Capítulo 401
—Entiendo, hermano. Soy una inútil, ¿verdad? Tener esta extraña enfermedad y ser una carga para ti y Julia...—dijo Cristina cada vez más triste, con lágrimas cayendo.

Andrés, algo incómodo, le dio un pañuelo y la consoló:

—No es tu culpa. Nadie quiere enfermarse, no pienses demasiado en ello.

—Sí—asintió Cristina con aire lastimero. —Hermano, ¿no me abandonarás, verdad?

—No lo haré.

Julia bajó las escaleras y escuchó la conversación. Vio la escena: en la luz de la mañana, el hombre alto y apuesto, la mujer frágil e inocente suplicándole que no la abandonara, y él prometiéndoselo. El corazón de Julia se enfrió. No quería molestarse, pero se sentía abatida. Perdió el apetito y se preparó para ir al trabajo.

—Julia—la llamó Andrés al verla en la puerta poniéndose los zapatos.

Julia se volteó. Cristina se escondió detrás de Andrés y la saludó tímidamente:

—¡Julia!

Con rostro inexpresivo, Julia dijo:

—Me voy a trabajar, sigan conversando.

—Aún no has desayunado. Come algo antes de irte—dijo
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