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Lizandra

Todo el nerviosismo de una noche en vela, escondida entre algunos árboles frondosos de una plaza, estaba pasando factura. Aproveché la luz del día para intentar descansar un poco y me senté en una acera. Elegí un lugar en el bordillo para no llamar demasiado la atención, donde no había mucha gente transitando, solo algunos coches estacionados.

Pero antes de lo que imaginaba, sentí las lágrimas cayendo en mi regazo, incontrolables. Me gustaría no llorar en este momento, pero aparentemente no soy tan fuerte. El sueño, el hambre, el cansancio trajeron la desesperación. Fue imposible contenerlo ahora.

Lloré... lloré y seguí llorando bajito. Y pensar que apenas hace unos días estaba senta

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