Santiago se despertaba luego de una noche relativamente tranquila. Era la primera vez que no necesitaba calmantes o sexo con una mujer pera dormir bien luego de una operación de semejante magnitud. La sola charla con pizzas mediante con Analía habían sido suficiente relajación para él. Obviamente esa sensación lo inquietó un poco por la mañana, aunque en la noche le sentó de maravilla. Sonrió de manera espontánea y luego de desperezarse cuan largo era se levantó y pasó al baño. Se dio una ducha reanimante y salió hacia la sala donde esperaba encontrar a la joven aun durmiendo en el sofá. Al abrir la puerta grande fue su sorpresa, pues lejos de estar durmiendo, Analía había recogido y doblado prolijamente la toda ropa de cama y se encontraba en la cocina ya preparando el desayuno. Al verla de espaldas la encontró por demás preciosa, pero al darse vuelta y ofrecerle su hermosa sonrisa la encontró aún más bella.
– Buenos días, Doctor,
Luego de pasar tantos calores, al fin había podido ver a su abuela. La escena era desbastadora, a pesar que Santiago le había tranquilizado diciéndole que estaba evolucionando mejor de lo esperado, le rompía el corazón verla así, tumbada en una cama, inconsciente llena de tubos y cables. Trató de tomarle la mano, pero la mano de Santiago se lo impidió. – No puedes tocarla - ella se dio vuelta y se recostó su pecho y comenzó a llorar. La abrazó y la sacó de la habitación – no llores An, está mejorando, aunque su aspecto no sea bueno - ella levanto su rostro para mirarlo – Para ti debe ser normal ver a la gente así, pero para mí no – Por primera vez alguien le había hecho ver el otro punto de vista, pues lo que para él era un logro luego de una exitosa intervención quirúrgica para las otras personas era causal de ansiedad y desolación. La abrazó lo más fuerte que pudo y ella hundió s
Santiago se encontraba en el hospital viendo la evolución de Clara. Revisó las lecturas de los diferentes monitores, controló soporte vital y el respirador. Por último hizo unos retoques de medicación. Al salir de la habitación se encontró con Julia – Eres justo la persona que quería ver – – Dígame doctor, ¿pasa algo con mi madre? – Llámame Santiago – y sin esperar respuesta continuó – tu madre viene evolucionando muy bien, siendo sincero, mejor de lo que esperaba. Pero en realidad quería hablarte de su casa – – ¿Su casa?, ¿Qué pasa con ella? – Es que no es apta para que vuelva cuando tenga el alta, así que habrán que hacer algunas reformas – – Pero no tenemos dinero para eso – Lo sé, y no es tu dinero o que quiero, quiero tu consentimiento por escrito que me dejarás hacer las reformas necesarias sin interponerte de ninguna forma. Se lo pediría a Analía, pero re
–¿En qué estás pensando Ernesto? – En nada importante – dijo mientras revolvía su trago en el bar del hotel – ¿Te molestó que viniera a verte? – preguntó la joven rubia de unos ojos negros que parecían la misma noche – No, ¡qué va!, Carolina, solo me sorprende – ¿Porque? Tesoro, vine porque sabía que estarías aquí. Pues todo el mundo sabe que Ernilam se encuentra en Perú y en que hotel. Solo tuve suerte y me dejaron entrar. – Supongo que Silvia no tendrá nada que ver – dijo Ernesto mientras dirigía una mirada fulminante hacia la mesa donde se encontraba su representante, quien levantó la copa en son de brindis – He tenido unos días muy difíciles y necesito descansar. Nos vemos luego – Pero Erny – dijo la joven colgándose de su cuello mientras unos periodistas les tomaban fotografías. Ernesto suspiro y trato de no perder la calm
La mañana los sorprendió aún en la cama. Analía estaba de costado y cuando abrió sus ojos lo primero que vio fue la mano de Santiago, esa que tanto la había hecho suspirar en el coche y estremecerse la noche anterior, apoyada en la cama frente a su pecho seguida de su brazo que la rodeaba por la cintura. Él estaba acurrucado detrás de ella, podía escuchar su respiración profunda y sentirle el aliento sobre sobre su espalda desnuda. La sensación le gustó tanto que tomó la mano del joven y la acercó más a su cuerpo. Por su lado él, abría también los ojos lentamente. Lo primero que vio fue la espalda desnuda de Analía y se pegó más a ella. Al notar como le tomaba la mano y se la recostaba al pecho acercó sus labios y le beso el hombro. Sintió como se estremecía y sonrió. La dio vuelta hacia él para quedar frente a frente. Entonces pasó su mano por el cabello de Analía – Hola - susurró sonriendo – Hola – respondió ella de igual manera – ¿Cómo te encuentras?
– Tengo que llevarle unos datos al escribano para que comience a procesar la compra de la casa. Ya solicité la residencia y debo recoger los papeles que avalan la Cátedra que tendré en la Universidad y los servicios que estoy haciendo en el Hospital Británico. Con todo eso pienso que tendrá suficiente para iniciar los trámites – Analía parecía no prestarle la mínima atención, seguía absorta revolviendo su café. Santiago le tomó la mano y detuvo su repetitivo movimiento – ¿Me estás oyendo, An? – ella por fin levantó la vista – Sí, perdona, es solo que… – ¿Solo qué? – Que no deja de parecerme extraño que hace poco ni te conocía y ahora hasta vas a comprar mi casa para que no me quede en la calle – él la abrazó – Mi vida, esto es momentáneo, me ayudará a regularizar papeles aquí, lo necesito si quiero quedarme por un tiempo, luego te juro que te daré los tí
Luego de cerrar la puerta detrás de Santiago, Analía volvió a la sala donde se encontraba Ernesto. Este estaba sentado en el sillón con los codos apoyados en sus rodillas y la cabeza apoyada en sus manos. Al escuchar los pasos de la joven que se acercaba, la miró – ¿Me dejas explicarte, Ana? – ella se sentó a su lado – Estoy ansiosa por escuchar tu explicación para negarme de esa forma – él le tomó la mano – Esto ya lo hemos hablado muchas veces, incluso tu huiste de mí debido a eso – la miró con tristeza - ¿recuerdas cuando me echaste del hotel y volviste a Uruguay?, ¿recuerdas porque lo hiciste? – Sí, lo recuerdo muy bien y no hubo día que no me arrepintiera de haberlo hecho – – Tu dijiste que era por mi carrera, que ninguna chica me seguiría si supiera que mi corazón tenía dueña – – Recuerdo muy bien lo que te dije, ve al grano Ernesto – – Cariño, te juro que iba con toda la intención de blanquear nuestro amor, pero al levan
Ya habían pasado dos años desde que Ernesto se fuera del apartamento dejando atrás a Analía y lo que sentía por ella. Su carrera había ido en ascenso, y los escándalos por sus romances se multiplicaban. Durante un tiempo, se escribían a menudo y esporádicamente se llamaban por teléfono para charlar. Pero en el último año ya no hacían ni una cosa ni la otra. Reinaba el silencio entre ambos. Por su lado Santiago y Analía tenían una vida normal, si bien no se habían casado ya que esperaban a que ella se recibiera de abogada, vivían juntos. Clara, la abuela, ya estaba repuesta casi que del todo y la propiedad estaba a nombre de Analía, tal y como Santiago le había prometido que haría. – Santi, ¿estás listo ya? - gritó Analía desde la sala – No, amor, aún no – – ¡Por Dios Santiago!, eres peor que una mujer para arreglarte, llegaremos tarde – respondió ella mientras entraba en el dormitorio.
El vuelo había llevado horas y varias escalas. Pero al fin tocaban suelo estadounidense. Al desembarcar y hacer todos los trámites correspondientes se dirigieron a la sala de arribos, allí los esperaba Andrés. Santiago corrió a abrazarlo, hacía más de dos años que no se veían, pues a pesar de las constantes amenazar de Andrés con visitar Uruguay nunca lo había hecho. Analía se acercó tímidamente – Andrés, ella es Analía – ella estiró su mano, él la tomó y la empujo hacia sí para darle un afectuoso abrazo – ¡Ven aquí, Analía querida! Nunca creí que conocería una mujer capaz de hacer que mi primo Santiago sentara cabeza, esto es un verdadero milagro y un gusto enorme conocerte al fin – ella se sonrojó al punto que sintió su cara arder – El gusto es mío Andrés, te debo más de lo que te imaginas – este le pasó el brazo por encima de los hombros y se dirigieron al coche. – ¿Cómo esta mamá? – dijo Santiago una vez pasados algunos minutos. Andrés lo miro ser