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Es posible que Liya no supiera lo afortunada que era al escucharlo reír, incluso si fue breve pero teñido de fuertes vibraciones. Sintió que se sonrojaba cuando él empujó su silla hacia atrás para darse la vuelta.

- Sígame, señorita Gray.

Parpadeando vigorosamente, Liya se levantó de un salto y lo siguió hasta una puerta opuesta a la salida. De buena fe, rodeó el sillón para abrirlo, pero como un depredador que intenta inmovilizar a su presa, el sheikh rápidamente encontró su muñeca y la agarró.

Él la atrajo hacia él para que ella se doblara.

Su rostro ya no tenía ni rastro de aquella sonrisa que le había esbozado hace un minuto. Era duro como el granito.

¡- No hagas eso! Sé dónde está la salida, no lo vuelvas a hacer, ¿entiendes?

Bajo amenaza, Liya asintió como si pudiera verla, presa de un temblor que lo obligó a soltarla. Sin disculpas ni compasión siguió su camino y abrió la puerta él solo. Incapaz de moverse, Liya se frotó la muñeca viéndolo irse mientras sentía que esta conversa
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