Punto de Vista de Anaiah

Al levantarme, no encuentro a Leondre a mi costado. Frunzo el ceño y me arrastro fuera de la cama, ignorando el dolor entre mis piernas. Me meto en la ducha, sin poder dejar de sonreír. Tras ducharme con agua caliente, voy al armario y me pongo un vestido negro sencillo que me llega hasta las rodillas y unos tacones.

Mientras bajo rápidamente las escaleras, algunas personas me saludan educadamente, mientras que otros me miran con desdén. Me alejo de ellos para no dejarme intimidar.

“Hola”, me saluda una mujer pequeña y bonita con rizos grandes y una figura esbelta, y me sonríe alegremente. Le contesto de la misma manera.

“Tú eres Anaiah, ¿verdad?”

“Sí”.

“El rey me pidió que te acompañara hoy, ya que está ocupado con el trabajo en la sede”, me dice con entusiasmo, “por cierto, me llamo Angie”. Me extiende la mano y se la estrecho.

“No te preocupes. Nos llevaremos bien. ¿Qué te gustaría hacer?”, me pregunta.

“¿Podrías mostrarme este lugar?”, le pido. Ella asiente