Dicen que la adolescencia es, básicamente, llevarle la contra a tus padres. Nadie se pregunta si en realidad son ellos los que se oponen al adolescente, sin siquiera hacer el intento de entenderlo ¿Será que se han olvidado de que alguna vez fueron adolescentes?
Dicen que la cabeza de un adolescente vive en constante turbulencia, pues la mía, cae en picada, y está a punto de estrellarse contra el más duro concreto.
El estudio, las amistades, qué hago en mis tiempos libres… todo parece ser cuestionable cuando se trata de mí.
La única persona que siempre supo entenderme fue mi abuelo, a quien todavía lamento haber perdido cuando era solamente un niño. Él fue la única persona que siempre me alentó a hacer lo que quisiera, siempre y cuando lo haga para sentirme satisfecho.
Daría lo que sea por tenerlo a mi lado en esta etapa tan difícil. Sus frases tan acertadas, sus consejos, su compañía, esas historias que solía contarme de seres extraños. Historias que tanta aventura y terror generaban en mí. Extraño todo de ese ser tan agradable. Aunque la verdad, ya no tenía sentido que permaneciera en este mundo, así como estaba. Sus últimos años los pasó postrado en una camilla, en esa fría habitación de hospital, hundido en un profundo coma y con la única compañía del sonido de su pulso, marcado por el pitido de una máquina.
Mucho tiempo llevó sacarme el enojo con mi madre después de que decidió desconectarlo. Al fin y al cabo, ella es su hija, por lo tanto, la única que tenía decisión sobre eso. Con el tiempo pude entender que fue lo mejor.
Por más que mucho anhele aquellos tiempos, la vida continúa. Ella nos enseña. A veces nos da, otras veces nos quita, y estas últimas, son las que más nos marcan. También, son las que más nos enseñan, y a mí… me queda mucho por aprender.
La adolescencia. Etapa de sentimientos y sensaciones a flor de piel. Algunas con sentido, otras no, pero sin dudas las peores son las que aparecen sin que sepamos su procedencia. ¿Alguna vez has tenido la sensación de no pertenecer al lugar de donde eres? ¿Alguna vez has deseado algo con todas tus fuerzas? pues yo sí, y a veces, debemos tener cuidado con lo que deseamos.
Mi nombre es Thomas Tindergar. Si estás esperando que te invite a acompañarme en mi historia lamento decirte que estás equivocado, porque no es solo mía. De algún modo, es la de todos.
Ahí está el guerrero, se acerca la hora. Después de caminar a través de ese túnel, frío, oscuro y flanqueado por altísimas paredes de piedra, lo espera una puerta tan inmensa e imponente como lo es el castillo. —Debo juntar fuerzas, cruzar esa puerta y así cumplir con mi destino. —se dice el hombre que transita el lugar llevando su mano hacia la empuñadura de la espada. —¡Equis! —Ya con su espada en la mano, decide abrir la puerta e ingresar a ese lugar que, hasta ese momento, era totalmente desconocido para él. Al poner un pie del otro lado, su aguda audición advierte que algo viene muy rápido. —¡Izquierda, cuadrado! —Rápidamente pudo hacerse a un lado y esquivar esa flecha que, de no hacerlo, se hubiese… —¡Thomas Tindergar!, es la cuarta vez que te llamo, para que bajes a cenar —exclama una voz femenina desde la cocina. —¡Ya vamos ma! —responde al momento e
El sonido de un portazo lo despierta. Thomas está con sus manos sobre las costillas. Todavía siente el ardor <<que locura>> piensa mientras gotas de transpiración recorren su rostro. —Eso fue tan real… tendré que dejar de jugar a ese juego. El joven había tenido lo que se conoce como un sueño lúcido. Aquellos sueños que se sienten tan reales que, al despertar, por unos instantes, dudas si realmente estabas soñando. Thomas había vivido, en primera persona la misma situación que había jugado junto a su amigo unas horas atrás. Aunque en su sueño pudo avanzar un poco más. No tiene manera de saber si eso que acaba de soñar, es lo que sucederá en el juego. De lo que está seguro, es que ese dolor en las costillas se siente muy real. Tan real que, más allá del tacto, sus ojos tienen que comprobar que sus costillas no están al aire. De pronto escucha unos pasos apurados que suben por la escalera, acompañados por un llanto
Bajan ambos, Adrián da un beso a su madre, agarra su mochila y emprenden su camino. En el auto, camino al colegio, tanto Robert como Elizabeth se mantienen en silencio. La niña, con la misma cara de desgano con la que se había levantado. Su postura lo dice todo, más que sentada, está desparramada en la butaca del acompañante, mirando por la ventana como el sol va derritiendo la nieve caída durante la noche. Robert es quien rompe el silencio. —Es por Mathew ¿no? —al contrario que con su madre, a él le contaba todo, por eso sabe muy bien por donde viene tan mal humor. —Si pa. No sé porque sigo pensando en él —dice y luego suelta un suspiro, que empaña el vidrio de la ventanilla. —El amor hija, el amor —la consuela Robert mientras acaricia su mejilla—. Uno no elije de quien se enamora por más que pienses que sí. Sino mira a tu madre con quien se metió —una pequeña broma basta para sacarle una sonrisa. C
Margareth se encuentra en la cocina preparando la cena, mientras Robert y Elizabeth están sentados en la mesa de la sala principal. El padre lee su diario como es habitual y la niña se pinta las uñas de color azul. —¿Dónde se habrán metido estos dos? —pregunta la madre con tono preocupado, revolviendo con un cucharon de madera el guiso de lentejas, el cual será la cena de hoy. Padre e hija siguen con lo suyo. Al ver que ambos actúan como si no la hubieran escuchado se acerca al desayunador que divide la cocina de la sala. —¿En esta casa a nadie le importa lo que sucede? —increpa con enfado. Robert, quien es el que está dándole la espalda, hace a un lado lo que está leyendo y gira su cabeza para poder mirarla a los ojos. —Las marmotas ya tienen dieciocho años —dice y vuelve a su postura anterior—. Ya están un poco grandes, ¿no? —agrega mientras levanta nuevamente el periódico. A Margareth no le gust
Ambos vuelven a lo que estaban, sacan el poema nuevamente y comienzan a analizarlo. Estuvieron largo rato tratando de encontrarle una lógica a esas palabras. Lo dividieron por estrofas para poder analizarlo más detalladamente, separaron ideas, las horas pasaban, hicieron mil notas, vuelven a sacar el cofre esperando haber pasado por alto algo que esté a simple vista. A cada instante sus cuerpos cambian de posición, parados, sentados, luego acostados para un lado, después para el otro. Desarmaron el poema completamente y lo volvieron a armar de maneras diferentes. Ahora ya están buscando anagramas… y por fin, al cabo de tres horas de búsqueda incansable llegan a la conclusión que no tienen la menor idea de lo que es, están como al comienzo, en nada. Thomas ya abandonando la investigación saca un colchón del armario. —Vamos a dormir amigo. No doy más —arrastra el colchón y lo ubica justo al lado de la cama. —Si Thomas, demasiado por hoy —
Todos están sentados. La cena esta noche es amena y un tanto rápida. Un clima tranquilo y sin discusión. Elizabeth, Adrián y Thomas se miran con ansiedad, todos quieren seguir con la tarea que se asignaron. Ni bien terminan de dar su último bocado se despiden de los mayores y suben otra vez a su cuarto, que a esta altura ya bien podrían llamarlo su “guarida”. Elizabeth, después de esperar tan solo unos minutos, sigue el camino de los amigos. Sus pasos por la escalera son extrañamente ruidosos, más que de costumbre, como anunciándose al andar. Ahora, caminando por el pasillo que distribuye a las habitaciones, ya es más evidente que quiere hacerse escuchar cuando decide comenzar a silbar una canción carente de ritmo. Al momento en que pasa por delante de la “guarida” la puerta se abre y de allí sale una mano que sostiene el poema hallado dentro del cofre. Eli lo toma y con una sonrisa en su rostro apura su paso y la puerta de su cuarto se cierra con llave luego de ent
Adrián despierta con ánimos de seguir durmiendo, aunque su cuerpo siente como si hubiera dormido una eternidad. Tapa su cabeza con la almohada, a fin de que la luz que ingresa a la habitación no lo moleste, siempre odió que el sol le dé justo en los ojos. —Un momento… ¿quién abrió las ventanas? —se levanta y ni bien pone un pie en el suelo advierte algo diferente. —¿Quién puso esto acá? —al costado de su cama hay una alfombra de piel de zorro. Levanta la vista y automáticamente su boca queda nuevamente abierta y su cuerpo inmóvil por lo que ven sus ojos. —¿En dónde demonios estoy? —claramente no es su habitación, o por lo menos la que él conoce. Ese cuarto tiene el triple de tamaño, los muebles hechos íntegramente de madera, el frío es más intenso y donde debería estar la estufa ahora hay una mesa con una ropa muy diferente a lo que él usa. Ni bien quiere dar el primer paso su rodilla se afloja, provocando que se apoye en la
—¡Adrián por favor, tienes que despertar! —son las palabras que escucha antes de abrir sus ojos.Thomas lo está sacudiendo fuertemente cuando despierta. Esto lo confunde completamente ya que es lo opuesto a lo que estaba vivenciando hace instantes.Adrián recuerda claramente lo sucedido << ¿Cómo puede ser? Yo estaba tratando de que él reaccione >> piensa mientras mira a su alrededor.Está en su habitación. Allí se encuentra la familia Thindergar completa junto a su madre, quien ni bien se percata de que su hijo reacciona se abalanza sobre él.Sophia llora desconsoladamente, pero el abrazo de su muchacho le hace calmar. mientras Elizabeth mira sorprendida tapándose la boca con sus manos.—Vamos familia. —ordena Robert, piensa que lo mejor es retirarse y dejar que los Patinson se calmen.