Esa mañana, Julieta se levantó de mal humor.
Saludó a su madre, comió el sencillo desayuno, se vistió y se miró al espejo esperando encontrar una sonrisa, pero no fue así. Se miró las facciones… y recordó que él le decía que tenía los “labios de durazno”. La primera vez que lo escuchó le pareció estúpido, pero ahora un ramalazo de ternura le llenó el pecho al recordarlo.
Suspiró y terminó de alistarse. Salió de casa pensativa; se subió al bus con una expresión de pocos amigos. Miró por la ventana las calles y a las personas; nada fue capaz de cambiar su carácter. Aunque no era culpa, ni de su familia, ni de sus amigos ni del mundo, esa mañana, esa precisa mañana, se sentía molesta. ¿Por qué? Cabía preguntarse. ¿Por qué? Quisiera también saber ella. No lo supo, no lo sabría, no le interesaba descubrirlo. Tal vez, solo tal vez, se debía al hecho de que gracias a Emilio Cartagena, su “novio”, había obtenido una nota de cinco en una prueba importante. U
Mientras se encontraba recordando lo sucedido ese día, Emilio miró un punto de la nada. Por supuesto que no quería beber ya, y siempre después de que lo hacía las preguntas del por qué le llenaban la cabeza. La primera vez que lo hizo era apenas un adolescente, con diecisiete años bebió una lata de cerveza que fue suficiente para marearle y hacerle mirar el mundo de forma distinta, extraña. Una manera de apagar el cerebro. Emilio desde siempre pensaba sobre el mundo, sobre él, sobre todo lo que le rodeaba y sobre lo que podía hacer o dejar de hacer. Desde siempre era así, por ello cuando descubrió el licor y se dio cuenta de que le servía para apagar su mente y desconectar las ideas, hubo un tiempo en el que cada semana se embriagaba profusamente. Ahora, bebía no más de una vez al mes y no quería hacerlo más. El ejemplo de alcoholismo que le brindaba su padre
A veces resultaba injusto también, ya que debido a su necesidad de no hacer sufrir a veces aguantaba más de lo que debía de aguantar. Con la edad aprendió a balancear esto y encontrar un equilibrio entre ambas posturas.Ahora, y después de todo lo vivido, se mantenía en una postura bastante alejada de lo demás. Miraba todo desde lejos, y realmente hasta manejaba una forma de pensar que le hacía que en lugar de comprometerse del todo solo “mirase que sucedía”. Así era, pero cuando llegó Julieta, todo fue distinto. ¿Qué tenía esa chica en sus ojos para cautivarle de ese modo? ¿Qué tenía esa chica para arrancarle de su zona de confort y hacerle soñar con amores distintos?Ella no le creía a veces, él se molestaba, ella le decía cosas equivocadas, y él no tenía forma de demostrarle la verdad. Se sent&ia
La música que puso esa noche sonaba melodiosa resultándole una grata compañía… un remanso de paz en medio de tantos días estresantes, de pruebas inoportunas e inesperadas y deberes acumulados, de conversaciones con su novio y la enfermedad que le afectó por venir a verle. Al acabar de leer el último poema que le había enviado se sintió ruborizada, enternecida, casi enamorada. Él y sus gestos eran tan lindos a su modo, y tan absurdos a su vez... el mismo gesto que tuvo al venir, tan shunsho que terminó enfermándose para ahora sufrir esas consecuencias. Pero así era él y así le encantaba a ella. Además, para su sorpresa, sintió dentro de sí, en algún lado, unas insospechadas ganas de cuidarle...Acomodó las cobijas que le cubrían mientras las notas musicales sonaban una tras otra, trayéndole recuerdos de tiempos pasados
“Verá mijita. Si usted quiere estar con mijo, debe de atenderle bien”.Emilio, que hasta ese momento estaba concentrado en comerse cuanto bocadillo pudiese tomar de la mesa, levantó la cabeza al escuchar esas palabras. Para su pesar o fortuna, las mujeres y su amigo estaban cerca y podía escuchar cuanto cosa pudieran decir.“Yo le lavo la ropita, le preparo la comida, le cuido y le arreglo el cuarto. Yo le tengo bien a mi hijito y realmente me gustaría que usted también lo haga. Si va a ser así, entonces usted estese nomas con mi hijo. Eso nomas le puedo decir señorita”.Después de escuchar esas palabras, Emilio casi abrió la boca, demasiado sorprendido. Esas palabras le resultaron absurdas, más tomando en cuenta que después de criarse solo con mujeres él nunca tomaría esa actitud frente a una y peor su madre incitaría esos
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte.—Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos
Un día más de sus improvisadas vacaciones, con su novia lejos, sus amigos chuchaqui y una dejadez preocupante, Emilio miraba el techo de su habitación, como un idiota. Releyó los mensajes que envió a su novia, suspiró y sonrió mientras se entristecía, en una ironía que solo podía ser causada por el amor naciente en su pecho. ¿Cuántos días habían transcurrido desde la última vez que vio a Julieta? Demasiados, por supuesto, y la soledad ya le cobraba factura.Ni siquiera se había cambiado de pijama. Ese día se encontraba solo en casa, debido a que su madre y hermanas salieron al centro de salud, por lo que el silencio era su fiel compañero y los pálidos rayos de sol le tocaban el rostro sin provocar calidez. La computadora mostraba una pantalla negra y si bien Emilio quiso acercarse, prenderla y distraerse viendo vídeos, estaba muy lejos.
Cuando se encontraron, Emilio no resistió las ganas de abrazarle con sus brazos duertes rodeando su cuerpo femenino en un afán más que de protección, de búsqueda, de anhelo, de ganas de sentirle cerca suyo y eliminar cualquier miedo que hubiera tenido. Sin pensarlo la estrecho contra sí, lo hizo y Julieta, tomada por sorpresa, le rodeó también con sus brazos. Durante los segundos que duró el abrazo, el mundo se redujo a ellos dos, sintiéndose seguros y tranquilos con sus cercanía y el cariño enorme que se demostraron con un sencillo gesto. Así hubieran podido seguir durante horas, pero la incomodidad de estar en público y el temor a caer en la cursilería más dulces les hizo separarse después de algunos segundos, recobrando la compotura y el buen porte.—Hola, poeta —saludó ella con ojos brillantes, ojos que encerraban mil secretos
Te extraño, y la fría noche lo sabe.Te necesito y sé que ya no soy el que era…Por eso cuando llegues, cálida, hermosa, a mí,El invierno de mi corazón pasará a linda primavera.La mañana lo recibió con un sordo dolor de cabeza. El mundo dio vueltas cuando se levantó de la cama y el negro azulado propio de las seis de la mañana se dejo ver por la ventana. Reuniendo fuerzas para superar su malestar, apartó las cobijas y miró en su celular la hora. Eran las seis de la mañana de un nuevo día, de un martes en específico; el día siguiente a su borrachera.En su celular, precisamente el último mensaje era de ella, de su novia, deseándole una linda noche. No le respondió. Entre las brumas que se presentaban en sus recuerdos, rememoró como llegó a