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—¿Has traído un ecógrafo a mi piso?—, dijo Helena mientras miraba con los ojos muy abiertos el aparato. Henry empezaba a preocuparse, ya que había estado repitiendo lo mismo durante la media hora que su médico, su amiga y su técnico habían tardado en instalarlo. Gail no había sido de gran ayuda, ya que no paraba de reírse de la cara de estupefacción de Helena, mientras que su amigo, Oliver Lombardi, no paraba de poner los ojos en blanco. Si le era sincero, era divertido ver a Helena perder la cabeza por la máquina, pero le preocupaba más su palidez.

—Cariño, ¿estás bien?—, le preguntó mientras le cogía la mano y se la llevaba a los labios. Estaba sentado a su lado en la cama mientras ella observaba todo con los ojos muy abiertos. Fue el primer lugar al que corrió cuando vio la máquina. Había intentado cerrar la puerta con llave, pero él le había pisado los talones y había conseguido evitar que se cerrara. Por suerte, Gail estaba disponible para hablar con Oliver y mostrarle dónde inst
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