La situación en ese momento era como una flecha en el arco, lista para ser disparada.El ambiente dentro del coche era extremadamente íntimo.Sin darse cuenta, Mariana rasguñó el cuello de Walter con sus uñas, dejando una marca roja muy visible.Justo cuando su ropa estaba a punto de ser arrancada, el celular de Walter sonó estrepitosamente en el coche silencioso.Se quedó congelado, con los dedos todavía en el broche del sostén de Mariana.Ese tono de llamada fue como una alarma que dispersó instantáneamente la atmósfera íntima en el coche, haciendo que ambos recobraran la compostura.Mariana levantó la mirada, sus ojos húmedos se cruzaron con los de Walter, llenos de deseo.Se lamió los labios, saboreando un ligero sabor a sangre, y vio de reojo el nombre en la pantalla del teléfono, Jimena.¡Otra vez ella!Mariana frunció el ceño y su mente se aclaró al instante. Con una risa sarcástica, preguntó: —¿Esto que estamos haciendo se considera infidelidad?Walter se quedó perplejo, mirand
Mariana hizo una mueca; aunque no había escuchado toda la conversación, podía adivinar que estaban hablando mal de ella.La noche anterior había bebido hasta emborracharse, y seguro que sus padres habían estado ocupados cuidándola otra vez.Intentó deslizarse cuidadosamente hacia la sala de estar, pero Tobías la atrapó de inmediato.Él resopló, y tras confirmar que Mariana estaba bien, tomó su maletín y se fue a trabajar.—¡Ten cuidado en el camino, papá! —Mariana le recordó dulcemente, intentando mejorar su imagen.Pero Tobías no se giró, simplemente se marchó.Mariana torció la boca y miró a su madre.Catalina la observó con el ceño fruncido. —¿Otra vez lo mismo? Trabaja bien, ¿por qué tienes que beber tanto? —dijo con un suspiro, señalando un vaso en la mesa— Te preparé agua con miel. Tómala y ve a trabajar.—Sí, mamá —respondió Mariana obedientemente.Catalina suspiró de nuevo, le revolvió el cabello con fuerza y se fue también.Mariana, recostada en el sofá, no sólo tenía la cabez
Durante toda la mañana, Mariana absorbió como una esponja diversas experiencias y nuevos conocimientos.Tal como Milena había dicho, el mundo de los pacientes era realmente variado y sorprendente.Algunos de ellos lloraban como si hubieran encontrado a su salvador, agarrándose de sus manos y suplicando que los salvaran; otros, en cambio, mostraban una expresión obstinada, con el ceño fruncido, como si desconfiaran de todos.Sin embargo, los más difíciles de tratar no eran esos pacientes, sino sus familiares.Como el caso de ahora…—¿Qué tiene esta mujer que cuesta tanto dinero? ¡Ya no tengo dinero para seguir con su tratamiento! Te pregunto, ¿la puedes curar o no?Frente a ellas estaba un hombre de mediana edad, vestido con ropas andrajosas, aparentando más de cincuenta años, emanando una rudeza indescriptible.A su lado, estaba sentada una mujer de unos treinta años, de aspecto delicado, piel blanca como el jade, pero con una actitud de cierta timidez y cautela.—Doctora, sólo quiero
Aquel año, Milena acababa de comenzar en la clínica cuando se topó con una pareja similar. Por amabilidad, ayudó a la señora, pero su marido se enteró y se le aferró descarado como chicle.El hombre no sólo le pedía dinero todos los días, sino que requería que le comprara coche y casa, e incluso que se hiciera cargo de ellos para siempre.Hasta con toda razón decía: —¿No que eres muy rica? ¡Entonces sigue haciendo el bien!Desde entonces, Milena evitaba a toda costa a los malintencionados y a los codiciosos, temiendo meterse en más problemas.—Entendido, jefa —respondió Mariana obedientemente.Milena se quitó las gafas, frotándose las sienes con una expresión de cansancio. —Bueno, vete a descansar.Al ver eso, Mariana se acercó y sugirió: —¿Qué te parece si le doy un masaje?Milena pensaba rechazarla, pero en cuanto las manos de Mariana la tocaron, la sensación de alivio fue irresistible y se rindió de inmediato.Pensó que era muy afortunada de tener a la hija de la familia Chávez dánd
Después de almorzar, Mariana paseaba relajada por el edificio de la clínica, intentando familiarizarse con el nuevo entorno, cuando de repente recibió un mensaje de Brayan.Brayan: [Mari, ¡sal! ¡Te llevo a divertirte!]Mariana: [Querido tío, solo soy una chambeadora, tengo que partirme el lomo.]Brayan: [¿Partirte el lomo? ¿Acaso nuestra familia no tiene dinero para mantenerte?]Mariana suspiró resignada. Su familia ciertamente no tenía problemas de dinero, pero ella no podía ser una parásita toda la vida.Brayan: [Entonces esta noche te invito a una gran cena para consentirte.]Mariana sonrió y le respondió con un «sí».Tal vez su tío creía que se había sentido agraviada en la cena con Alfredo la noche anterior y quería compensarla.Guardó su celular y se dispuso a dirigirse al elevador cuando, de repente, vio una figura familiar acurrucada en una esquina del vestíbulo.Frunció el ceño, preguntándose si era la misma mujer de antes. Llevaba una camiseta blanca y unos tenis de lona, con
Las maldiciones del hombre resonaban como petardos, irritando a todos a su alrededor.—¿Cómo que las mujeres tienen un alma inmunda?—¿Él de qué cueva se escapó? ¡Es increíble lo mal educado que es!—¡Apúrense, llamen a la policía!La mujer estaba siendo golpeada hasta sangrar por la nariz, desplomada en el suelo sin fuerzas para levantar la mano.Por más que la gente a su alrededor intentara disuadirlo, el hombre, como una bestia despiadada, no se detenía y seguía exigiendo: —¿Todavía quieres curarte? ¿Te atreves a escapar de nuevo? ¡Habla!Otra bofetada cayó brutalmente, con una fuerza que parecía capaz de destrozar el mundo entero.La mujer lloraba en silencio, sus lágrimas corrían por sus mejillas mientras el dolor en su corazón se desbordaba como una ola incontrolable.Algunos maldecían la injusticia del destino, lamentando no haber nacido en una época más libre; otros, incluso en esta sociedad supuestamente abierta, se sentían profundamente desesperados por sus vidas.Mariana pre
Mariana se enfureció tanto que hasta soltó una risa. Al parecer, sólo los inútiles intentan controlar la vida y la muerte de otros.—Está bien, inténtalo —dijo, su rostro mostrando una calma glacial.—¿Me estás amenazando? —el hombre abrió los ojos de par en par, mirando fijamente a Mariana, respirando con dificultad mientras preguntaba— ¿Crees que no me atrevo?La mujer en el suelo luchó por levantarse y se aferró a la pierna del hombre, negando con desesperación.—Doctora, gracias, pero... no quiero seguir con el tratamiento, de verdad no quiero —dijo entre sollozos.Sus ojos estaban inyectados en sangre y sus mejillas marcadas por las lágrimas, hasta el punto de que Mariana no podía ver las huellas del tiempo en su rostro.—No quiero seguir. Me voy a ir a casa contigo, te obedeceré y haré lo que tú digas... —la mujer abrazó la pierna del hombre, suplicando con voz temblorosa— ¿Vámonos a casa, por favor?Le rogaba que dejara de hacer escándalo; sólo quería escapar de ahí y dejar de s
Mariana elevé al hombre por encima de su hombro y lo lanzó al suelo con un golpe contundente, como si aplastara a un mosquito.La multitud que observaba estalló en aplausos y vítores: —¡Eso es! ¡Así se le enseña!—¿No naciste de una mujer? ¿Cómo puedes tener tanto desprecio hacia ellas?El hombre, con sangre en la comisura de los labios, miraba al techo con ojos vacíos, mientras sus dedos temblaban ligeramente sobre el suelo.Mariana lo observó fríamente, se limpió la boca con el dorso de la mano y luego le hizo una seña con el dedo para que se pusiera de pie. Durante todo el proceso, su expresión permaneció impasible, como una estatua. —¡Levántate como un hombre!La mujer que estaba al lado, al ver a su marido acostado en el suelo, se arrastró llorando hacia él, suplicando: —No... no lo golpees más...Mariana abrió los ojos con asombro.¿Incluso estaba pidiendo clemencia por ese hombre?—Por favor, no lo golpees más... Si lo dejas incapacitado, nuestra familia se arruinará por complet