La vida en Denver con Constance se convirtió en un período intenso de aprendizaje para mí. Día tras día, ella se dedicaba a enseñarme todo lo que podía sobre el mundo humano. La lectura y la escritura se convirtieron en aliadas constantes, al igual que las nociones básicas sobre cómo funcionaba la sociedad humana.
La cocina estaba llena con el aroma del café recién preparado, pero la atmósfera ligera fue rápidamente reemplazada por la tensión cuando Constance apareció, su mirada expresando preocupación. Seguí revolviendo la cuchara en la olla de avena, observándola acercarse.
Al abrir la puerta, me encontré con Ulrich. Sus ojos color cobre me miraron, penetrantes como siempre. Su sonrisa era desafiante, como si supiera algo que aún no había descubierto. Ulrich, el beta de la manada, el brazo derecho del Alfa Alastair. Alto y musculoso en su forma humana, una figura intimidante que llevaba las marcas de las batallas lupinas.
Constance apareció, trayendo consigo una bandeja llena de comida, cubiertos y una taza de té preparada especialmente para mí. Me sugirió que me sentara, y así lo hice, manteniendo aún mis ojos fijos en Ulrich.
Crucé la frontera entre Denver y lo desconocido, la selva dando paso a campos abiertos y carreteras desiertas. Mis sentidos de loba estaban alerta, cada sonido y olor moldeando mi trayectoria. Seattle se convirtió en mi meta, un refugio distante donde podría comenzar de nuevo, lejos de las sombras del pasado.
SEIS AÑOS DESPUÉS...Hunter movía las fosas nasales con furia, su expresión endurecida. Su enojo y orgullo regresaron rápidamente a la superficie. En un acceso de furia, Hunter me propin&oacu
A luz del amanecer se colaba por las rendijas de la cortina, iluminando la habitación de invitados de la cabaña donde pasé la noche en vela. El futuro de mis hijos sería decidido ese día, irónicamente y cruelmente, en su cumpleaños.
El trayecto hasta la manada fue silencioso. Garm, en su forma de lobo blanco, lideraba el camino, y yo lo seguía, mi corazón latiendo al compás de los pasos que nos llevaban al encuentro de aquellos que, en algún momento, había llamado familia.