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Capítulo 04

LA SUMISA

Capítulo 04

Támara Williams

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Soy en definitiva una completa idiota.

Podía ver su rostro la diversión del momento y no era para menos, mis manos temblando pensando en cosas que en primera instancia jamás debí pensar y en segunda la vergüenza de esta penosa situación se debe notar hasta en mis orejas.

—¿Donde puedo cambiarme, señor?—susurré casi agonizante, mis piernas estaban debilitadas por el hambre que comenzaba a carcomer mi débil y delgado cuerpo, ya casi era medio día y no había probado bocado desde la noche anterior. Intenté dar un paso pero un mareo repentino me hizo detenerme en la misma posición que tenía en el inicio.

Gracias al cielo el golpe que me propinó papá anoche solo fue un pequeño corte. Sino la vergüenza que estaría pasando ahora sería mucho mayor.

Espabilé con fuerza al sentir las manos fuertes del magnate rodear mi brazo derecho para que no me callera al suelo. Bajé la cabeza de inmediato porque de una extraña manera que no podía describir desde que lo conocí no he podido mirarle fijamente. Mi cuerpo fue arrastrado hasta uno de los sofás que decoraban la hermosa y amplia habitación.

Moví de arriba hacia abajo la punta de mi pie al observar a mi futuro jefe tomar con demasiada energía su móvil y gritar a la persona que sea que le haya contestado como si el mundo se estuviese acabando.

Mi estómago comenzó a rugir de nuevo pero esta vez tan fuerte que hasta el mismo italiano logró escucharlo también—¿Quieres que te dé de comer?

Negué de ipso facto.

—Ya desayuné, señor...

Inquirí sin dudarlo.

—Odio las mentiras, Tam—cuestionó mirándome fijamente para acto seguido correr hasta la puerta principal—. Por tu bien y el mío, sé una buena chica y come todo lo que te dé hoy, ¿OK?—una oleada de calor recorrió mis piernas hasta finalizar en mis brazos sorpresivamente.

Balanceé mis caderas de un lado hacia otro al mirarlo recibir una enorme bandeja de comida, el camarero me quedó viendo por un par de segundos pero apartó los ojos al escuchar el gruñido que salió de forma feroz de la boca del magnate italiano.

—Mandé a traer de todo, aunque no sabía que cosas te gustan más para comer. Con el tiempo te iré conociendo mejor.—Tapó el cuerpo del sujeto con el suyo haciendo que este sin pensarlo se retirase del lugar.

Estiré la mano para tomar un trozo de manzana cuando el señor Bellucci me invitó por fin a hacerlo, mastiqué en cuestión de segundos la fruta llenando mi paladar de su dulce sabor—Creo que con esto es suficiente.—Respondí colocando una pequeña manzana sobre mi regazo.

—Eres demasiado delgada, Tam. Creo que si decido tomarte no soportarías mucho...—mi corazón dio un respingo—Como empleada...—Continuó con los ojos medio cerrados y haciendo una pequeña pausa. —Mi estilo de vida es algo peculiar y no sabría decir si podrías con todo esto.

Mastiqué y tragué sin mirarlo.

—Podré hacerlo, pero no creo que sea necesario que haga tantas cosas por mí, señor.

Magno arrugó suavemente su entrecejo, me costaba adivinar que era lo que estaba pasando por su mente en ese momento.—Anexaré un par de cosas más en nuestro contrato—. Dejé la taza de té sobre la mesa para escucharlo—Mi secretaria tendrá la obligación de comer a diario conmigo, ya sea desayuno, almuerzo o cena—me detuve—Y por último no podrás hablarle a nadie mientras estés a mi lado.

—¿Por qué no puedo?—brinqué sobre el sofá al presenciar como se levantó de repente de donde estaba reposando para tomar con agresividad mis mejillas.

—¿Haz notado como tu rostro se torna tan rojizo volviéndote así  tan jodidamente sensual?—me eché hacia atrás pero él volvió a atraerme hacia su pecho—Serías solo una distracción para los hombres y mujeres que se reúnan conmigo; eres demasiado adictiva y eso es muy peligroso para ti.

Me soltó haciendo que mi cuerpo se tambaleara.

—... Lo siento... —no sabía de qué me estaba disculpando—Mi papá dice que parezco una mujer que lleva tatuada en su cara “Soy una puta barata” y ya veo que él tiene la razón. ¿Que debería hacer? Pasé casi toda mi vida intentando quitar esta apariencia débil y jamás pude...

El magnate relajó los hombros—Tu padre es un idiota. Hay distintos tipos de mujeres y todas son maravillosas. Altas, flacas, gordas, bajas, todas son hermosas para mí.

Solté una pequeña risita que borré de inmediato al ver llegar al sastre que estará a cargo de mi vestuario.

Regresé a la habitación con solo una bata de seda adornando mi cuerpo por petición del magnate;  el anciano sujeto me jaló del brazo para comenzar a realizar su tarea y me sentí extraña al notar que evitaba verme a la cara a toda costa.

—¿Colores oscuros, señor Bellucci?—giré para verlo asentir ante la pregunta del sastre.

—No quiero que llame mucho la atención, sabes como es este mundo de m****a...—me bajé de una pequeña butaca donde me habían colocando para tomarme las medidas.—Ya puedes irte Fernando, necesito esto lo más antes posible. ¿Podrías darme algo que ya tengas listo para mí? Támara empezará desde hoy a trabajar, ¿Verdad?—sus ojos fijos sobre mí me hicieron retroceder.

¿Esto será lo realmente correcto?

Titubeé—Yo...

—Te dije que no podías irte hasta que firmes ese contrato, Támara.—soltó en forma de amenaza—El futuro de mi empresa está sobre tus manos ahora mismo. Necesito a alguien que me cuide y solo te quiero a ti.

El sastre me miró y asintió empujándome a aceptar—Lo haré—recorrí la sala hasta llegar a mi maleta y sacar el documento que firmé rápidamente. Abrí los ojos al sentir como mis piernas abandonaron el suelo.

¿Me está cargando?

—¡Estoy muy emocionado!—me bajó y me alejé—No sabía que hubiese hecho si te negabas a esto. ¿Podrías traerme una copa de vino?—me di la vuelta amarrando firmemente el cinturón de la bata, me coloqué sobre las puntas de mis pies para alcanzar las copas de cristal que estaba arriba de un estante, pero dejé de respirar al sentir como mis manos se resbalaron con tanta fuerza haciendo que mi cuerpo se fuese para atrás. Escuché fugazmente algo ser rasgado y espabilé lentamente al observar la camisa del señor Bellucci completamente destrozada y vuelta añico a la altura de sus hombros.

¡Dios! No llevo ni cinco minutos siendo su empleada y ya le dañé una prenda tan costosa.

Voy a llorar...

¿Cuánto debe de costar eso?

—Lo siento... Lo siento tanto...—intenté colocarlo todo en su lugar de los mismos nervios que tenía.

Magno me detuvo al sentir que me estaba saliendo de control—Te ibas a caer, es normal que reaccionaras de esta manera—afirmó dejándome a un lado del camino—En ese cajón hay camisas, pásame una, rápido—caminé de manera torpe y saqué la primera que toqué. El italiano me quedó viendo sin decir nada—¿Qué esperas para quitarme la que acabas de romper?—dijo sacudiendo la tela salvajemente.

—¿Yo...?

Rodó los ojos.

—¿Quién más? Acércate y quítame esta porquería.

Soltó haciéndome dudar de esto, ahora era mi trabajo velar por su seguridad y lo mejor para mí era no hacerlo enojar. Mi respiración se encontraba acelerada, necesitaba salir de este lugar lo más pronto posible pero negué porque yo elegí esto.

Mis manos viajaron hasta los botones de su camisa, sentí como su cuerpo se tensó en el instante en que mis dedos tocaron la piel de su pecho, podía escuchar su pesada y caliente respiración y aquí iba de nuevo esa extraña aura que lo cobijaba cada vez que sus ojos se posaban sobre mí.

—¿Así está bien?—espeté dejándole la camisa abierta pero negó.

—Quítamela—mis cejas se unieron—Tiraste fuerte de mi hombro—desliza su muñeca sobre su cuello y hace una mueca de dolor—Hazte responsable de mí, tengo una reunión en una hora con los alemanes y no puedo perder este negocio por nada del mundo. ¿Qué harás si algo sale mal?

—¿Me va a despedir?—pregunté arrancando la camisa de sus brazos.

—No. Más bien, ¿Tú que me darás para apaciguar mi enojo?—me eché hacia atrás para separarme de él—Pagarás mi cena si llego a perder dinero ¿Entendido?

Las palabras se habían atorado en mi garganta.

Magno tomó las llaves de su coche dispuesto a salir de aquel lugar y yo le di gracias al cielo por eso.

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Las personas en la compañía me quedaron viendo como si fuese una especie de mono de circo de algún pintoresco barrio, he estado casi dos horas detrás del italiano ya que tengo rotundamente prohibido alejarme de él. Miré el reloj en mi mano derecha al darme cuenta que son casi las ocho de la noche y yo sigo en este lugar.

Podía sentir mi móvil vibrando dentro de mi bolso pero estaba más que segura que si lo tomaba; podía ganarme un serio problema con mi nuevo jefe.

Las personas dentro de la sala de juntas discuten sobre un nuevo producto y no tengo que ser un adivino para saber que Magno Bellucci los está insultando a todos.

—¡He invertido demasiado dinero en esto! ¡Fottuti idioti!

"Idiotas de m****a"

—Adler Schulz no quiere negociar, señor Bellucci—brinqué al sentir un golpe fuerte sobre el escritorio.

—Apaguen todo y vámonos... Pero les advierto que si mañana no me dan lo que quiero, aténganse a las consecuencias.

Lo vi desaparecer delante de mis ojos, Vivika negó para que lo dejara solo al ver mi intención de caminar detrás de él.

Ya han pasado casi cuarenta minutos desde que se encerró dentro de su oficina y aunque estoy pensando seriamente en llamar a emergencias por los ruidos extraños que se escuchan a dentro; siendo honesta, no sé que hacer.

—Deberías llevarlo a casa, Magno suele tomar demasiado cuando algo realmente le preocupa—volteé mi cabeza al escuchar la voz de la italiana detrás de mí—¿Podrías hacerle un favor a la familia Bellucci?—Asentí.

—Claro que sí—. Contesté sin titubear.

Vivika se acercó un poco hasta donde estaba para acercar su rostro al mío—Sácalo de allí y duerme con Magno esta noche...

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