Gema y Los Errantes
Gema y Los Errantes
Por: Fer
PRÓLOGO

Él no busca la felicidad, ni para él ni para los demás.

A su lado sólo conseguirás destrozarte los nervios.

Amable y cariñoso, pero incapaz de amar a nadie con el corazón en la mano.

Es una persona que puede o no gustarte,

pero no pretende agradar a nadie.

Manipulador, cuyo máximo placer reside en controlarlo todo,

dejando a los demás en la inopia.

Posee un espíritu noble, no exento de vulgaridad.

Bastante observador, posee cierta malicia y sentido del humor.

Nos parecemos en que ninguno de los dos buscamos

ni buscaremos la comprensión ajena.

Somos incapaces de interesarnos en alguien aparte de nosotros mismos.

Dejando de lado que el sea egoísta y yo no,

a ambos nos interesa que pensamos, que sentimos, que hacemos.

Ésto es lo que a mi me gusta de él.

Aunque a veces también dudamos.

Todos tenemos nuestros momentos de duda.

Poseía, pues, más de lo que necesitaba para hacer

perder a una mujer la cabeza.

Podía ser tan cortante como el filo de un delgado cuchillo,

que de pronto te helara la sangre en las venas.

Pero había algo en él que me atraía.

Tal vez algo que a mí me faltaba.

Era difícil saber si aquel rostro sonreía,

o reflejaba una tristeza inmensa, o una indiferencia total.

Por eso había despertado mi interés.

Ésta es la conclusión a la que he llegado.

Incluso ahora que soy consciente de todo

sigo pensando que es maravilloso.

A pesar de todas sus astucias, mentiras y defectos.

Y, si pudiera volver a verle, me daría un vuelco el corazón.

En la vida ocurren estas cosas.

Para un cierto tipo de personas

el amor surge con un pequeño detalle, y si no no surge.

Quizá fue inevitable.

Ni siquiera yo puedo hacer nada.

Además, estaba enamorada, y aquel amor

me había conducido a una situación

extremadamente complicada.

Es responsabilidad mía.

Desde que no está todo me parece insignificante, absurdo.

Me gustaría estar a su lado como antes,

aunque eso quizá le moleste.

Quisiera estar con él, si fuera posible quisiera verle.

Quizá no tendría que haber hecho lo que hice.

Pero no pudo ser de otro modo.

La intimidad y cariño que sentí hacia él

no los había experimentado nunca antes.

Así llegue a quererle, así sucede cuando

una persona une su cuerpo al tuyo y una parte de tu mente se debate

para unirse a esa persona contra su voluntad.

No importaba cuánto pudiera llegar a vivir;

jamás podría querer a otro.

Y, cuanto más va palideciendo su recuerdo,

más capaz he sido de comprendelo.

No había sabido cuánto le amaba antes de notar

hasta qué punto podía herirme.

Jamás lo olvidaré, no podría hacerlo.

Siempre pienso en él, al dejar de verle he comprendido

cuánto le necesito.

Me mataría ahora mismo si estuviese segura

de que con eso le mataba a él también.

Soy ese tipo de personas que no acaba de comprender las cosas hasta que las pone por escrito.

De no ser por esas veces en que suelo respirar, podría jurar que no te recuerdo nada”

(Maquiavélico, Canserbero)

Tú que siempre decías que nunca hice nada por ti

Dime,

¿cuántas personas te han dedicado un libro?

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