Pilar no dijo nada, jamás admitiría la punzada de celos que sintió al ver a su exesposo y a la niñera de su hija conversar. —Vaya... Hace rato era un imbécil por sentir celos hacia ti, ya que soy un puerco y no tengo moral. Ahora sientes celos... Decídete, Pilar, porque ya es demasiada locura la qu
—Victoria es mía —zanjó él con voz gruesa y con plena seguridad en su declamación. Pilar no quiso hablar más del tema, sintiendo lástima por todo, oliendo intrínseco amor en el ambiente, dominio ante ese amor, reclamo y decisión. La enfermera pensó en el destino de Vicky de no ser Peter su papá y e
Pilar quiso dormir con Piero. No veía inconveniente, ni problemas con que él durmiera en la cama-cuna al lado de su hermana, siendo cuidado por la niñera. Ella quería dormir con su bebé porque lo extrañaba, aunque estuviese en sus brazos. Además, estaba acostumbrada a que las habitaciones quedaran u
«Maximiliano ya sabe todo», concluyó ella, sin sorprenderse: los jefes eran un equipo y sabían cada cosa uno del otro, ella ya intuía que ésta no sería la excepción. —No pretendo que ella declare en contra de su hermana, no soy el pájaro que ya ha condenado a Mireya... Sí, Max, sé que ella puede se
Pilar ya no le veía, solo escuchaba, sentada en el suelo del pasillo de habitaciones, abrazando sus piernas. Las palabras de Peter le habían afectado. —Sí, sí, está bien. Gracias, Max, te debo una por eso, te lo agradezco. Intentaré dormir. Ella está dormida, todos aquí. Saluda a Carla y dale un be
Peter expandió sus ojos, frunció el ceño y se echó hacia delante. —Pilar, ¿qué haces? —Hermana, por fin... Habló la voz de Mireya a través del móvil, una voz parecida a la de su exesposa, pero con una variante un tanto diferente, parecía más ronca. Peter cogió su celular de la mesa para grabar e
Peter respiraba acelerado, tenía el corazón en un puño escuchando todo, estaba a punto de trancar la llamada. —No he dejado de reconocer mis errores, lo sabes, y también te he pedido perdón, pero asume tú también. La enfermera sentía que se ahogaba. Empezó a abrir y cerrar las manos, a respirar co
Las manos de Mireya quedaron temblorosas al finalizar la llamada. No eran los nervios, era la rabia. Lanzó el teléfono sobre la mesa redonda de plástico que se ubicaba en una esquina de la misma habitación a donde fue confinada, desde que el padre de su hijo huyó de la casona de Verna, llevándose c