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Puedo sentir la mirada de McCarthy sobre mí, observándome, examinándome, analizándome y Dios sabrá pensando qué cosas.

—Diana—vuelve amenazar Megan, anticipándose a la curiosidad de nuestra amiga.

— ¡Pero necesito saberlo! —chilló—. Desde la mañana se nota que está de mal humor y la única que sabe el porqué es ella—me acusa.

—Yo no sé nada—me defendí golpeando su mano.

Desde que el sol salió, por los pasillos de Belmont solo se hablaba del príncipe azul una vez más, muchas murmuraban y especulaban sobre la nueva novia—o perra—que se atrevió a mar

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