Capítulo7
¿Luca en verdad ama a Clarissa?

¿Cómo no? Si no la amara, no sentiría tanto odio, eso del odio al amor hay un solo paso es muy cierto.

Odia lo distante que es, odia que haya causado, sin querer, la muerte de Sofía, odia que siempre se parezca tan ajena a él.

Quiere casarse con ella, pero solo para hacerla sufrir. Él no puede mirarla desde abajo, no lo puede tolerar.

Es su esposa, pero eso lo hace sentir como un payaso. Como ahora, Clarissa ve a Luca y a Giulia juntos y no muestra ninguna reacción, incluso menciona claramente el divorcio.

¿Y por qué?

Ella no ha pagado por todo lo que le debe, ¿por qué puede Clarissa simplemente darse la vuelta e irse, mientras él sigue atrapado en esa pesadilla, sin poder salir?

Los ojos de Luca se pusieron rojos como la sangre, y de repente, agarró con fuerza la muñeca de Clarissa.

En ese momento, Clarissa fue empujada contra el sofá junto a la cama del hospital.

Luca la sujetó con tanta fuerza que su muñeca quedó marcada con un círculo morado.

Ella sintió el dolor, pero él se acercó y la dejó quieta.

—Clarissa, no mereces hablar de divorcio conmigo.

La tomó por el mentón y la obligó a mirar sus ojos amenazantes.

—Solo yo puedo dejarte en esta vida. Antes de que pagues por tus pecados, nunca deberías pensar en salir de la familia Ferrucho para perseguir tus sueños y tu libertad.

—Si no eres mi esposa, es porque estarás muerta.

Estaban tan cerca que Clarissa podía ver claramente la marca de un beso en el cuello de Luca, una marca roja dejada por Giulia.

Esa marca tan brillante parecía una sonrisa burlona.

Miró al hombre frente a ella, la misma cara, pero ya no había amor, solo una expresión llena de rabia.

Clarissa desvió la mirada. Luca le arrancó el contrato de divorcio de las manos y lo rompió antes de lanzárselo a la cara.

Los pedazos blancos del papel se esparcieron por el aire.

Clarissa no mostró emoción alguna, y eso solo hizo que Luca odiara aún más su actitud tan indiferente.

Pero en ese instante, una bofetada resonó en su cara.

—Luca, ¿qué estás haciendo delante de tu amante?

El vestido de Clarissa ya estaba algo desordenado, los botones de su pecho abiertos, y parecía que por la humillación sus mejillas estaban enrojecidas.

Luca reaccionó rápido, la miró, furioso.

Agarró con fuerza su cuello delicado.

—Clarissa, no pienses ni por un segundo en el divorcio, te quiero a mi lado para siempre.

Su voz grave contenía odio, como una maldición.

Clarissa sonrió de repente.

—Entonces Giulia también tendrá que pudrirse y no ser nada tuyo.

—Mientras yo siga en la familia Ferrucho, Giulia será siempre una amante despreciada, una mujer que nadie toma en serio.

Clarissa, aún atrapada por él, seguía sonriendo, sus ojos llenos de burla.

—¿Quieres llevarnos a un punto sin retorno?

Podía sentir cómo la mano de Luca apretaba cada vez más.

En su furia, estaba dispuesto a matarla.

La cara de Clarissa se había vuelto completamente roja, su voz temblaba al decir:

—No me importa que toda San León se entere de la porquería de historias de Giulia contigo.

—¡Cierra la boca!

Los ojos de Luca se llenaron de furia, soltó a Clarissa y se levantó.

Giulia yacía en la cama, mirando esta escena con timidez, y con un tono lastimero, murmuró:

—Luca, tengo frío...

Luca, preocupado y dolido, corrió hacia Giulia y tomó su mano. Giulia se acurrucó en sus brazos.

—Luca, no te preocupes por mí, no importa lo que pase, mientras tú estés bien, yo estoy feliz.

Después de esas palabras, Giulia se desmayó en la cama.

—¡Giulia! ¡Giulia!

Luca presionó el botón de la enfermera con urgencia.

Clarissa observaba con indiferencia cómo Luca se movía rápido para atender a Giulia, y la burla en su mirada se intensificaba.

La puerta de la habitación no estaba completamente cerrada. La enfermera entró junto con el médico. Clarissa levantó la mirada y se encontró con una cara tan atractiva que casi la deja boquiabierta.

Él tenía unos ojos bonitos y unos labios sensuales, sus ojos rasgados le daban un aire intrigante, y su mirada, aunque clara, tenía un toque de sarcasmo. No parecía el tipo de hombre que esperaría ser, pero llevaba una bata blanca de médico que le daba un aire elegante.

Es Javier Manzo.

Clarissa había tenido algún encuentro con esta persona antes, pero solo fue un cruce en una cena donde intercambiaron algunas palabras. Sin embargo, eso fue suficiente para quedarse grabada en su memoria.

Este hombre es el heredero legítimo de la familia Manzo en San León, un hombre bien relacionado con las principales familias de la ciudad. Es conocido por tener una vida amorosa complicada, muy acorde con su cara extraordinariamente atractiva.

La familia Manzo proviene de una larga tradición de médicos, y su clínica, La Misericordia, en San León es una de las mejores del país. Ninguna familia se atreve a enemistarse con ellos.

Javier es un prodigio, un talento único: entró a la universidad a los catorce años y desde pequeño estudió medicina. Ha publicado un montón de artículos en revistas especializadas y se ha convertido en una de las mentes más brillantes del ámbito médico.

Es el director de la clínica, y solo las personas más importantes pueden conseguir una cita con él.

Clarissa observaba a Javier, quien le sonrió y asintió antes de caminar lentamente hacia la cama del paciente.

Javier rara vez asistía a cenas o reuniones sociales, pero Luca no lo reconoció y solo le pidió que comenzara el tratamiento rápido.

Javier, con calma, tomó una silla y se sentó junto a la cama, mirando un momento a la enfermera, quien sacó una caja de agujas. Dentro de la caja, había una fila de agujas largas, de más de diez centímetros. Luca las miró y apartó la vista.

—Doctor, Giulia solo está desmayada por fiebre, con un suero será suficiente; no es necesario usar esas agujas —dijo Luca, incómodo al ver el largo de las agujas.

—¿Quién te dijo que tiene fiebre? —respondió Javier mientras pasaba el termómetro por la frente de Giulia.

—Su temperatura es normal. El paciente está experimentando una fiebre falsa, lo que podría ser diagnosticado como un síndrome bipolar. En su etapa inicial, esto causa desmayos, y si no se trata, empeorará. Necesito usar una aguja larga para despertarla.

—Su enfermedad es difícil de tratar, y esta aguja probablemente le cause un gran dolor. Es normal que sufra dolores de cabeza durante diez o incluso quince días después del tratamiento.

Javier dijo estas palabras con calma, pero su mirada parecía juzgar al notar que Giulia, con los ojos cerrados, temblaba un poco.

—Voy a aplicar la aguja ahora —añadió.

La larga aguja se acercó lentamente a la cabeza de Giulia, quien, de repente, se sentó erguida en la cama, aterrada al ver el peligroso objeto acercándose a su cabeza.

—Luca, yo… ya me siento mejor, no necesito que me pongan esa aguja… —dijo Giulia, temblando de miedo.

Javier, con una sonrisa burlona, guardó la aguja en su estuche.

—Parece que mi habilidad médica ha mejorado mucho. No necesito usar la aguja larga para curar a mi paciente. —dijo en tono irónico.

Giulia bajó la cabeza, incapaz de mirar a Javier.

Luca, todavía preocupado por Giulia, la tranquilizaba y, al ver que Javier estaba a punto de irse, le preguntó, apurado:

—Doctor, ¿debería Giulia tomar algún otro medicamento?

Javier ya estaba de pie y caminaba hacia la puerta de la habitación. Al escuchar la pregunta, se rio.

—Ella no tiene fiebre, está completamente sana, lo del trastorno bipolar fue solo un invento mío.

—Lo que tú necesitas es tomar más medicamentos, ya que eres ciego tanto de mente como de cuerpo —respondió Javier, sin voltearse a mirar.
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