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Después de instalarse en su majestuosa habitación, Liya se apresuró a tomar el contrato de trabajo que le había dejado Hassan.

La primera página fue, con mucho, la más difícil de descifrar. Liya tuvo la impresión de estar realmente prisionera en este lugar, por muy magnífico que fuera. Sin contacto con el exterior, sin salida fuera del palacio, llamadas telefónicas controladas.

Liya prefirió cerrar el contrato y lo arrojó sobre la gran cama con dosel. No hay necesidad de continuar con esta lectura que podría llevarla a arrepentirse de su elección.

- ¿Señorita Grey?

Liya saltó antes de volverse hacia la mujer que acababa de entrar en su habitación. Llevaba una sonrisa feliz, como si su presencia fuera preciosa.

- Mi nombre es Jamila, estoy encantada de conocerte.

Liya le estrechó la mano, mostrando su mejor sonrisa.

- Encantada de conocerte.

Jamila hizo una mueca, retorciendo los dedos con nerviosismo.

- Su Alteza se está preparando para la cena.

¿Cena?

¿Y entonces? ¿Cómo le preocupaba eso?

- ¡Dios mío, sí! Me tengo que ir, ¿no?

Jamila asintió sin perder la mueca. Liya trató de ignorarlo y agarró su chal para envolverlo alrededor de sus hombros.

- Te sigo Jamila, vamos.

Liya, decidida, la siguió por el laberinto de pasillos hasta que se detuvo frente a dos grandes puertas.

Esta vez, Liya no pudo evitar sentirse un poco aprensiva.

- Buena suerte, señorita, murmuró Jamila antes de salir corriendo.

Liya respiró hondo, decidida a entrar en esta habitación sin saber lo que le esperaba. Recordó su rostro, sus profundos ojos azules, las cicatrices levantadas que cruzaban su ojo y su boca torcida por la rabia.

Con el corazón palpitante, Liya abrió las puertas sin más demora, mortificada ante la idea de enfrentarse a la bestia de nuevo...

Abrió las dos pesadas puertas y luego se cerraron con un sonido que resonó en las profundidades de la habitación. Liya lo buscó entonces con la mirada, ya pensando en irse antes de descubrirla al fondo de esta gran sala decorada con hipnóticos frescos...

Allí, sentado en este sillón, cerca de una chimenea de mármol, dejando aflorar un ligero olor a madera.

- ¿No era curioso hacer un fuego de chimenea con este calor? Lanzó a Liya con la esperanza de abrir una conversación amistosa.

Giró su silla en su dirección, dejando que las llamas revelaran su rostro. Liya no pudo evitar saltar, dando un paso atrás antes de culparse a sí misma.

- ¿No fue descortés no anunciarte antes de abrir la boca, sobre todo cuando emite tonterías?

Liya respiró hondo para recobrar el juicio. Su voz sonaba naturalmente áspera y oscura... Liya sentía que no podía seguir adelante.

- Por favor discúlpeme su alteza, todavía tengo mucho que aprender.

¡- En efecto! Afirmó con voz aguda.

Liya abrió la boca, pero no salió ningún sonido a través del aluvión de sus labios temblorosos.

Ella trató de ignorarlo y dirigió su mirada a la gran mesa repleta de apetitosos alimentos.

- ¿Le gustaría comer su Alteza? Preguntó mientras él caminaba hacia ella sin el menor daño.

- Ayúdame, yo me encargo del resto, respondió con frialdad.

Con paso vacilante, Liya se acercó a su vez, intentando en vano no mirarlo.

- ¿Qué quiere, su alteza, un poco...?

Liya examinó la mesa tratando de descifrar la comida que había sobre ella.

- ¿Tal vez cordero?

- Si ya sabes dónde está, dijo, torciendo más la boca.

Para evitar despertar la ira que podía leer en sus ojos, Liya trató de servirlo.

- Sé exactamente dónde está.

Puso el plato frente a él y dio un paso atrás.

- ¿me vas a ayudar o me vas a ver comer? Inquirió el hombre, levantando la cabeza.

Liya sintió como si él hubiera captado su atención antes de que comenzara a buscarla. Un escalofrío recorrió su espalda mientras se acomodaba al final de la mesa. Liya lo miró y lo observó atentamente. Sus mejillas se sonrojaron de miedo cuando sus ojos inconscientemente se clavaron en los de ella. Liya reprimió un grito ahogado y desvió la mirada hacia la alfombra persa. Su rostro era, con mucho, el más aterrador que había visto hasta ahora. No era tanto por sus cicatrices, sino por la historia que estaba contando. Un odio voraz se podía leer en sus rasgos cincelados. Sus enormes mandíbulas le hacían pensar en las de un león, en cuanto a su estatura... Liya se sintió terriblemente avergonzada de sentirse segura sabiendo que no podía levantarse.

- ¿Te gustan tus apartamentos?

Desconcertada, Liya levantó la cabeza.

- Oh... son maravillosos.

- Disfruta entonces, es cuestión de tiempo que te vayas de aquí.

Liya debería haberlo sabido. Zhayar deseaba su partida inminente.

- Yo creo lo contrario, su alteza, se aventuró a decir, cerrando los puños.

El jeque detuvo todo movimiento e inhaló profundamente por la nariz.

- Si estás aquí es porque Hassan lo ha querido, pero yo no necesito ayuda.

- Por supuesto que lo entiendo, pero estoy aquí, así que bien podría ser por algo, replicó Liya, levantándose para servirle una bebida.

¿- Qué hace usted?

- Te serviré un trago, luego volveré a mi casa, declaró con una voz que esperaba que fuera menos temblorosa.

Dejó la jarra con delicadeza y luego volvió a su lugar.

- Pareces a la vez tenaz y aterrorizada, remarcó con voz profunda; no confío en ti

- Estoy aquí para hacer mi trabajo y nada más, respondió ella en un susurro; Te lo dije, solo el dinero me motiva.

Liya miró el suyo, que estaba perdido sobre la mesa.

- Hassan te habló de las desventajas? ¿Está informado que en este momento tiene restricciones?

- Sí, estoy informado, le di mi teléfono.

Una risa sin alegría atravesó el silencio.

- Eres dócil, notó, buscando su vaso en la mesa.

Ofendida, Liya prefirió no responder al ataque y mucho menos intervenir para guiarlo en la dirección de su bebida. Finalmente, lo encontró, llevándolo a sus labios. En los destellos de luz, Liya vio las cicatrices ocultas por su espesa barba negra. Uno de ellos cruzó la curva de su mandíbula para detenerse en la base de su barbilla.

- ¿Cómo es posible que una extranjera se aventure a mi país sin saber los peligros que corre? ¿Eres estúpida o simplemente ingenua? Aunque las dos hipótesis acaban por juntarse.

Liya tragó saliva.

- Puedo ser ingenua o estúpida, pero tú, en cambio, eres detestable.

Liya se congeló de horror, mirando la mesa. ¡Dios mío, qué había hecho!

- Lo tomo como un cumplido, termina respondiendo, volviendo a dejar su vaso sobre la mesa; ¿Tienes algún otro resentimiento hacia mí? ¿Lástima, por ejemplo?

Liya sacudió la cabeza como si pudiera verla haciéndolo.

- Sin piedad, su alteza.

- ¿Disgusto entonces?

- Tampoco...

Maldijo en árabe antes de golpear la mesa con los puños.

- ¡Me tomas por idiota! Él gruñó tan fuerte que ella saltó cuando se agarró a los bordes de la mesa.

- No... no... yo...

Liya apenas tuvo tiempo de explicar que la mesa se volcó con la sola fuerza de sus dos manos. Ella lo evitó por poco conteniendo la respiración. Todos los platos se hicieron añicos, platos y vasos eran solo fragmentos.

Liya, asustada, miró fijamente al jeque, que tenía los dientes apretados.

¿- Qué pasó? Exclamó Hassan, corriendo hacia su rey.

- ¡Salir! Él ordenó.

A pesar de los temblores de su cuerpo, Liya se arrodilló para recoger lo que aún era posible salvar.

- ¡Dije que te fueras! Gritó el jeque.

Hassan lo hizo levantar antes de que la situación empeorara. Ocultando su mano herida, Liya se dirigió a la salida, pensando en abandonar el lugar lo antes posible.

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