—Te dije que lo traería vivo a casa —dijo Dereck con firmeza, mirando a Paola con una mezcla de orgullo y alivio.Paola, emocionada y agradecida, apenas podía contener las lágrimas.—Muchas gracias, señor… muchas gracias —dijo, su voz entrecortada por la emoción.Dereck asintió levemente, permitiendo que Paola tuviera su tiempo con los niños. Se retiró hacia su oficina, dejando a la familia disfrutar del momento. Paola tomó a sus hijos y pasó el resto del día jugando con ellos como si intentara compensar todo el miedo y la angustia vividos. No dejó que ninguno de ellos se apartara de su lado, ni siquiera cuando cayó la noche. Aunque la cama no podía contener a un adulto y dos niños, insistió en que durmieran juntos. Sabía que Dereck tomaría medidas adicionales para garantizar su seguridad, pero aquella noche necesitaba tenerlos cerca, como un escudo contra el peligro que los había acechado.A la mañana siguiente, Paola ya estaba trabajando temprano en la oficina, con su característico
Cuando Paola terminó su jornada laboral, en lugar de dirigirse directamente a casa, pidió al taxista que la llevara a la villa de los Fischer. Allí se encontraba la mansión de su padre. Aunque se había prometido no volver nunca más a ese lugar, sabía que no podría cumplir con esa resolución hasta recuperar todas las pertenencias de su madre. Era consciente de que su padre la odiaba ahora, algo que le resultaba doloroso, pero debía aprender a convivir con esa realidad. Al menos, sus dos hijos eran suficientes para llenarla de felicidad.Al llegar, bajó del auto y avanzó con paso decidido. Frente a la puerta principal, presionó el timbre. Cuando la puerta se abrió, se encontró con Edith, su madrastra. Sin darle demasiada importancia, la saludó casualmente y entró.—¿A dónde crees que vas? —preguntó Edith, siguiéndola rápidamente.Brandon Fischer, su padre, no estaba en casa en ese momento, lo que le dio cierto alivio.—A la habitación de mi madre —respondió Paola sin molestarse en mirar
La tela que vestía y su cabello perfectamente peinado hacían que Camila luciera adorable. Su sonrisa era cálida cuando pronunció su nombre:—Dereck.Dereck se levantó de su asiento y caminó hacia ella lentamente.—Camila —respondió.Ella bajó la mirada, sonrojada, y Dereck la abrazó. Ella correspondió el abrazo con fuerza. Sin embargo, algo era diferente. Su olor, que antes reconocía al instante, ahora era extraño. Todo en ella parecía haber cambiado con el tiempo, incluso su voz.Nathalia, quien observaba desde la distancia, sonrió mientras los miraba.—Te he extrañado —dijo Camila. Su voz tenía un tono más grave que antes, pero seguía siendo suave y tranquila.—Yo también lo he hecho —dijo Dereck, mientras le indicaba que tomara asiento frente a él. Ambos se sentaron, y antes de que Camila pudiera hablar, Nathalia intervino con una sonrisa.—Dereck podrá ser el hombre más poderoso de La Ciudad, pero sigue siendo mi hijo. Te aseguro que es un hombre de palabra. Cumplirá la promesa qu
Dereck tamborileó con los dedos sobre el reposabrazos de la silla, su rostro imperturbable mientras decía:—Pareces olvidar quién soy. No es tu decisión tomar, yo tomo las decisiones. Te enviaré fuera de la ciudad y me aseguraré de que no vuelvas nunca más. En cuanto a los niños, soy perfectamente capaz de cuidarlos.Paola sintió un profundo dolor al escuchar esas palabras. Este hombre, al que alguna vez pensó conocer, parecía realmente despiadado.—¿Y cómo crees que se sentirán los niños al saber que su madre ya no está con ellos? —preguntó, su voz quebrándose.—Tristes, pero solo por un corto período. Pronto traeré a alguien que pueda actuar como su madre —respondió Dereck, con la frialdad de quien ya había tomado una decisión irreversible.Paola lo miró, incrédula.—¿Te casarás con alguien más?Dereck se acomodó en la silla, tomándose intencionadamente unos segundos antes de responder:—Sí.El impacto de esa simple palabra golpeó a Paola como un rayo. Sintió cómo su corazón parecía
Paola subió a su auto con las manos temblorosas y el corazón destrozado. No tenía rumbo, pero sabía que necesitaba escapar, perderse en algún lugar donde pudiera dejar que el dolor fluyera, aunque solo fuera por unas horas. Manejando sin rumbo, terminó frente a un bar discreto y oscuro, el único lugar donde sabía que nadie la reconocería y donde podría ahogar sus penas sin ser molestada.Entró, pidiendo una copa casi sin mirar al barman, y se sentó en una esquina aislada. Las luces tenues del lugar y el murmullo de las voces la envolvieron, dándole una efímera sensación de anonimato y soledad. A medida que el alcohol comenzaba a hacer efecto, Paola dejaba que los recuerdos y las palabras hirientes de Lucas se diluyeran, aunque el efecto era efímero. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Lucas y Rose en su cama reaparecía, como una pesadilla de la que no podía despertar.—¿Cómo pude ser tan ingenua? —se dijo en voz baja, con una mezcla de furia y tristeza.Pensó en los tres años
Luego de desnudarse, el hombre comenzó a besar su cuello y su pecho, saboreando cada centímetro de la piel de Paola. Le chupó y mordisqueó los pezones, haciéndola gemir de placer. Ella se arqueó contra él, suplicándole más.Luego, el desconocido bajó su mano hacia su entrepierna y comenzó a acariciar suavemente su clítoris. Paola gimió y se retorció de placer. Estaba mojada y lista para él.La penetró lentamente, sintiendo su calor y su humedad alrededor de su pene. Ella gritó de placer y comenzaron a moverse juntos. Sus cuerpos se unieron en un ritmo perfecto, cada embestida más fuerte y más rápida que la anterior.—Sí, así, así —gemía ella—. Más profundo, más rápido.Se besaron apasionadamente mientras Paola cabalgaba sobre el hombre. Sus cuerpos estaban cubiertos de sudor y los gemidos llenaban la habitación.—Voy a venirme. —Paola dijo y apretó sus músculos alrededor del desconocido y sintió cómo el orgasmo de él también se acercaba.—Sí, ven dentro de mí —susurró en el oído del de
Cada palabra de Rose era un veneno que se iba acumulando en su pecho. No tenía fuerzas para responder, ni siquiera para enfrentar a aquella mujer que estaba robándole lo que más había querido en el mundo. Sentía que algo se desgarraba dentro de ella, como si cada fibra de su ser estuviera rompiéndose en pedazos.Con una mano temblorosa sobre el pecho, dio media vuelta, decidida a escapar de aquel lugar que antes llamaba su hogar. Solo quería desaparecer, dejar de sentir. Quería que el dolor se apagara de alguna forma, aunque solo fuera por un momento.Pero al girar hacia la puerta, se detuvo de golpe. Allí, de pie en el umbral, estaba su suegra, observándola con una expresión que mezclaba sorpresa y desaprobación. La madre de Lucas, quien siempre había sido fría y reservada con ella, tenía ahora una mirada penetrante, como si supiera todo lo que acababa de suceder en esa habitación.—Paola —dijo con voz seca—, ¿qué está pasando aquí?Paola tragó saliva, sin poder decir una palabra. Sab
Paola había dejado atrás la ciudad, y con ella, todas las ataduras y sombras de su pasado. Se instaló en un pequeño pueblo al sur, lejos de los murmullos y la influencia de los Hotman. Allí, encontró un lugar tranquilo, una pequeña cabaña con vistas al río, donde esperaba poder empezar de nuevo y vivir una vida en paz.Los primeros días fueron un respiro. Disfrutaba de la soledad, explorando el paisaje, redescubriéndose a sí misma y adaptándose a la simplicidad de su nuevo entorno. Se sentía como si estuviera recuperando pedazos de sí misma que había perdido en esos años de matrimonio. Ahora que estaba sola, podía respirar sin miedo a las expectativas de nadie, podía caminar sin que el peso de la mirada de su suegra la siguiera, y, finalmente, podía empezar a curarse.Sin embargo, semanas después de haber iniciado su nueva vida, algo cambió. Al principio, pensó que solo era el cansancio acumulado de los cambios recientes. Pero, poco después, los síntomas se hicieron más evidentes: náus