Amaia.Corro con todas mis fuerzas, sintiendo que el viento me golpea el rostro cuando salgo del hospital. A mi derecha el camino que conduce a la calle, a mi izquierda el que lleva a los jardines, uno pequeño en forma de laberinto. Me decido por el segundo.Mi respiración está agitada, pero el miedo no es lo que me domina, sino la rabia y es lo que da fuerza a cada uno de mis pasaos. Sé que Gael no se detendrá hasta que me atrape, pero eso no significa que me rinda sin pelear.Las hojas crujen bajo mis pies, el sonido de las pisadas apresuradas se mezclan con las de él cada vez más cercanas. Entonces, sin que pueda evitarlo, un fuerte tirón en mi muñeca me hace girar de forma brusca, consiguiendo que pierda el equilibrio y caiga al suelo.Gael cae sobre mí atrapándome contra su cuerpo y la tierra fría y húmeda.— ¡Suéltame! —Exclamo, forcejeando contra su agarre— Te odio, Gael me das asco.—No importa lo que sientas— replica con su voz baja y amenazadora, tan llena de seguridad—. Sig
Gael.Me encierro en mi despacho, sintiendo el peso del día sobre los hombros. Lleno un vaso de cristal con whisky y lo bebo de un solo trago, dejando que el ardor me queme la garganta. Un golpe en la puerta interrumpe el breve momento de tregua que me he permitido.—Adelante —musito con desgano.El mayordomo ingresa con su porte impecable y su rostro imperturbable.—Señor —Inclina la cabeza—. Su padre ha anunciado su regreso. Llegará mañana.Entorno los ojos y aprieto la mandíbula.—Esperaba que tardara unos días más —digo con desdén. —Ha preguntado por usted y por su esposa.Suelto un jadeo antes de fijar mis ojos en él.— ¿Y qué le respondiste?—No puedo mentirle, señor. Hay demasiados ojos en la mansión.Suelto una risa irónica.—Por supuesto. Eso me supondrá muchas preguntas sobre por qué no convivo con mi esposa como un matrimonio debería hacerlo.El mayordomo de tantos años asiente y tras una breve pausa agrega:—Sería conveniente que la señora permanezca a su lado. Además, n
Amaia.Volteo en la cama, apenas se filtra un poco de luz en la habitación. Los eventos del día anterior no me permitieron dormir lo suficiente y cuando alcancé de forma débil el mundo de los sueños regresaba al otoño en que conocí a Gael y las pocas palabras que decía sobre su madre.Estoy sola en la habitación, pero no sé si debo estar agradecida o molesta porque he perdido la oportunidad de seguir indagando.—Señora ¿Está despierta?—Adelante.Me incorporo y arreglo el cabello. Una vez más debí dormir con una de las camisas de Gael como pijama y supongo que tendré que volver a vestir mi ropa del día anterior, aunque en esta ocasión está demasiado sucia.—Buenos días —saluda una de las empleadas, cuyo nombre desconozco—. Han empezado a llegar sus pertenencias —informa.Mis cejas se contraen.— ¿Qué pertenencias? —Su ropa, zapatos, accesorios y otras cosas.—Yo no lo he solicitado.Ella me observa con sorpresa.—Las cajas y bolsas están siendo traídas por las demás empleadas en est
Amaia.— ¿Qué haces aquí? —pregunta obligándome a mirar hacia arriba.Toco mi nariz que ha golpeado contra su pecho quizá hecho de acero. Debe ejercitarse, no hay duda.—Yo sólo...— ¿Gael? —Es Rulac Belmonte, su padre, quien lo llama— Adelante.Gael me observa da arriba abajo con ojos entrecerrados. Un par de preguntas bailan en su mirada.—Hablaremos después.Camina hacia la puerta del despacho de su padre y yo intento decirle algo, pero mi mano queda en el aire y mis palabras atrapadas dentro de la boca. Así que sólo desparece y decido alejarme. De alguna forma su presencia siempre consigue que duela mi pecho.—Señora Mountbatten —saluda el mayordomo quien está llegando a la mansión.Lleva el abrigo en su brazo y se quita un sombrero negro.—Ha llegado —musito.— ¿Me necesita?Su perspicacia es buena.— ¿Gael ordenó que trajeran tantas cosas para mí?—Sí, señora. Su esposo estaba preocupado porque no tuviera en casa lo que necesita.Arrugo mi entrecejo.—Eso no era necesario.—Si h
Amaia.Aún puedo sentir la textura del papel en la mano mientras me coloco el abrigo y salgo de la habitación sin hacer ruido. Bajo las escaleras con sigilo, consciente de cada paso. Llevo ropa diferente, pero el corazón aún me late con fuerza. Logro llegar a la puerta sin ser vista, hasta que un empleado alcanza a verme cuando finalizo el sendero que me conduce afuera de la propiedad.— ¡Señora! —grita, pero no me detengo. Subo a un taxi que pasa justo en ese momento.Dentro del vehículo vuelve a leer la carta con manos temblorosas:“En el parque San Bertux. Te estaré esperando. Necesito tu ayuda” Firmado por mi padre.El coche avanza al tiempo que en mi mente bullen demasiadas preguntas. ¿Por qué una carta y no presentarse directamente?, ¿Por qué citarme lejos de casa? Era su letra, de eso no había duda.Al llegar al parque, desciendo del auto con cautela. Camino por el sendero de cemente con la vista fija en cada espacio. Me siento en una banca frente a la fuente de agua. Mis nervi
Amaia.—Buenos días, señora Mountbatten —saluda con amabilidad una de las enfermeras del hospital.Cambiaron la palabra señorita por señora desde que se propagó la noticia de que ahora soy una mujer casada. Le devuelvo la sonrisa por cortesía mientras atravieso el pasillo. Han pasado dos días desde la última conversación con Gael cuando evadió la pregunta que le hice sobre mi padre con una respuesta evasiva y sutil, pero de alguna forma creo que hay algo más que él no me dice, o no sé si he empezado a estar paranoica.—Buenos días —Saluda otra mujer que me observa con curiosidad, mirando tras de mí.Es cuando recuerdo a los dos hombres que se han convertido en mi sombra. Sus pasos resuenan tras de mí. Los hombres altos, vestidos de traje e inexpresivos no hablan ni saludan, sólo obedecen órdenes de Gael. Continúo mi camino, recordando que hoy le dan el alta a mi hermana y puedo llevarla de regreso a casa.—No es necesario que entren conmigo —Los detengo frente a la puerta de la habita
Amaia.Diara no me habla. Sus ojos permanecen fijos en la ventana del vehículo, ignorando cada palabra que pronuncio en medio del aire frío del atardecer.—Entre Elan y yo no hay nada... Diara, lo viste, es parte de algo entre él y Gael. Me están involucrando. Eso es todo.Continúa sin mirarme y con los labios sellados. Así continúa durante todo el trayecto. Ni siquiera me importa que los dos hombres sentados al frente me escuchen, lo que más me importa es lo que piense mi hermana.Cuando el auto se detiene frente a la mansión Mountbatten, Diara no espera a que le abran la puerta. Se baja de primera. Avanza con paso rápido, casi como si quisiera escapar de mi presencia. La sigo con cierta resignación.— ¿Por qué está tan fría la casa?Son sus primeras palabras luego de cruzar el umbral. Tiene el ceño fruncido.—Los empleados renunciaron —respondo con voz baja—. No he tenido tiempo para contratar nuevos. Pero, mañana mismo me ocuparé de esto, ya he publicado la oferta de trabajo.Se gi
Gael.El silencio en la mansión Mountbatten parece más profundo que el de cualquier otra casa que haya pisado. No hay servidumbre, ni calor, sólo ese olor tenue a humo que continúa impregnado en las paredes tiznadas por el incendio. Doy un par de pasos, dejando que éstos resuenen en el mármol pulido y agrietado.Amaia me observa con visible sobresalto, mientras que su hermana a su lado apenas puede disimular la sorpresa. Parece que ha estado llorando. — ¿Qué haces aquí? —pregunta Amaia, frunciendo los labios con evidente fastidio.—Vengo por ti —respondo con una media sonrisa, como si eso fuera lo más lógico del mundo.La hermana se adelanta un par de pasos y me saluda con cortesía.—Bienvenido. Esta es tu casa.Apenas la observo antes de volver mi atención a Amaia.—Si me guiara por el recibimiento de mi esposa, no parece que sea bienvenido.Sé muy bien lo que hay en la mirada que Amaia me ofrece, es rabia pura y contenida, casi ardiente bajo la superficie de sus ojos color miel. Y