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En esos interminables minutos Ivana estuvo jugando con la cinta roja que le había regalado Sergei. Lo envolvió entre sus dedos, recordando los tórridos recuerdos que le evocaba este lazo. No estaban en Nueva York, sino en Seattle, donde su padre se había alojado durante casi dos semanas. Sergei había elegido un restaurante elegante, una estrategia bien pensada porque su padre odiaba montar un espectáculo. ¿Solo eso sería suficiente? Como estaba a punto de descubrir su mentira y la amante que lo acompañaba. Furiosa, seguía mirando la entrada del restaurante que estaba lejos ya la vez tan cerca.

— Intenta relajar un pequeño tesoro o terminarás en la sala de emergencias.

Su voz grave la hizo temblar al principio, luego la invitó a volverse hacia él.

—No puedo hacerlo, confesó ella, detallando al mafioso que le parecía muy relajado o incluso de

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