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CAPÍTULO TREINTA Y UNO

HENRICO ZATTANI

Muerdo su cuello, masajeando el lugar con mi lengua después. Ella gime y se retuerce y trata de actuar sin verse afectada, disfrutando de mi agarre. Me río, mezquino, tirando de su cabello con más fuerza. No solía gustarme el sexo duro, siempre he sido de los que hacen el amor ligero y sabroso, pero hay algo en esta chica que me vuelve loco, hambriento. Debe ser esa puta mirada que me lanza sin darme cuenta, prácticamente rogándome que entierre mi polla en su coñito, pero también puede ser el color de los iris pálidos, ese verde mata, me enloquece, me da ganas. actuar como un hombre, se derrumba y la echa sobre mis hombros, dejándola a mi merced.

Muevo mi boca hacia sus pechos, mordisqueando uno y luego el otro. Amasando la suave carne con mis manos, maltratando su blanca piel hasta enrojecerla. Todo marcado por mi. Un sentimiento de posesión se eleva en mi pecho mientras observo su expresión de pura lujuria y satisfacción.

— Henrico... ¡Amado padre!— gime, cuando le c
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