Capítulo 5
Mi padre me miró con ojos enrojecidos, con voz entrecortada, levantando la mano para acariciar suavemente mi cabeza: —Felicia, cuánto has sufrido mi niña—. Al oírlo, no pude contenerme más y me lancé a sus brazos llorando, aferrándome a sus brazos con desesperación, queriendo liberar todo mi dolor.

Mi padre me dio palmaditas en la espalda con ternura: —Ya está bien, papá está aquí. Haré que todos los que te lastimaron sean despedazados—. Mis sollozos eran tan fuertes que la falsa heredera y las matonas salieron de la sala de parto. Mi padre estaba de espaldas, así que ella no pudo ver su rostro.

Al verme llena de lágrimas, resopló con desdén: —Vaya, así que la amante tiene un padre de pacotilla. Pensé que alguien como tú, que se mete con hombres ajenos, sería basura sin padres ni educación.

Mi padre apretó los puños con furia y quiso voltearse, pero lo detuve agarrando su brazo. Me miró frunciendo el ceño, pero negué suavemente con la cabeza, mirando de reojo a Manuel, que estaba paral
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