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Kiara resopló.

—¡No sé quién demonios te crees que eres!—, espetó. —Pero no soy un cachorrito obediente al que dar órdenes cuando te da la gana.

Martiniano sólo se quedó mirándola, desinteresado por las palabras que salían de su boca. Sabía que esta discusión era algo que pretendía ganar. No le interesaba escuchar nada más de lo que Kiara decía, porque ya había tomado una decisión y no pensaba cambiarla pronto.

Suspiró cuando ella continuó lanzándole insultos. Vio los movimientos de su boca, pero bloqueó los sonidos en su mente. Sonrió al verla, sorprendido de que la mujer le pareciera divertida. Era una fiera, lo sabía, pero no iba a dejarse amilanar por sus insultos.

Frustrado, comenzó a caminar hacia la habitación de Kiaras, ignorando el grito ahogado que se escapó de sus labios. Se tomó su tiempo, sin ninguna preocupación en el mundo y se dirigió a su armario. Miró la ropa concentrado, como si estuviera pensando en lo que debía sacar.

Empezó a coger un vestido que estaba colgado
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