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—¿Cómo me encontraste?—, preguntó finalmente en medio del silencio.

—Siempre he sabido dónde estás.

Con las cejas fruncidas, sus ojos se clavaron en él cuando se sentó en su cama. ¿Siempre lo has sabido? ¿Siempre? ¿Era una especie de acosador? El miedo empezó a invadirla y finalmente se dio cuenta de que no sabía mucho de él, aparte de que era rico y un amante maravilloso y considerado. Le apartó la mano cuando él se la tendió e ignoró cómo apretaba el puño.

—¿Qué quieres decir? ¿Me has estado siguiendo?—, preguntó temblorosa.

—No, sólo tengo tu información—, dijo él, y su ira se transformó en incertidumbre. Un claro indicio de que le estaba ocultando información

—Eso no es tranquilizador—, le dijo ella con brusquedad, apartándole la mano cuando intentó acariciarle el pelo.

—Supongo que no. Tampoco hay una forma tranquilizadora de decírtelo—. Sobresaltada, levantó la vista y sus ojos se cruzaron con los de él, serios, cuando por fin le cogió la mano. Entonces dijo la cosa más ridícula
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