Cuando mi hijo Ptolomeo llegó llorando hasta su habitación sintiendo el ardor en su cara por el bofetón de Cleopatra, una siniestra figura se le aproximó. Se trataba de Potino, su tutor, un tipo escuálido y de barba larga que utilizaba un vistoso turbante y una túnica púrpura.
—No llores más, Excelencia —le decía al niño. —Tú eres el verdadero rey y no tu hermana Cleopatra.
El niño levantó la mirada mirándolo con sus ojos humedecidos y preguntó:
—Pues no parece. ¡Ya ves como ella me trata! ¿Que puedo hacer?
—Simple, Alteza… cuando el momento llegue solo debe firmar un decreto exiliándola para siempre…
Y así lo hizo, poco tiempo después. Cleopatra fue expulsada del palacio y escapó a Siria. Pero el poder no recayó en el manipu
Mis relatos parecían llegar a oídos sordos y mi hija no aprendía nada de ellos. Cleopatra seguía siendo igual de ambiciosa y cruel que siempre. Su hermano Ptolomeo había perdido a Potino como colaborador y ahora era su hermana Arsínoe la que lo controlaba. Arsínoe se proclamó Faraona, declaró a los cuatro vientos que Cleopatra había traicionado al pueblo egipcio y entregado su patria a los romanos y hubieron estallidos de ira popular por toda Alejandría y en otras grandes ciudades.La resistencia egipcia liderada por Arsínoe (a pesar de ser una muchacha de veinte años) le dio severas derrotas a los romanos comandados por Julio César atrincherando al experimentado militar en Alejandría. ¡El gran César, héroe de mil batallas, cercado por una jovenzuela! ¡Que humillación!No obstante los romanos sabía bien como lograr
IEgipto, siglo XX A.C.Una inusual pareja llegó a las tierras egipcias después de un largo peregrinaje a través de los candentes y áridos desiertos que separaban el Nilo de Caldea. Se trataba de una pareja de mediana edad, un hombre de mirada adusta y barba larga con rasgos severos pero con una personalidad carismática y la hermosa mujer que lo acompañaba.—Di que eres mi hermana, Sara —le advirtió él mientras se encaminaban al Palacio del Faraón— ó pueden matarme para quedarse contigo.—Entiendo.La pareja llegó hasta la presencia del Faraón Amenemhat II quien los saludó cordialmente.—Bienvenidos sean a la Tierra de Egipto.—Gracias, Su Excelencia —dijo el extranjero— mi nombre es Abraham de Caldea y ella es mi hermana Sara.Amenemhat fijó
ILos rivales de Julio César lo harían pedazos a cuchilladas mientras bajaba las gradas del Foro y así moriría un hombre que mató a tantas personas, ensangrentando el suelo de la ciudad para la cual él mismo derramó ríos sangre en un irónico final. El Imperio se sumiría de nuevo en una guerra civil entre los partidarios de Octavio y los de Marco Antonio. Este último ya entonces se revolcaba con Cleopatra y se convirtió en el regente imperial de las provincias orientales (Egipto, Armenia, Siria, Chipre, Libia y Cirenaica) que repartió simbólicamente entre mis nietos, los hijos que tuvo con mi hija Cleopatra, aunque esto nunca se llegó a materializar.Bajo las aguas del Mar Mediterráneo en el golfo de Ambracia terminaron la gran mayoría de las miles de naves de leales pero descontentos soldados romanos de Marco Antonio y algunas naves egipcias al s
Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender.El KybalionAlejandría, Egipto.Mi esposo, el Rey Ptolomeo XII, nunca fue muy popular entre los egipcios. Aún lo recuerdo embriagado de vino y hartándose morbosamente de los mejores manjares, rodeado de sus amigotes en los festines que organizaba mientras el pueblo desfallecía asolado por hambrunas.Ptolomeo era griego, como habían sido todos sus ancestros remontándose hasta la conquista de Alejandro Magno, su piel blanca contrastaba con la piel oscura de sus súbditos egipcios y no hablaba una palabra de egipcio, ni tuvo nunca el menor interés en mezclarse con la cultura de este pueblo al que desdeñaba como bárbaros del desierto. Esto lo hacia tremendamente impopular y se mantenía en el poder gracias a sus amigos romanos que s