XXIII.

Las horas fueron pasando y decidimos irnos a casa, más que todo para que la abuela Carmen pueda descansar así que ahora estamos todos aquí en mi casa, excepto papá que por orgullo decidió quedarse en la clínica y se lo respeto, él sabrá si prefiere el orgullo antes que sus hijas.

-Abuela Carmen toma – digo dándole una sopita y sonríe –

- Gracias hija – agradece y vuelve la vista a la abuela Martha para seguir hablando –

Los abuelos Torrini y la abuela Martha se hicieron grandes amigos desde el primer momento en que se conocieron cuando mi papá y mi mamá presentaron su relación ante ellos, según lo que siempre cuentan, fue mágica y muy bonita la conexión que los tres tuvieron esa tarde, desde allí se hicieron inseparables por eso nos aman tanto, claro a parte de por ser sus nietas.

-Pablo va a estar bien, viejita – dice Martha y Carmen y asiente –

- Le hice jurar que tendría que salir de pie de esa clínica y él siempre cumple sus promesas – dice la abuela Carmen segura y sonrío
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