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Henry Reyes miró la caja que había cogido por reflejo y frunció el ceño. Luego miró a la mujer rubia que corría por el pasillo, con las manos tapándose la boca y el otro brazo sobre el estómago. Se parecía mucho a una adolescente que sale corriendo después de confesar su amor a la persona que le gusta; él estaba muy familiarizado con esa imagen, ya que tuvo que soportar ese tipo de situaciones durante la escuela secundaria y el instituto. El recuerdo fue agridulce y sus labios se levantaron ligeramente. Pero la sonrisa se desvaneció al recordar la reunión a la que llegaba tarde.

—Déjeme cogerlo, señor Reyes—, le dijo su ayudante, Aksa Walker, con las manos extendidas. Asintió con la cabeza y estaba a punto de entregar la caja cuando algo le llamó la atención. Tirando de la caja hacia su pecho, sacó el portarretratos que quedó al descubierto al desprenderse un papel sobre él. Lo que le llamó la atención fue el sujeto de la fotografía. —Señor, ¿quiere que les avise de que va a llegar ta
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