Estaba en la última ronda del camión, cuando una mano se deslizó bajo mi falda, y sentí la respiración caliente de un tipo rozarme la oreja. Me aferré a la puerta de vidrio; no podía ver su rostro, solo sentía su rodilla contra mi muslo, una sensación extraña e intensa.

—Y ni te imaginas chiquitita, que esto es solo el comienzo.

Era pleno verano, bochornoso y húmedo. El aire nocturno tenía esa pegajosa sensación propia de una tarde lluviosa. Llegué al autobús empapada. El olor a lluvia se mezclaba con el sudor en el interior del vehículo. Busqué un lugar cerca de la puerta y me quedé de pie. De vez en cuando, las gotas de lluvia me salpicaban la cara, refrescándome un poco.

Suspiré mirando mi ropa empapada. Inconscientemente, tiré del cuello de mi blusa; la tela húmeda pegada a mi piel se sentía terrible. Cerca de ahí se ubicaba una conocida empresa de tecnología, así que el autobús estaba lleno de gente que salía de su jornada de 9 a 6. Algo rozó mi muslo; sentí un escalofrío y me giré. Era solo un bolso. Debía estar demasiado sensible.

Solté el aire con alivio, mi flequillo mojado seguía goteando. Con el movimiento del autobús, la gente se apoyaba en mí. Gruñí con fastidio y me aparté. En ese instante, pisé unos zapatos de cuero. Sin levantar la vista, me disculpé. Al segundo siguiente, el autobús frenó bruscamente. Quedé atrapada contra la puerta de vidrio.

Justo cuando intenté enderezarme, una mano cálida tocó mi muslo. Asustada, miré a mi alrededor, pero no vi a ningún hombre sospechoso. Detrás de mí, un joven estaba concentrado en su celular. La caricia continuó; su palma era áspera y callosa, rozando mi piel y provocándome cosquillas. Mi corazón latía con fuerza; sus tocamientos se volvían más atrevidos. Miles de pensamientos cruzaron mi mente hasta que caí en la cuenta: ¡Me estaban acosando sexualmente en el autobús!

Intenté apartar su mano, pero estaba aprisionada contra la puerta. Su aliento caliente me rozaba la oreja. Sentí un escalofrío.

—¡Quita esa mano de ahí ahora mismo! No voy a gritar por ayuda, pero si tú...

Ni siquiera pude terminar de hablar cuando el tipo metió la mano dentro de mi ropa.

Entré en pánico, abrí la boca para gritar, pero él me tapó la boca con fuerza.

Sus dedos se agitaban dentro de mi boca, presionando mi lengua.

Sólo pude emitir débiles quejidos.

No poder ver el rostro del hombre sólo aumentaba mi miedo, miraba a mi alrededor buscando ayuda. Pero en ese momento, todo mi cuerpo se debilitó.

Las lágrimas de humillación brotaron de mis ojos, temblaba, deseando que me dejara ir, pero anhelando más.

Estaba tan confundida. Veía a los transeúntes pasar, podía sentir sus miradas sobre mí.

Mis piernas temblaban, la vergüenza me invadía, deseaba desaparecer. Nunca imaginé que algo así me pudiera pasar.

De repente, mis ojos se encontraron con los de un hombre que estaba al lado. Cuando busqué su ayuda, él simplemente desvió la mirada y silbó.

Los demás pasajeros retrocedieron un paso. Sus miradas me juzgaban, parecían saber lo que ocurría en aquel rincón.

No lo podía creer.

—Te lo suplico, haré lo que sea que quieras.

En ese momento, el autobús se detuvo. La satisfacción desapareció, dejando sólo un vacío.

Me quedé paralizada.

Los demás pasajeros me apresuraban a bajar. Mi mente en blanco, sólo escuchaba el zumbido y las últimas palabras del hombre en mi oído:

—Mocosa, esto tan solo es el comienzo.

No sé cuánto tiempo pasó, pero alguien me empujó fuera del autobús y caí en un charco de barro.

El frío lodo me salpicó por todas partes.

La gente a mi alrededor me miraba con extrañeza.

Tardé en levantarme, jadeante.

Incluso en ese momento, aún imaginaba que aquel hombre podría haberme hecho más cosas.

Volví a casa aturdida, ni siquiera me quité la ropa sucia. Al entrar, me desplomé en el suelo.

Podía sentir aún la excitación en mi cuerpo, traicionándome. ¿Cómo pude...?

Respiraba agitadamente, aún percibía el sabor de aquel hombre en mi boca.