Un día más de sus improvisadas vacaciones, con su novia lejos, sus amigos chuchaqui y una dejadez preocupante, Emilio miraba el techo de su habitación, como un idiota. Releyó los mensajes que envió a su novia, suspiró y sonrió mientras se entristecía, en una ironía que solo podía ser causada por el amor naciente en su pecho. ¿Cuántos días habían transcurrido desde la última vez que vio a Julieta? Demasiados, por supuesto, y la soledad ya le cobraba factura.
Ni siquiera se había cambiado de pijama. Ese día se encontraba solo en casa, debido a que su madre y hermanas salieron al centro de salud, por lo que el silencio era su fiel compañero y los pálidos rayos de sol le tocaban el rostro sin provocar calidez. La computadora mostraba una pantalla negra y si bien Emilio quiso acercarse, prenderla y distraerse viendo vídeos, estaba muy lejos.
Mientras estaba sentado ahí en ese salón, solo tuvo una certeza. No le gustaban los doctores.No porque creyese como algunos ignorantes que eran “matasanos”, no porque se creyese más que ellos, no por cualquier razón lógica o no lógica. Simplemente, no le gustaban ni los doctores, ni las enfermeras, ni las clínicas, ni las paredes blancas, ni los estetoscopios. Pero aunque no le gustasen, ahora mismo debía de esperar que uno de ellos le atendiese a ver si lograba quitarle la enfermedad que aquejaba su cuerpo.El salón era amplio y luminoso, con sillas para hacer más llevadera la espera y algunos posters relacionados con el tema de la salud. Una planta solitaria adornaba una pequeña mesa de vidrio que a su vez dejaba reposar unas cuantas revistas de temas variados sobre su superficie. Un pasillo estaba unicado a su izquierda, que se dirigía como tal al consultorio del doctor.
El celular vibraba, una, dos, tres veces.Los mensajes intercambiados por la joven pareja iban desde un lugar al otro, desde la Argelia hasta Carapungo, convirtiendo la lejura en la cercanía; convirtiendo la comunicación, mediante las maravillas tecnológicas, entre un hombre y una mujer que de otro modo no podrían haber hablado,en algo posible. Hace cincuenta años, el único modo hubiera sido con cartas y misivas, con mensajes que llegarían después de un mes; en la era de la tecnología, esa era relación se volvía posible.¿No te parece que ya deberíamos de “mimir”?El mensaje de Julieta hizo sonreír a Emilio, que se apresuró a contestar.La noche es joven, amada mía. Avísame cuando estés acostada y entonces… nuestro sábado."Nuestro sábado". Tras enviar la respuesta, Emilio s
—Espérame a que acabe de recoger mis cosas por lo menos. —Julieta no le miró, guardando un cuaderno en el que había anotado sus notas. Él ya la conocía, con esa fingida indiferencia que generaba expectación, por lo que le esperó y solo pudo sonreírle cuando cruzaban miradas. Estaba feliz, definitivamente feliz, y nada podría cambiar aquello. Por fin, ella se levantó y caminó mientras él la seguía.Bajaron las gradas, rápidos, y dudando un instante, Emilio se decidió a tomarle la mano. Ella no lo rechazó. Buena señal. Sus dedos se entrecruzaron, estableciendo su vínculo, y sus corazones, después de haber caminado durante algunos pasos, se sincronizaron en una sola melodía.Al llegar al patio principal, buscaron una grada donde sentarse, alejada de los demás. La cantidad de estudiantes no era la suficiente
Bueno, a veces. Pero no siempre. Ja. Bueno ya enserio mi amor, ¿qué tal tu día?Ya sabes poeta… Todo bien. Dentro de lo que cabe.¿Y eso significa qué?Julieta dijo algo que no entendió. Después de verificar el volumen de su celular, le pidió que repitiese las palabras.Nada en realidad, Emilio. Cosas que pasan.Y que no me quieres contar.Sinceramente, no.Por un segundo, sintió molestia porque ella no quería compartir lo que sentía. Respirando hondo, entendió que no estaba la obligación. El Emilio de antes le habría insistido hasta que le contase, o hasta que ella le mande al caño. El de ahora entendía que a veces menos es más.De todos modos sabes que estoy para ti. Siempre. No importa lo que suceda mi vida, tú cuentas conmigo.
Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después.Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo.
Era un día lluvioso, de una semana triste, hace una década. Emilio era apenas poco más que un niño. Julieta, Marco, los amigos de su barrio, el instituto, el curso de inglés, la relación que le traería buenos y malos momentos, más buenos que malos, todo estaba lejos en el futuro, en otro tiempo mucho más allá. Por el momento, el presente era distinto, desenvolviéndose en un sinfín de injusticias y cuestiones que forjarían el carácter del chico de un modo distinto, un modo que influiría en su forma de ser con su novia, muchos años después.Emilio vivía en la Argelia con sus padres. Era un niño pequeño y soñador, que jugaba con plastilina y leía libros cada vez menos infantiles. Poco a poco dejaba de ser un niño para convertirse en un puberto y sus deseos y pensamientos cambiaban a medida que lo hacía su cuerpo.
—No mamita —negó, estremeciéndose— todavía no. De acá en unos cinco años tendrá nietos, y me estaré casando y todo lo que quiera. Por el momento, feliz soy con lo que tengo. Solo quiero novia, al menos por unos años.—Y si bien yo no soy nadie, pues esa es la mejor forma de pensar. Estudia, hijo, luego ya verás si haces tu vida.—Por el momento podemos comer esta deliciosa comida. Porque si hay algo que hago bien es cocinar.Sacándole la lengua, por presumido, su hermana de todos modos comió ávida. En efecto la comida estaba deliciosa, y el sabor conseguido en el arroz era un deleite para los sentidos. La familia continuó comiendo, jugando con la bebé, tomando el batido de frutilla y disfrutando de la compañía. Buena comida y tu familia eran una de las mejores combinaciones que podían haber.Después de
Sueño con tus ojos,E imagino de tus labios el dulce sabor,Sé que mi mal es la falta que me haces,Y sé que mi pronta cura es tu amor.La cabina del teleférico se movía con lentitud, ascendiendo hacia las alturas, desde donde Quito se veía como una decoración multicolor lejana. La capital era una ciudad rodeada de montañas, de cerros, ríos y quebradas, un accidente geográfico que encontraba su belleza en medio del caos. El frío allí en esa altura era considerable, por lo que ambos muchachos se abrazaron a sí mismos, mientras conversaban amenamente de lo bello que resultaba el paisaje.Emilio y Julieta, tomados de la mano, se dejaron llevar por un sentimiento que les sorprendió con una fuerza tenaz. Su resistencia a éste se hacía cada vez más frágil. Casi un mes de noviazgo l