—Ella... —Fabio miró la puerta cerrada de la sala de emergencias, su corazón latiendo con fuerza.Apretó la mano de Eduardo, lleno de preocupación.Mariana había entrado, pero ¿cómo trataría a Hadya? ¿La trataría como a cualquier paciente? Esa era la pregunta que más le inquietaba.—Papá, no te preocupes. Estamos en el hospital, y aunque Mariana sea arrogante, no podrá hacer nada aquí —Eduardo, en comparación, parecía mucho más tranquilo.Cuando escuchó que Mariana iba a entrar, la verdad es que se sintió nervioso. Pero al ver a Eva defendiendo a Mariana para que entrara, su corazón inexplicablemente se calmó, como si sintiera una extraña confianza.Dentro de la sala de emergencias.—¿Cuál es la situación del paciente? —Mariana se acercó al doctor Delgado.Rápidamente alguien respondió: —Actualmente tiene presión baja, acaba de sufrir un paro cardíaco. Debido a la gran cantidad de alcohol y medicamentos ingeridos, su estómago está en estado de descomposición...Mariana miró hacia la gr
Eso debe ser la responsabilidad innata de un médico.El doctor Delgado sonrió y dijo: —La señorita Chávez y los problemas de la familia López no son un tema desconocido para nadie. Cuando la familia López tiene un problema, la señorita Chávez se preocupa tanto; realmente es una buena doctora.Mariana no pasó por alto el sarcasmo en su tono, pero no tenía ganas de responder. Rápidamente se sumergió por completo en la cirugía.Fuera de la sala, la atmósfera era tensa. Dentro del quirófano, la presión aumentaba.El doctor Delgado se sentó contra la pared, observando a Mariana. Ella estaba fría y distante, más que cuando pasó por el pasillo. Sin embargo, sus movimientos eran rápidos y precisos. Hablaba con claridad; aunque era nueva, parecía coordinarse perfectamente con el personal a su lado.El ritmo cardíaco seguía cayendo; en el monitor, los números se convirtieron en una línea horizontal. Un suspiro colectivo recorrió la sala de operaciones. El doctor Delgado bajó la cabeza. ¿Y ahora
—Mariana, no te hagas ilusiones de que te amaré.El hombre la agarró del cuello, empujándola contra el sofá y la insultó con una cara llena de disgusto: —Mi paciencia contigo ya llegó al límite, así que te aconsejo que te portes bien. ¡En seis meses nos divorciaremos!—De verdad no empujé a Jimena... ¡Fue ella misma quien cayó en la piscina!Mariana Chávez tenía la voz débil y estaba empapada hasta los huesos, con su cuerpo delgado temblando sin cesar, mostrando que aún no se había recuperado del miedo de haber caído al agua hace un momento.—No te justifiques más. ¡Has sido su amiga durante años, sabes que le tiene miedo al agua! —gritó furiosamente, mientras sus acciones se intensificaban y su semblante feroz insinuaba que si algo le pasaba a Jimena, ella también tendría que enfrentar las consecuencias.La simple frase -amiga durante años- la condenó directamente.Los ojos de Mariana se fueron humedeciendo y una lágrima se deslizó lentamente por su mejilla; en ese instante, el sonido
—Papá, tenías razón, nunca podría entrar en el corazón de Walter. Sé que me equivoqué, quiero volver a casa.La voz ronca de Mariana resonaba en la vacía sala de estar.La familia Chávez era la más rica de la ciudad de Luzalta, un clan de médicos.Su abuelo era comerciante y su abuela era una famosa profesora de cirugía cardíaca, ambos haciendo una pareja perfecta. Desde pequeña, Mariana siguió a su abuela para estudiar medicina. La viejita decía que era una genio destinada a seguir ese camino.Sus abuelos le habían allanado el camino hacia el éxito, su padre había acumulado innumerables propiedades para que ella las heredara, y su madre prometía que podía ser la princesa de la casa para siempre.Pero ella lo había abandonado todo por Walter, degradándose a sí misma hasta llegar a donde estaba ahora.En aquel entonces, pensó que era una verdadera guerrera que luchaba por el amor, con gran entusiasmo y corazón valiente. Ahora que lo pensaba, su cabeza estuvo viviendo en las nubes.Mar
Walter se negaba a creerlo y buscó en todos los lugares donde Mariana podría estar: el jardín trasero, el estudio, la sala de proyección... Sin embargo, no sólo no encontró un rastro de ella, sino que sus pertenencias habían desaparecido, incluidos los libros de medicina en la estantería en el estudio que ella solía leer.Él raramente iba allí, y ahora, sin Mariana, la casa parecía haber sido abandonada durante mucho tiempo, sin huella de vida humana.Walter bajó las escaleras con paso pesado y, de repente, notó que la pared detrás del sofá estaba vacía. Cuando vio el cuadro dañado arrojado en el bote de basura, su respiración se contuvo por un momento. Después de casarse con Mariana, ella siempre le pedía que la acompañara de compras, pero como él estaba ocupado con el trabajo y la detestaba, la rechazaba una y otra vez.El día de su cumpleaños, ella fue a la empresa a buscarlo y le preguntó: —Walter, ¿me podrías acompañar en mi cumpleaños? Si estás ocupado, está bien sólo media hor
Mirando al hombre que la estaba llevando hacia adelante, Mariana pareció quedarse en trance.Fue igual que aquel año, cuando él tomó su mano y la sacó corriendo de aquellos que los perseguían.Si en aquel entonces Walter hubiera sido un poco peor con ella, tal vez no lo habría amado tanto ni habría insistido en casarse con él a pesar de romper con su familia.Pero de nuevo, ¿por qué estaba él allí? ¿Y qué estaba haciendo ahora?¿Acaso estaba celoso de verla coquetear con otro hombre?Pero en breve ella desechó esa idea.Walter no tenía corazón; nunca la había amado, así que ¿cómo podría estar celoso?Cuando Mariana fue empujada adentro del baño, el alcohol comenzó a hacer efecto y se sintió débil en todo su cuerpo.Walter la presionó contra el lavabo con el ceño fruncido. La luz sobre su cabeza le daba una apariencia borrosa, pero no era difícil ver su atractivo.—Mariana, ¡aún no estamos divorciados! —espetó entre dientes.Con la espalda pegada al lavabo, el tatuaje de mariposa en la
En esa noche, en el piso 33 del Hotel Solaz, se llevaba a cabo un banquete. A través de los ventanales grandes, se podía contemplar toda la vibrante vista nocturna de Yacuanagua.La melodía suave del piano flotaba en el aire, mientras Mariana se recostaba perezosamente en la barra, balanceando distraída su copa de vino tinto y observando a su alrededor sin mucho interés.Los hombres en el salón la miraban fijamente con codicia, deseando entablar conversación pero sin atreverse a hacerlo.Esa noche, ella llevaba un vestido largo negro con tirantes, con algunas arrugas en la falda que dejaban al descubierto sus delicados tobillos. El atuendo le quedaba holgado, pero resaltaba perfectamente sus curvas. Su cabello caía en cascada por su espalda, dejando entrever un tatuaje de mariposa, todo lo cual la hacía destacar demasiado.En ese momento, su celular sonó y, al echarle un vistazo, descubrió que era un mensaje.Papá: [¿Fuiste a la fiesta?]Mariana suspiró y escribió: [Ya estoy aquí.]Des
El salón se convirtió instantáneamente en un caos. La gente dejó caer sus copas y se agolpó para ver qué pasaba.—¿Ya llamaron al 119?—¿Cuándo llegará la ambulancia? ¡Si el señor Holgado tiene algún problema aquí, los Holgados no nos perdonarán!Mariana levantó la vista y vio a un hombre de unos cincuenta años, ahora con el rostro pálido y tendido en el suelo.Echó un vistazo al reloj; el Hospital General estaba a quince minutos en coche desde allí, y en ese momento había tráfico, así que si esperaban a que llegara la ambulancia, probablemente sería demasiado tarde.Hasta ese momento, el hotel aún no había enviado a nadie para resolver la situación, y al ver cómo el estado del hombre empeoraba cada vez más, Mariana, quien había estudiado medicina desde pequeña, comenzó a sentir ansiedad mientras su corazón latía con fuerza.Después de vacilar por un momento, finalmente se acercó y dijo: —Déjenme ver.Al instante, las miradas de todos se posaron en ella.—¿Puedes hacerlo? Todos saben q