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Me dolía la cabeza como si me hubiera pasado un coche por encima. Pero no fue eso lo que me despertó, sino el llanto de un bebé.

Me siento y miro a mi alrededor.

No reconozco este lugar.

Me encontraba en una gran habitación, completamente blanca y amueblada. Y a la izquierda, cerca del tocador lleno de maquillaje y perfumes, había un espejo redondo y grande, que mostraba la imagen de una mujer blanca, de pelo largo y castaño, con la ropa que yo llevaba. Sabía que la persona del espejo era yo. Pero no sabía quién era.

No podía recordarlo. No sabía dónde estaba, de dónde era, y mucho menos mi nombre.

El llanto del bebé no cesaba, obligándome a levantarme de la cama y a salir de la habitación, dejándome en un largo pasillo con al menos cinco puertas. La puerta contigua a la que yo estaba era de donde provenía el llanto del beb&

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