Mujeriego

Heitor

Bernardo miró atentamente a Catarina, algo que me incomodó una vez más, pero pronto volvió su atención a mis palabras.

—No pueden volver a casa tan temprano —protestó Bernardo—. ¡Vamos a prolongar la noche y aprovechar que hoy es viernes!

—Llegamos ayer de viaje, Bernardo —protesté—. ¿No deberías descansar un poco?

Y ni siquiera me refería solo al cuerpo. ¿Cómo Bernardo no se cansaba de saltar de rama en rama de esa manera?

—Tengo entradas para esa banda de pagode que te gusta, Catarina —dijo, ignorando mis palabras.

—Creo que ha habido un

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