Capítulo 9
Mi ánimo, que apenas estaba mejorando, cayó de golpe.

Me mantuve callada, firme.

Leonardo perdió la paciencia y me agarró del brazo.

—¡No me toques! —grité fuerte.

Mi voz se escuchó en toda la sala de espera, y todos los pacientes voltearon a mirarnos. Muchos ojos se fijaron en nosotros, curiosos.

La cara de Leonardo era amenazante. Se acercó y me habló en voz baja, pero amenazante:

—¡Ven conmigo! Hablaremos en casa.

Yo retrocedí un paso y le dije fuerte:

—¡No!

Sus ojos se llenaron de furia.

—Giuliana, ¿quién te crees ahora? ¿Quieres que deje de preocuparme por ti?

Su tono alto y amenazante no me asustó.

Volteé la cabeza, indiferente.

—Sería lo mejor. No necesito que te preocupes por mí.

Intentó agarrarme de nuevo, pero cuando tocó la venda de mi hombro, se detuvo. En ese momento, pareció darse cuenta de lo que había hecho antes.

Su tono se calmó:

—Admito que te lastimé sin querer. Es normal que estés enojada. Pero solo pensaba en tu bienestar. Vamos, sé
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