EPÍLOGO

HENRICO ZATTANI

Tres meses después…

Me recuesto en el asiento hasta que siento que mi espalda encuentra apoyo contra la pared. Expulso el humo del cigarrillo y trato de relajarme mientras miro la maldita puerta de la oficina del doctor.

¡Qué carajo!

¿Cuánto más tendré que esperar?

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