo esperas que tengamos hijos así?

—Si sigues así, me buscaré a alguien que de verdad me complazca.

—Si tú no quieres ser padre, yo sí quiero ser madre.

Enojada, Lucía se subió los pantalones y se marchó furiosa.

Me asusté tanto que rápidamente me di la vuelta y corrí de regreso a casa.

Al poco de llegar a mi habitación, escuché el portazo de Lucía al cerrar la puerta. Mi corazón latía con fuerza.

Suspiré de alivio, pensando en lo aterrador que había sido todo. ¡No podía creer lo insatisfactoria que era la vida sexual entre Raúl y Lucía!

Había escuchado que a los treinta el libido aumenta, pero Lucía parecía ser una de esas mujeres insatisfechas. Pero el flacuchento de Raúl, ¿cómo podría satisfacerla?

Pero yo… No, no puedo pensar así. Es mi cuñada, no puedo tener esos pensamientos sobre ella.

Raúl y yo no somos hermanos, pero nuestra relación es más cercana que la de muchos hermanos de verdad.

Si no fuera por la ayuda de Raúl, yo nunca habría podido ir a la universidad. No puedo permitirme pensar en Lucía de esa manera.

Mientras divagaba en mis pensamientos, escuché unos suaves gemidos provenientes de la habitación de al lado.

Me acerqué a la pared y pegué la oreja para escuchar.

¡Eran gemidos, definitivamente! Lucía estaba masturbándose. Todo mi cuerpo se calentó, me era difícil soportarlo.

En silencio, comencé a masturbarme también.

Al final, los sonidos de ambas habitaciones se mezclaron. Esa conexión espiritual me llevó a tener pensamientos inadecuados.

Si Lucía y yo estuviéramos juntos, de seguro seríamos muy compatibles en la cama. Pero eso nunca podría pasar. Entre Lucía y yo, siempre estaría de por medio mi hermano. Nunca podría traicionarlo.

Me cambié los calzoncillos sucios, llenos de semen, y los dejé en el baño, pensando en lavarlos por la mañana. Luego me fui a dormir.

Dormí hasta después de las nueve de la mañana, y cuando me desperté, Raúl ya se había ido a trabajar. En la casa solo quedábamos Lucía y yo.

Lucía estaba preparando el desayuno. Llevaba puesto un camisón de seda, y su figura voluptuosa se mostraba perfecta ante mis ojos.

Especialmente sus redondos senos, que de inmediato me hicieron sentir la boca seca otra vez.

—Óscar Daniel, ya es hora de levantarse. Lávate la cara y ven a desayunar—, dijo Lucía, al verme, saludándome con naturalidad.

Llevaba poco tiempo aquí y aún no estaba muy familiarizado con ella, lo que me hacía sentir algo incómodo. Le respondí de manera indiferente y me dirigí al baño.

Mientras me lavaba, de repente recordé algo: mis calzoncillos sucios seguían allí desde la noche anterior. Lucía se había levantado antes que yo, ¿sería posible que ya los hubiera visto?

Rápidamente miré hacia el estante, y me quedé helado al darme cuenta de que mis calzoncillos no estaban allí. Mientras los buscaba frenéticamente, escuché su voz detrás de mí: —No los busques, ya los lavé por ti— Me invadió una sensación abrumadora de vergüenza. Esos calzoncillos estaban llenos de mi semen, y si Lucía los había lavado, ¡seguramente lo habría notado! ¡Qué vergüenza tan grande!

Lucía, con los brazos cruzados sobre su pecho, me miraba con una sonrisa despreocupada, como si nada hubiera pasado. —Óscar, ¿anoche escuchaste algo?

Sacudí la cabeza rápidamente, negándolo con todas mis fuerzas. ¡No podía admitir de ninguna manera que la había escuchado masturbarse!

—No, no escuché nada.

—¿De verdad? ¿No escuchaste ningún sonido raro desde mi habitación?

Lucía estaba tratando de ponerme a prueba.

—Me dormí poco después de las diez anoche, en serio no escuché nada.

Después de decir esto, me apresuré a salir del baño.

No sé por qué, pero ante las preguntas de Lucía, me sentía nervioso, y mis ojos no podían evitar posarse en su pecho. Era como si estuviera bajo un hechizo.

Me senté a la mesa para desayunar, pero mi mente estaba completamente distraída, ya que Lucía no tardó en acercarse y sentarse a mi lado.

—¿Qué está haciendo Lucía?— pensé. Siempre nos sentábamos uno frente al otro, ¿por qué de repente decidió sentarse tan cerca de mí?

Mientras estaba perdido en mis pensamientos, Lucía tocó ligeramente mi brazo con sus dedos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, como si me hubiera dado una descarga eléctrica.

Pensé para mis adentros: —Así que esto es lo que se siente cuando una mujer te toca... ¡Es increíble!

—Óscar, ¿me tienes miedo acaso?

—No, es solo que no me siento tan familiar contigo todavía, por eso estoy un poco tenso.

—¿No crees que la familiaridad se construye a través del tiempo? Justamente porque no nos conocemos tanto, deberíamos hablar más. Así es como las relaciones se fortalecen rápidamente.

—Óscar, ¿sabes cuál es la forma más rápida y efectiva para que un hombre y una mujer se conozcan mejor?

No sé si era mi imaginación, pero sentí que Lucía me estaba insinuando algo. Mi corazón latía desbocado, ya no podía concentrarme en comer. Estaba nervioso y emocionado al mismo tiempo, y quería saber lo que Lucía realmente intentaba decir. Finalmente, me atreví a preguntarle: —Lucía, ¿cómo es eso?

—Pues cogiendo—, dijo Lucía, mirándome con esos ojos seductores y sin rodeos.

Me atraganté de inmediato.

«¿Por qué me dice esto?», pensé: «Es mi cuñada, no podemos hacer algo así.»

¿Acaso Lucía estaba insinuando que me veía como una opción porque Raúl no podía satisfacerla? No, no puedo hacerle esto a mi hermano.

Rápidamente me deslicé hacia un lado en la silla. —Lucía, por favor, no bromees. Si alguien más escucha esto, podrían malinterpretarlo.

Lucía soltó una risa y luego dijo: —Entonces, dime la verdad, ¿anoche escuchaste algo o no? Si no me dices la verdad, tendré que hacer algo al respecto.

Casi me desmayé del susto. Esto no podía continuar así, así que con mucho nerviosismo confesé: —Sí escuché algunos ruidos anoche, pero no fue a propósito.

—¿Mis gemidos? ¿Te gustaron?— preguntó Lucía de manera descarada.

Mi rostro se puso rojo, y sentí que mi corazón estaba a punto de salirse de mi pecho. No sabía cómo responder.

En ese momento, alguien llamó a la puerta, y aproveché la oportunidad como si me estuviesen tirando un salvavidas.

Corrí a abrir la puerta, y al hacerlo, me encontré con una mujer alta y delgada, de buen aspecto y de curvas pronunciadas tal cual estrella de cine.

Ella me miró con sus grandes ojos oscuros y preguntó: —¿Quién eres tú?

Yo, igual de desconcertado, respondí: —¿Y tú quién eres?

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